.9.

1.1K 62 15
                                    




Algo se estaba gestando, en aquel cálido mediodía, un fuego lento que prometía estallar en carcajadas

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Algo se estaba gestando, en aquel cálido mediodía, un fuego lento que prometía estallar en carcajadas. La pregunta flotaba en el aire, casi tangible: ¿alguna vez han reído tanto que sienten que el mundo se detiene y el cuerpo flaquea ante la fuerza de la risa? Ese era justo el caso para los tres amigos que se encontraban en las gradas de la cancha de fútbol, el sol acariciando sus rostros y el eco de sus risas resonando a su alrededor.

Harrison, sentado en la grada más alta, se inclinó hacia adelante, con una chispa de incredulidad en sus ojos claros. Colocó las manos en los hombros de Tom, que estaba un escalón más abajo, y dejó escapar una risa que sacudió su pecho.

—¡Dios santo, Tom! —exclamó entre jadeos de risa—. ¿De verdad me estás diciendo que te gastaste diez mil dólares en eso? —Una nueva ola de risas lo envolvió mientras sacudía la cabeza—. Ni siquiera yo, y eso que soy un derrochador nato, he llegado a tanto.

A su lado, Esteban, de cabello desordenado y ojos oscuros que brillaban por las lágrimas de tanto reír, se llevó una mano al pecho como si intentara contener la risa que amenazaba con desbordarse.

—Diez mil dólares, Tom —repitió, su voz temblando entre carcajadas—. ¿Sabes lo que podría hacer con esa cantidad? Mis padres gastan eso en dos meses, y tú lo has quemado en un solo día. A este paso, amigo, vas a acabar como Lex Luthor: calvo y sin anestesia.

La carcajada fue instantánea, contagiando a Harrison de nuevo. Los tres rieron tanto que el aire parecía vibrar con su alegría. Pero poco a poco, la risa de Tom se fue apagando, hasta que solo quedó una sonrisa cansada y un brillo melancólico en sus ojos.

—Ya lo sé, ya lo sé —murmuró mientras dejaba escapar un suspiro y se pasaba una mano por el cabello despeinado—. Pero, créanme, cada centavo lo valió.

La risa de Esteban se transformó en una sonrisa curiosa mientras levantaba una ceja.

—¿De verdad? —preguntó, inclinándose un poco hacia adelante—. ¿Qué podría valer tanto, Tom?

—¡Claro que sí! —respondía Tom con una sonrisa amplia y un brillo travieso en los ojos, esa sonrisa tan conocida por sus amigos, cargada de autocomplacencia. —Adivinen, ¿quién aceptó ser mi novia?

Las risas de Harrison y Esteban se apagaron al instante, como un auto que frena bruscamente ante un semáforo que acaba de cambiar a rojo. La sorpresa era palpable, como si el aire se hubiera vuelto denso de repente.

—¿Qué estás diciendo?—preguntó Esteban, ahogándose levemente con el sorbo de agua que acababa de tomar. Sus ojos se abrieron con incredulidad. —¿Hablas en serio?

Harrison, por su parte, negó con la cabeza, tratando de procesar la noticia.

—No bromees, Holland. No puedo creerlo, es imposible.

Tom soltó una carcajada ante la expresión atónita de sus amigos. Había esperado esa reacción y no podía evitar divertirse al verla.

—Oh, Harrison, Esteban —dijo, encogiéndose de hombros con fingida indiferencia—, no les queda más que aceptarlo. Valió la pena cada centavo. Después de salir con ustedes aquella noche, decidí que era el momento de hacer que Nina cayera rendida ante mí. Compré globos y un ramo de tulipanes; monté toda una escena cursi que hasta a mí me dio risa.

Tom se levantó de las gradas, bebió un sorbo de su botella de agua y continuó, con un brillo de triunfo en la mirada.

—Funcionó. Se rindió, y hasta me gané un beso.

Harrison soltó una exclamación incrédula.

—¿En serio te besó?

—Así es.

—No puedo creerlo. ¡Es Nina! —replicó Esteban, sus cejas alzándose tanto que casi se perdían bajo su cabello.

Tom sonrió de manera más amplia, dejando que la satisfacción se reflejara en su rostro.

—La misma Nina, la chica inalcanzable. Y lo mejor de todo, todo gracias a unos globos y esos estúpidos tulipanes.

Harrison y Esteban estallaron en carcajadas, el eco de su risa llenando el aire, mientras Tom, entre risas y bromas, disfrutaba el momento como si fuera un rey en la cúspide de su reino efímero.

Esteban habló esta vez:

—Dejando de lado que aún me cuesta que estemos hablando de la misma morena salvaje, ¿de dónde sacas que te aceptó como su novio? Solo dices que te besó y le gustó lo demás.

Tom le respondió:

—El mismo día no me respondió. Vi cómo titubeó después del beso, y su indecisión me dejó con un nudo en el estómago. Al día siguiente, regresé a su casa, justo después de la universidad. Le llevé un ramo de rosas rojas, no las tontas rosas de siempre, sino algo que sentí que lo reflejaba más y una caja enorme de chocolates que me había costado casi una mesada entera. Lo cierto es que ya veía a mi padre, imaginando su expresión cuando veía que el dinero se ha ido... Y me pregunté cómo podría salirme con la mía sin que me mirara como un idiota.

Una risa escapó de mis labios, y el resto de ellos no pudo evitarlo. Por Dios, ese pelinegro resultó ser más astuto de lo que ya todos pensaban. ¿Cómo había caído Nina tan rápido? El "efecto Tom Holland" era real, y la morena había caído ante ello como una hoja arrastrada por el viento.

Harrison habló:

— Definitivamente, te la has sacado con esto, Holland. — Le dio un par de palmadas en los hombros, su risa corta, pero sincera resonando en el aire. — Esto parece que será más fácil de lo que pensé.

Tom sonrió con una malicia que no podía ocultar.

—Para que veas, Hazz. Todo lo que quiero, lo consigo. Pobrecita Nina. —Suspiró con cinismo; su tono se volvió más frío. —Salió más tonta y estúpida de lo que imaginé. —Su risa fue profunda, y sus amigos no pudieron evitar unirse a ella, riendo con él, como si cada palabra que salía de su boca fuera una verdad irrefutable.

Pero de repente, la risa cesó. Tom dejó de sonreír y su mirada se alzó, fija en algo que captó su atención al otro lado de la cancha. Un cambio sutil, pero notorio.

— Bien... Amigos, disimulen. — Su voz bajó al susurro, como si cada palabra estuviera cargada de una tensión que los demás no entendían.

Harrison, algo confundido, preguntó:

— ¿Qué? ¿Por qué?

Tom, sin apartar la vista, respondió con una calma inquietante:

—Nina se acerca.

—Nina se acerca

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.



Cama De Rosas (Tom Holland)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora