Capítulo VII: Grave herida

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|~~|N/A: No tengo inspiración para el título, arhe~............ Capítulo extra, pero importante |~~|

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La mañana llegó como siempre se esperaba, el sol asomándose a través del suelo, como si proveniera de allí.

Los primeros ojos en abrirse, fueron unos de un hermoso color rosa. La persona dueña de dicho color, bostezo somnolienta, retorciéndose suavemente en su cama; pero a sentirse cómoda, abrió los ojos. ¿Cómo llegó a su cama? Era lo que pensaba, la única manera es que la hayan cargado. Por lo que comenzó a recorrer el lugar con la mirada, buscando a dicha persona que suena en su mente; llevándose la sorpresa de verla hincada a los pies de su cama, con los ojos cerrados y notable sueño. Se cerciora de que esté respirando, y cuando así fue, dejó salir el aire retenido en sus pulmones.

Tomó la manta que estaba arrugada en su cama, y con eso, cubrió el cuerpo de White, ya que se notaba que tenía frío. Revisó a ver si tenía algo de comida, y se reprocha a sí misma a no tener nada. Ya que ella no era de esas personas de comer mucho; desayunaba y almorzaba al mismo tiempo, y si tenía apetito, cenaba. Pero como en ese momento se encontraba White -Y suponiendo que no ha comido mucho-, decidió ir a buscar algo de comida.

Se ajustó su capa -La que en ningún momento se quitó- y caminó hacia el pueblo. Se sentía débil; pues, comer solo pan, agua o té no era muy nutritivo, por lo que decidió buscar algo con más proteínas y carbohidratos.

Apenas salió del bosque, comenzó a escuchar el bullicio de los pueblerinos, quiénes a igual que ella, se despiertan apenas sale el sol; aunque Pink no nota mucho los rayos, por dormir en las penumbras -literalmente-, así que se deja llevar por sus instintos.

Se escondió tras las pequeñas casas de maderas, buscando algo que le sirva de alimento. Hasta que comienza a acercarse al pequeño matadero del lugar; como odiaba estar ahí, tanto, que nunca se acerca. Y no era por el horrible olor a sangre seca, sino por el hecho de escuchar los gritos de agonía de los animales morir lentamente.

Se acercó sigilosamente hacia una parte en donde lanzaba los pedazos de carnes que iban a ser exportados por el pueblo. Sacó un gran pedazo de tela que encontró antes de entrar a ese lugar, y con las manos cubiertas por dicho objeto –Ya que le daba asco tocar la carne cruda recién cortada–, tomó un pedazo mediano, lo suficiente para ambas, y la enrolló entre la tela, cuál dejaba absorber pequeñas gotas de sangre. Y sin que nadie se diera cuenta, comenzó a correr lejos de ese espantoso lugar.

Pero al momento de correr unos cuantos metros, vio que la entrada que normalmente usa, está lejos, y cruzar todo el pueblo, ya sería un martirio, por lo que decidió elegir otro camino más cerca. Pero para eso, terminaría casi al otro lado del bosque. Por lo que bufó resignada, ya que sería el mismo tiempo de recorrido, pero al menos sería más seguro.

Se adentró a ese lado del bosque, y comenzó a dirigirse a su hogar, pero lo que no contaba que alguien –o algo, mejor dicho– la iba a siguiendo por el inconfundible olor a carne que llevaba consigo. Pink, ya casi cerca de lo que sería su "casa", escuchó varias ramas romperse, alertándola; por lo que miró a su alrededor, buscando el responsable. Y justo cuando estaba a punto de retirarse dudosa, miró al frente, encontrándose con más ni menos que un...

— Oso... —Murmuró la castaña petrificada, retrocediendo lentamente, mirando al animal fijamente, elevando ambas manos sin razón alguna –Junto a la tela con la carne–.

El oso lanzó un gruñido hacia la de ojos rosados, asustándola aún más. Quería correr, pero sabía que el grizzly era más rápido que ella, y no sabe si tendrá la oportunidad de usar a eso que llama maldición –Aunque no tenía muchas ganas que digamos–. El pardo en vez de gruñir, está vez lanzó un rugido, paralizando a lo que iba a ser su víctima si no conseguía esa carne de vaca. Pink, sin siquiera darse cuenta, ya tenía al grizzly caminando –Corriendo– hacia ella; estaba cerrada a cualquier movimiento, y apenas un segundo, sintió un fuerte ardo en su pecho, tumbándola al suelo.

El oso, después de atacar, intentó de tomar lo que iba a ser su almuerzo, pero rozó su nariz con la pálida mano de la adolescente. Recibiendo algo que ya todos deben saber.

Pink no tenía la suficiente fuerza para gritar; pues, apenas unos segundos después del ataque, ya sentía la vista nublosa; tenía ambas manos en su pecho, tratando de evitar el sangrado que tenía por las heridas. Escuchó como alguien gritaba su nombre; no sabía si era su mente, o la voz que está atrapada en su cabeza, o simplemente White. Y al momento de girar su cabeza a un lado, confirmó quién era, deshaciéndose de las dos primera opciones, dándole puesto a la última; quién se acercó hasta le herida, tratando de pensar en qué hacer.

— N-no m-me toques... —Advirtió con dificultad, mostrando una mueca de dolor.

— ¿Y dejar que te mueras? —Preguntó con sarcasmo, viendo la sangre resbalarse por el cuerpo de la castaña. Desesperada, vio sus manos, observando con más atención sus mangas largas, consiguiendo por fin una idea.

— ¿N-no es... l-lo q-que tú... q-quieres? —Cuestionó con aún más dificultad, pero White nunca respondió a eso.

Rasgó esa parte de su prenda, posicionándola en sus manos, para evitar tocar la piel de la oji-rosa.

— L-la sangre p-puede traspasar l-a... tela —Persuadió, mirando ahora el cielo— ¿Por qué nunca me había fijado que el cielo es más claro?

— ¡Deja de estar diciendo estupideces! —Regañó seria, pero Pink ni siquiera se inmutó—... Veamos...

Rápidamente pegó los pedazos de tela a las heridas de la ya nombrada, sintiendo casi de inmediato, la sangre traspasarla, estremeciendo a White. Pero su gran extrañeza fue el hecho de que no sentía nada; ósea, no sentía la muerte acercase, y ni siquiera un poco de dolor.

— Ya estarás mejor... —Fue lo último que escuchó decir Pink, antes de caer desmayada.

——

Al momento de abrir los ojos, lo primero que vio fue un techo hecho de piedra. Parpadeó unas cuantas veces, desorientada; intentó sentarse en donde estaba acostada, pero apenas se movió, sintió un fuerte dolor en su pecho.

— Es mejor que ni siquiera te muevas, Pink —Le aconsejó una voz conocida para ella.

— ¿White? —Se volteó a un lado del lugar, encontrando a la albina sentada en el suelo, comiendo lo que parecía ser una manzana— ¿Qué pasó? ¿Cómo llegamos aquí?

— Te atacó un oso, quedaste muy herida, no tuve más opción que ayudarte y traerte aquí —Respondió indiferente—. Te digo que fue algo muy difícil.

A Pink le llegaron los recuerdos de golpe, recibiendo una leve jaqueca.

— ¿Cómo me encontraste?

— Pues, digamos que a despertarme no encontré a dicha jovencita, y como sé que eres algo desastrosa, comencé a buscarte —Comenzó a informar, recibiendo en media charla una queja por parte de la más baja por decirle desastrosa; pero la ignoró y siguió—. En el camino escuché el fuerte rugido; lo seguí, y cuando apenas llegué, vi el cuerpo del oso tirado, y ya supe lo que había pasado.

Pink escuchó con atención, y cuando ya había terminado, bajó la mirada a donde estaba la herida, pero tuvo que levantar levemente su camisa, viendo que los graves rasguños estaban bien vendados con una tela limpia. Pero se sonrojó a saber que White tuvo que cambiarle de la prenda, viendo sus pechos... Desvió la mirada a un lado, para que la ya nombrada no la viera.

— G-gracias —Murmuró.

— No importa, y oye —La llama, volteando de inmediato, recibiendo otra manzana, pero la atrapó con dificultad—, me debes una.

Ópalo-Alejandrita.

El color de la Muerte... |·Whink Diamond·|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora