El barco ya había salido del embarcadero y se internaban en el río, sin alejarse demasiado de la costa.
Martin estaba al timón, atento a lo que hacia, pero Ana sabia que cada tanto la miraba de reojo. Se sacó los anteojos y cerró los ojos. El sol era una caricia. Le gustaba ese calor en la cara, ese viento en el pelo, le gustaba el río. Pensó en sus compañeros, sentados en el aula copiando ejercicios de matemáticas que nunca iban a saber resolver. Respiró profundo.
Abrió un ojo para mirarlo. Se había sacado la remera. ¡Epa! Sin remera era todavía más lindo. Nunca lo había visto así, pero ella se lo había contado. "No sabes lo que es cuando se queda en cuero. ¡Me mata!" se habían reido juntas. Ana se sonrío.
-¿De que te reís?
-¿Me reí?
-Te son-reíste.
-No me di cuenta.
-¿En que pensabas? –insistió él.
-En nada. Solo disfrutaba el sol. ¿No vas a subir la vela?
-Me parece que no vale la pena. No me vamos a ir muy lejos y es un bardo.
Ana asintió.
-¿Queres manejarlo? –le preguntó.
-No se –se río Ana.
-Es fácil. Yo te ayudo. Veni.
Ana dudó. No se animaba a pararse.
-Agarrate del guardamancebo –dijó él ríendo.
-¿Del que?
-De la baranda.
-Es un cable... ¿no se suelta?
-No –volvió a reírse Martin.
Ana lo intentó. Debía verse muy ridícula caminando agarrado con cuatro manos, pero llegó hasta le timón. Él le dejo su lugar y se paró detrás de ella.
–Agarra acá –indicó.
Ana obedeció.
-Hay que hacer fuerza –se rió.
-Si, claro. Hay corriente. ¿Podés?
-Si, creo que si.
-Pará que te ayudo.
Pasó sus brazos por los costados de ella para sostener también el timón. Ana sintió su cuerpo sobre la espalda, sus brazos traspirados, sus manos sobre sus manos. No pudo evitar un temblor. Ojalá él no lo hubiera notado.
-¿Así es más fácil, no? –preguntó Martin.
Ella asintió. No le salía la voz.
Sintió un beso rápido sobre el pelo. No se movió. Miraba el agua y se agarraba al timón como si fuera un salvavidas.
Otro beso. Ella movió un poco la cabeza.
Después sintió sus labios en el cuello, bajando desde la oreja al hombro. Tiró la cabeza para atrás y cerró los ojos. Estaba segura de que él estaba atenta al timón, y no se equivocaba.
De pronto el motor se apagó. Ana abrió los ojos sobresaltada.
-¿Qué pasó?
-Nada. Apagué el motor. No está bueno manejar un barco cuando uno está concentrado en otra cosa.
-Peor es quedarnos a la deriva.
Martin se rió.
-No nos vamos a quedar a la deriva. Voy a echar el ancla.
-¿Y si nos quedamos acá en el medio del río?
-No pasa nada. Lo hice montones de veces.
Ana lo miró hacer, agarrada del timón. Escuchaba los golpes del agua sobre la quilla. Miró hacia la costa. Estaban a la altura del camping de Itapé que hoy, día de semana, se veía desierto. No era tan lejos de la orilla. Podía, si quería, tirarse al agua y nadar hasta ahí. No quería.
-¿Vamos? –dijo él agarrándola de la mano.
-¿A dónde?
-Abajo. Es más cómodo. Vas a ver.
-No, dejá... Está bueno acá. Me gusta el sol.
Pudo ver una sobra de disgusto sobre su cara, pero ella no pensaba bajar. Ya era mucho estar ahí, en medio del río, solos. Lejos. Solos. Con él. Justamente con él.
-Entonces vamos a tirarnos sobre la cubierta. ¿Lo hiciste alguna vez? –Martin ya estaba sentado sobre la cubierta.
-¿Qué cosa? –preguntó Ana alarmada.
-Tirarte sobre la cubierta. Es genial. Vení, vas a ver como se siente el movimiento del barco.
Ana, siempre agarrándose del guardamancebo, se acercó hasta donde él estaba. Se soltó para sentarse y perdió el equilibrio. Martin la atajó riendo. Ana también se rió. Él la retuvo por la cintura y antes de que se pudiera dar cuenta, le dio un beso. Después alfojó la fuerza y Ana se soltó para sentarse a su lado. Él se tiró de espaldas sobre la cubierta.
-Mirá como se ven las nubes –le dijo, con los ojos fijos en el cielo.
Ana se tiró junto a él. Temblaba. Era cierto, las nubes pasaban a velocidad y el movimiento del barco las acunaba.
-¿Nunca viniste con ella al barco? –preguntó Ana.
-No, nunca. No quería. Tenía miedo... No sé qué le pasaba.
-Pero vos no la invitaste.
-¿Cómo sabes?
-Me hubiera enterado.
-¿Te contaba todo?
-Casi –dijo Ana con una sonrisa picara.
-Te perdiste lo mejor –se burló él.
Ana le pegó. Él le agarró la muñeca y se la inmovilizó contra el piso. Después giró y apoyó el pecho sobre ella.
Ana veía pasar las nubes a toda velocidad.
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Hoy No Es Mi Día - María Inés Falconi
Novela Juvenil¿Alguna vez todo te salió tan mal qué pensaste que el destino estaba en contra tuyo? Esos días donde todo parece al revés, y solo pensás en gritar: "¡HOY NO ES MI DÍA!". Valen, Ana y Ezequiel, son tres adolescentes que empiezan mal el día en distint...