Capítulo IX: Fuego.

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Hace mucho tiempo, en la mitología griega; el ser humano consistía de cuatro brazos, cuatro piernas y una cabeza con dos rostros. El dios Zeus, temiendo de su poder, los dividió en dos seres, condenándolos a pasar toda su vida buscando su otra mitad...

Pink sintió como caía de lleno al suelo, y rodando sobre ella. Tuvo que retener un grito de dolor, ya que comenzaba a sentir como su pierna afectada por la trampa, ardía como los mil demonios. Comenzó a buscar con su mirada a White, y cuando por fin la halló, estaba tirada en el suelo con sangre brotando de su torso, con su mano cubriendo herida, como si de esa forma, el dolor y sangrado vaya a disminuir. Gritó su nombre con desespero, gateando hacia ella. Tenía una leve línea de sangre cayendo de sus pálidos labios. Su vista se volvió borrosa, estaba volviendo a llorar, y por ella. La había protegido de esa bala, que iba directo hacia ella.

― W-White, levántate, están cerca, p-por favor ―Rogó con la voz rota, hincándose al frente de ella.

Los pasos y voces de los cazadores se acercaban, y el olor a humo se volvía más intenso.

― N-no p-puedo ―Murmuró con pesar la mayor, tosiendo bruscamente después.

― P-por favor ―Volvió a rogar, había tomado la cabeza de White, y la recostó en sus piernas; mientras que las lágrimas bajaban de sus rosados ojos, y terminaban en el suelo o en el rostro de la peli-gris.

― A-ahora me debes dos ―Bromeó con una débil sonrisa, tratando de quitar el denso ambiente. Al principio Pink no entendió lo que quería decir, pero luego recordó lo sucedido con el oso, y lo último que había dicho.

― T-tonta... ―Soltó, para luego dar una débil risa, sin intención de insultarla en verdad.

White volvió a toser, pero eso solo provocó más dolor, sabía que ya no le quedaba tiempo. Y se arrepentía por no poder pasar más tiempo con la persona que logró enamorarla en tan poco tiempo. Y con ese pensamiento, a la mente le llegaron las cosas que con una pareja normal haría, y que con Pink, no podría. Tomarse de la mano sin la necesidad de usar un pedazo de tela, poder sentir que tan suave podría ser su piel, poder tocarla sin miedo a morir. Poder hacerla suya. Poder sentir esos rosados labios que posee...

― P-Pink... ―La llamó, cerrando los ojos por el malestar.

― ¿S-si, White? ―La miró a los ojos. Sus oídos se agudizaron a escuchar cada vez más los pasos cercas; pero eso ya no le importaba.

― Bésame... ―Pidió, o más bien ordenó, sin trabarse, ni nada. Mostrando que hablaba en serio.

― ¿Qué? ―Habló en un casi mudo susurro; estaba más que sorprendida. ¿Cómo podía pedirle algo así?

― Hazlo...―Volvió a ordenar.

Pink no sabía si acatar o no, pero cerró los ojos con fuerza y dirigió su rostro a el de White, uniendo ambos labios. La de ojos grises confirmó sus sospechas; los labios de su pelirroja eran tan suaves como imaginaba, cuan fino algodón se comparaba, e incluso algo mejor. El acto duró menos de treinta segundos, ya que la mayor se tuvo que separar para toser.

― P-Pink... Te amo... Demasiado... ―Confesó por fin, pero a consecuencia de eso, sus ojos se fueron cerrando poco a poco, viendo por última vez a Pink.

― Yo también... ―Respondió, con nuevas lágrimas en sus ojos― White... ―La llamó, pero no respondía, tenía sus ojos cerrados, temiendo de que no volviera a abrirse. Pero eso ya estaba sucediendo― White... W-White... ¡White! ―La volvía a llamar, pero su repuesta no obtenía. Abrazó el cuerpo inerte de su pareja, mientras lloraba a todo pulmón.

Los cazadores habían llegado al lugar, viendo la escena que ellos mismo provocaron, pero remordimiento no sentían, más bien era todo lo contrario; estaban orgulloso de deshacerse de la "traidora", a la joven que le habían dado trabajo y comida cuando su padre pereció, a la que criaron a lo lejos, pero al parecer no hubo frutos en nada.

Pink dejó escapar un grito de lamento, uno que fue acompañado con una fuerte brisa, empujando a los hombres y todo ser u objeto que estuviera cerca. El verdoso césped se fue secando desde donde estaba Pink y White, tomando un color marrón. El fuego que antes estaba algo lejos, se fue acercando violentamente hasta donde estaban, encarcelando al bosque, sin dejar ni una sola salida. Los hombres, que se habían mostrado valientes antes, ahora estaban que temblaba del miedo.

La muerte, quién estaba al lado de la escena, pisoteó el suelo enojado, sintiendo decepción de sí mismo, ya que su plan, nunca fue terminado, y ese era, poder poseer mente y cuerpo de Pink, como siempre ha sido. Pero al parecer, esta chiquilla fue más fuerte e inteligente que él.

― Te amo... ―Volvió a murmurar en la frente de su amante, con un horrible dolor en su pecho, gracias a la frustración que sentía.

La otra persona que quedaba en la escena, fue un cazador –ya que los otros, se fueron corriendo de la "furia" que iba a suceder–, quién no se inmutó a lo que sucedía a su alrededor. Recargó su arma y apuntó a Pink. Quién no se movió ni hacía nada parecido, sabía lo que hacía ese hombre, pero ya no tenía más nada que perder; lo que una vez tenía, ya había desaparecido, todo lo que alguna vez había amado, había muerto, todo lo que adoraba, se alejaba de tal manera, que nunca más volvería...

El fuego ya estaba literalmente rodeándola, pero a nadie la importó. Y las últimas palabras que el cazador pronunció, fueron:

― Si yo muero aquí... Tú lo harás conmigo... Monstruo...

Y el sonido del disparo volvió a presentarse, y como anteriormente sucedió. Esta vez, no falló...

Ópalo-Alejandrita. 

El color de la Muerte... |·Whink Diamond·|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora