Capítulo 4

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Recibió docenas de abrazos cuando salió a la calle, palabras de ánimo, sonrisas y lágrimas. Lejos de lo que creía, fue un recibimiento increíblemente dulce y alegre, el clan Himitsu había decorado sus calles con motivos festivos, y la fiesta se había extendido por el resto de la ciudad. Naevia paseaba cómodamente junto a Yu y Yume, quiénes no se separaban de ella. Pese a que le hablaban, no los escuchaba realmente, asentía y seguía mirando su alrededor. No llegaba a creer que estuviese ahí, realmente, no después de todo lo que había pasado. La gente, de algún modo, celebraba su llegada, y aunque no podía evitar el sentimiento cálido que inundaba su pecho, se preguntaba si realmente la única que seguía pensando en sí misma como una asesina, era ella.

—Naevia. —Esa voz se le hizo sumamente conocida, y al girar, se topó con la dulce mirada de Hinata. Siquiera tuvo tiempo de responderle, que sus pequeños brazos al rodearon con fuerza. La peliblanca era más alta, así que abrazó sus hombros. Cerró los ojos, sintiendo como las lágrimas se acumulaban en ellos.

—Hinata... —susurró, alejándose de ella, aún con las manos posadas sobre sus hombros—. Me alegro mucho de volver a verte.

La Hyuga se llevó uno de sus largos mechones tras la oreja, con una sonrisa cálida en sus labios—. Me alegro de que estés bien.

Un brazo rodeó su cintura, y Yume se inclinó sobre ella, con una risa contagiosa brotando de ella—. ¡Todos nos alegramos! ¡Y tenemos que celebrarlo!

—¿Estás borracha? —inquirió la peliblanca, cruzada de brazos.

—Puede... —Volvió a reírse. Al ver que amas la observaban fijamente, alzó la mano en un saludo y se marchó de allí, en busca de algo más que beber. Yu rio.

—Ya sabéis como es... cuando está contenta, también está descontrolada —murmuró, mientras entrelazaba su mano con la de Naevia. Ésta las observó durante unos segundos unidas, para sonreírle.

—Debo irme —dijo Hinata, observando tiernamente el cariño que profesaban entre sí. Le dio un último beso en la mejilla a la peliblanca, y se marchó de allí, a paso apresurado. Durante un rato el silencio reinó entre ambos, y aunque para el pelinegro no resultaba incómodo, para la chica sí, que movió su cabeza para mirar alrededor, hasta que sintió como le tironeaba de la mano.

—Ven, quiero que veas a alguien.

Se dejó llevar en silencio, de nuevo, mirando su mano fundida con la de él. El contraste de colores era increíble, si piel dorada con la suya, blanca como la nieve. La suya estaba fría, y la de él emitía un calor agradable que se expandía al resto de su brazo. Parecían haberse vuelto totalmente opuestos.

El bar estaba a rebosar, donde el alcohol corría de un lado a otro. Nada más entrar, muchos la saludaron efusivamente, a quiénes respondió educadamente, con tímidos ademanes. Durante unos segundos Yu se perdió entre la multitud, y la peliblanca se removió insegura, buscándolo con la mirada, sintiéndose incómoda con toda aquella gente a su alrededor.

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