Capítulo 4: Revuelo

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REVUELO

Pese a la gélida amenaza de aquellas penumbras, Cahíl era capaz de mantener una sensación de paz, no podía evitarlo, había sido entrenado para eso gran parte de su vida para eso. Sabía identificar la sangre de un asesino y aquellos ojos aunque cargados de fuerza, eran capaces de matar pero no de ser un asesino. Los cristales de hielo flotando en el entorno eran los culpables de la niebla que merodeaba. No había palabras, sólo el estruendo del contacto visual de dos témpanos de hielo, tan iguales y opuestos como el polo norte y sur.

El maestro fuego sabía que estando empapado y tirado en el suelo lo colocaban en una posición vulnerable, debía planear bien su siguiente movimiento si no quería terminar congelado. Sorpresivamente Copo se acercó al sujeto y comenzó acicalarse entre sus piernas. –Nos vemos de nuevo amiguito, ¿Qué haces aquí? – El hielo cayó en estado líquido dejando aún más empapando los el lugar. Aquel sujeto se colocó sobre sus cuclillas para acariciar el mentón del animal, entonces Cahíl comprendió que ya se conocían. –Me tengo que ir, buena suerte.

El chico no comprendió lo que acababa de suceder, sin embargo no tenía tiempo para reflexionar. Si permitía que se perdiera en las sombras jamás sabría de quién se trataba. Se abalanzó sobre él cuando el maestro agua daba la medía vuelta, ambos cayeron sobre el lodo cuando la luz de la luna se coló en el viejo callejón; eso le dio la pauta para arrancarle la máscara y dejar a la vista el pálido rostro de un joven de cabellos plateados.

– ¡¿Qué rayos te pasa?! Podría matarte aquí si quisiera, ¿sabes? – Cahíl quedó quieto, de su boca no salía ni una palabra. – ¿Acaso me estas escuchando?

El chico no prestaba odios, de entre todas las personas jamás creyó encontrarse con algún conocido, o mejor dicho ese conocido en particular. No sabía si debía comportarse con soltura o propiedad.

– ¡Ahí está! –Interrumpió un sujeto acompañado de un grupo de hombres. – Lo quiero vivo. –Indicó con voz serena señalando al chico de cabello plateado.

–No hay tiempo para esto. –Exclamó el maestro agua a la par que volvía a ocultar su rostro, luego de eso tendió su mano a Cahíl ayudándolo a tomar postura. Aunque seguía sorprendido el maestro fuego pudo darse cuenta que no lo había reconocido; quizás era lo mejor para todos.

Estando al fondo del callejón con aquellos hombres por delante los dos eran presa fácil, uno de ellos trató de acorralarlos tumbando las bardas con ayuda de su tierra control. Por suerte el chico reaccionó con pericia congelando las bardas y el piso, usándola a modo de pista se apresuró a la salida como patinador arrastrando a Cahíl del cuello de su camisa junto a su mascota; el pobre sólo vio como el hielo cedió derribarse las paredes tras de sí, deseando no ser aplastado.

Al salir soltó al chico dejándolo tirado sobre el suelo, poco le importó estar rodeado, lanzó un ataque directo contra el sujeto que trató de aplastarlos; el agua era poca pero fue suficiente para congelarle la cara, si no lograba liberarse el oxigeno no le duraría demasiado. – ¡Vete! –Ordenó mirando a Cahíl con recelo. La riña había comenzado.

Su abastecimiento de agua se debía a una pipa estacionada fuera del edificio, aún así no duraría lo suficiente, tarde o temprano sería alcanzado por un ataque. – ¿Qué hago? –Pensó Cahíl, sin su fuego control estaba más vulnerable que el chico de cabello plateado, poco le importó, él debía cumplir con su deber. A medio conflicto miró a su alrededor dándose cuenta como la ciudad estaba en pánico, la policía de metal apenas podía controlar a cientos o miles de maestros atacando por todos lados.

Por otra parte el hombre que huía de los hermanos esperaba a que se cansaran en algún momento, cosa que comenzaba a dudar que ocurriera. – ¡Cuidado! –Alertó Eylen a su hermano al ver venir hacia ellos un cumulo de columnas de roca. La chica era un ágil prodigio, saltaba sobre las columnas con tal maestría que casi parecía que danzaba en el aire; fue entonces que saltó de entre las nubes de polvo tirando una patada a su agresor.

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