203 - Harún

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Tomé un taxi a la ciudad. Necesitaba ver gente, aclarar mis ideas. Sabah me dijo que debía llevar el cristal, lo puse en un bolsillo de mi chaqueta. 

Cerca de una avenida transitada me senté en una banca. Al lado se sentó una delgada señora de unos cincuenta años; tenía la apariencia de una ejecutiva de alto rango, elegante traje gris, collar de plata; abrió una revista sobre economía que leyó con atención. Entonces, un dato, una especie de información bajó a mi mente. En ese momento, no pude explicar cómo la obtuve. Solo sabía que la señora iba a morir, que era una persona de las millones de personas que iban a morir. Comprendí que el cristal me había dado esa información. 

Me puse de pie de inmediato y confundido, me uní a la multitud que caminaba. Poco a poco, el cristal, que saqué de mi chaqueta para acariciar, me fue dando más información. La multitud que me rodeaba tampoco sobreviviría. ¿Tan cerca estábamos del fin? Desde que conocí a Haruna me sentí parte de una película futurista, pero la sensación que se multiplicaba en todo mi cuerpo, esa energía que emanaba del cristal y me aclaraba el futuro, hacía que todo fuera más irreal. Imaginé a los ocho mundos paralelos como ocho condenados a muerte, de pie con los ojos vendados, delante de una pared de ladrillos corroídos, con grafitis que hablaban de todo lo que los seres humanos hicimos mal durante toda nuestra historia. Todo el sufrimiento de los olvidados estaba ilustrado allí. El dolor de familias enteras, el grito del hambre, los cadáveres de la guerra, los árboles que sangraban. Comprendí que no era mi imaginación, que el mismo cristal me hablaba. Una figura dorada, pequeña pero luminosa, se posaba en las cabezas de los condenados. Igual que en la visión anterior, la pequeña figura mutaba de forma constantemente; esto sucedía sobre las cabezas de todos los hombres, menos en la de uno, que temblaba en el extremo derecho. La figura tranquilizaba a los otros, abría sus vendas mágicamente y los hacía recuperar el aliento que el miedo les había quitado. Los volvía tan luminosos como la misma figura, y así como brillaron, fueron desapareciendo dejando al octavo hombre solo, rodeado de sombras que se le acercaban. Volví a guardar el cristal en el bolsillo de mi chaqueta. No podía soportar esa visión. Sentía todo el miedo del octavo hombre, toda su impotencia. 

Mientras más caminaba entre la multitud, más seguro estaba de que me rodeaban futuros muertos. Varias veces durante el trayecto, me senté en una banca para intentar relajarme. Pero las personas que se sentaban a mi lado —un joven lector de comics, un niño con un globo flanqueado por sus padres, una señora que alimentaba a las palomas—, también eran parte de los futuros muertos y eso me alteraba. Volvía a caminar, quería tomar un taxi de vuelta a la casa de Diana, pero a la vez, quería quedarme allí. ¿Acaso el cristal me lo pedía? ¿Quería que encuentre algo? 

Doblé por calles menos concurridas, para entrar a otras llenas de gente. Me quedé viendo televisores en vitrinas de centros comerciales. Proyectaban una noticia sobre una ballena varada en el río Sena, cerca a la Catedral de Notre Dame. La gente alrededor de la ballena se asombraba de algo así, luego un hombre revelaba que la ballena en verdad era una escultura muy real, que él era un artista preocupado por la ecología. Pero de repente dice "también es un llamado a nuestro niño interior que está intrigado por lo que es real y lo que no lo es". Volví a caminar entre las personas. "Lo que es real y lo que no lo es", pensaba. "un llamado a nuestro niño interior", me repetía. "Sé que es demasiada información para procesar" me había dicho Sabah ayer. Quise descansar, regresar a casa. Me acerqué hacia la avenida, de nuevo entre la multitud. A unos metros de distancia, una madre cogía de la mano a su hija; esperaban el bus en el paradero. La niña volteó para verme. Tenía parte del cabello pintado de color azul. Sobre ella, flotaba la pequeña figura de mis visiones anteriores, la figura dorada que mutaba de lados. El bus llegó y ambas subieron. Desde la ventana, incluso cuando el bus arrancó, la niña no dejó de observarme.

FANFICTION - La estrella de Haruna (Segunda parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora