Ladrones del tiempo

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El sol brillaba fuertemente sobre su ventana. El resplandor de los rayos atravesaban el vidrio y reflejaban sobre su rostro, lo cuál le hizo despertar. Karina había pasado una bue- na noche; sin sueños, sin pesadillas, únicamente un sueño profundo y placentero. Estiró sus brazos mientras se sentaba. Allí, justo a su lado, se encontraba la biblia que su abuela le había regalado. La noche anterior, después de haber regresado de casa de Andrés, la tomó y comenzó a leer en el evangelio de Juan; lo cuál había sido sugerencia de parte de Andrés. Al pa- recer, esto ya lo había hecho hacía unos cuantos meses atrás, pero dado a que no recordaba, debía de comenzar de nuevo. Aún allí, sentada sobre su cama, meditaba acerca de una de las palabras que había leído antes de acostarse. En Juan, capítulo 1, versículo 5 decía "La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella." Esto le llamaba mucho la atención y por alguna razón empezaba a repetirlo en su mente y ya prácticamente lo había memorizado. En eso, suena su despertador, lo toma y lo apaga. Ya era tiempo de comenzar a arreglarse. Andrés estaría pasando por ella en media hora, y aún debía de vestirse y desayunar.

Ellos asistirían a la iglesia junto con Valeria. A los ojos de los demás, era la primera vez que Valeria iría al servicio dominical; pero lo que otros desconocían, es que de una forma u otra, esta también sería la primera vez para Karina.

Ella se sentía un poco nerviosa. Era una sensación de cosquilleo dentro de su estómago, similar a lo que sentía cuándo se quedaba a solas con Andrés. No sabía cómo sería esa experiencia. Vagamente recordaba las pocas oportunidades que había acompañado a su abuela a la iglesia. Si acaso ha- bían sido unas 4 o 5 veces. Carmen siempre les invitaba como familia, pero Enrique siempre ponía excusas para no ir. Karina se preguntaba cómo le recibirían, si quizás le harían preguntas cuyas respuestas no podría dar con exactitud. Pero entre tanta inquietud de sus pensamientos, recordó las palabras de Andrés: "Tranquila, Kari, yo estaré allí a tu lado para ayudarte y responder por ti cuándo sea necesario". El pensar que él estaría allí y que le ayudaría le tranquilizó.

Enseguida fue a bañarse, se vistió y arregló. Cuándo le preguntó a Andrés que ropa podría colocarse para tal ocasión, él le había sugerido un vestido que él mismo le había regalado. Este era de color azul. Karina decidió ponerse además un collar de perlas que habían sido de su mamá. Esta vez no habría de permitir que pensamientos de tristeza le invadieran. Tal cómo le había recomendado su amiga, ella se enfocaría en los recuerdos bonitos de su madre.

Se apresuró en hacerse un sándwich y a beberse un jugo de naranja. A los minutos, Andrés se encontraba a la puerta de su casa, y tocaba el timbre. Con apuro tomó sus llaves, cartera, y más importante aún, su biblia. Abriendo la puerta principal de su casa, salió y saludó a Andrés con un gran abrazo. Prontamente se montaron en el carro y partieron a buscar a Valeria.

Andrés estaba muy contento y no paraba de sonreír y de mirar a Karina con ojos brillantes. Se podía notar que él ansiaba mucho este momento. En pocos minutos, estaban espe- rando a Valeria frente a su edificio, y ya ella se encontraba afuera esperándolos.

Valeria no dejaba de hacer preguntas respecto a cómo sería el servicio, y les rogaba que le ayudaran en caso de que le tocara hacer algún ritual o gesto que ella desconocía.

Muchas de las graciosas preguntas de Valerias eran inquietudes que Karina también sentía, la diferencia es que a ella le tocaría actuar mejor, porque en teoría ella ya era una experta en eso de "ir a la iglesia".

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