II

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Milagros era una chica menuda, su lacia y negra cabellera, le llegaba a escasos centímetros de la cintura, lo cual aprovechaba para cubrirse el rostro lo más que podía, su piel trigueña le daba un aire de frescura y simpatía, propia de muchas mujeres huamachuquinas, sus medianos ojos negros, la hacían parecer recién levantada de la cama, con mucho sueño y ganas de seguir durmiendo, rara vez mostraba una sonrisa, pero cuando lo hacía, era difícil no sentir ternura ante una sonrisa tan natural y encantadora, realmente atractiva a sus quince años, vestía ropas muy sucias y desgastadas, vivía en una pequeña casa en el barrio de la Cruz Blanca, acompañada de su progenitor, un hombre llamado Adrián, aficionado a las apuestas que muy pocas veces se le podía ver sobrio. Milagros bajaba a la plaza de armas todos los días muy temprano, era ya costumbre para los habitantes, verla parada en alguna esquina, ofreciendo los pocos caramelos que vendía en una bolsa sucia y desgastada como sus ropas, esa era quizá la razón por la que conseguía vender muy poco y el dinero que llevaba a casa era insuficiente para alimentar a su padre y a ella, muchas veces se había quedado sin probar bocado de la comida que ella misma preparaba, pues debía servir primero a su padre, que se ponía de mal humor si la comida no era de su agrado, en más de una ocasión se vio obligada a tomar sin permiso alguna manzana que encontraba en el mercado central, mientras los fruteros intentaban comprender lo que ella pedía, y gritaban muy fuerte el precio de los productos, pensando que también era sorda. De hecho, si algo le funcionaba bien, eran los oídos, sabia distinguir a personas con solamente escucharlas, sin la necesidad de asomarse a ver quién era el que se aproximaba.

A pesar de sus escasos conocimientos ── pues nunca había ido a la escuela ── se sabía casi de memoria la historia de Huamachuco, sus personajes ilustres y fechas importantes a recordar, le apasionaba la historia, en más de una ocasión y con el pretexto de vender sus dulces, se había parado a escuchar a guías turísticos hablar con tal fluidez sobre la historia de la cuidad.
Sabía sumar y restar, sabia dar el cambio si alguien le daba más de lo que realmente costaban los caramelos, a veces demoraba un poco, pero era sorprendente ver como cada día aprendía nuevas cosas. También le gustaba la música, aunque casi nunca la entendía ni sabía cómo se llamaba la canción que tantas veces había escuchado al pasar por la calle Balta, en especial disfrutaba de melodías suaves y letras que hablaban de amor.

A su edad, entendía a la perfección los conceptos de la vida y la muerte, temas de los que le gustaba oír hablar al padre Erasmo, el sacerdote joven que había en la ciudad, quien se había convertido en su único amigo, a quien acudía en momentos de soledad, un amigo que estaba dispuesto a consolarla sin preguntar qué era lo que sucedía ── quizá porque sabía que por más que lo hiciese, no obtendría respuesta ── fuese cualquiera la razón, a Milagros le gustaba la actitud de su joven y atractivo amigo sacerdote. Sabía también gracias a Erasmo que existía Dios, pero comprendió que se había olvidado de ella, y tenía desde hace mucho tiempo planeado acabar con su vida, quizá así sería mejor, según el sacerdote, después de la muerte le esperaba una mejor vida, una vida que ella ansiaba desde pequeña, pero que en respuesta, esta se encargó de abofetearle fuertemente.

Milagros se detuvo a contemplar desde la pileta el imponente campanario, le gustaba el repicar de las campanas, aunque nunca había asistido a misa, a pesar que su amigo Erasmo le había invitado en varias ocasiones.

Era temporada de invierno, así que era raro ver sol en aquellos días, la joven se sentó al filo de la glorieta a comer una manzana que la habían regalado en el mercado, el sol parecía quemar más de lo normal, puso la mano por encima de sus ojos para peotejerce de los rayos del astro rey y contempló nuevamente el campanario, eran casi las once de la mañana, sabía que estaba retrasada con el almuerzo, pero confiaba que su padre no se dé cuenta, pues la noche anterior, había bebido mucho, y cuando ella se levantó para hacer el desayuno, encontró a su progenitor sentado y profundamente dormido en una silla de la cocina, con la cabeza hacia arriba y roncando, el fuerte hedor a licor, llenaba todo el lugar, por esa razón, la muchacha salió de su casa y no le provocaba llegar tan temprano, metió la mano a un costado del pantalón jean azul desgastado que vestía y sacó unas pocas monedas, este día le había ido fenomenal, pensó ella, sacó cinco soles y los palpo sin creer que eran suyo, se levantó y corrió a la tienda que le abastecía de dulces y con el dinero que tenía separado, indico con el dedo en alto al bodeguero, que le vendiera un bolsa de aquellos caramelos rellenos de frutas que tanto gustaba a la gente, por eso lograba vender un poco más.

Milagros (Serie Amar -Te Duele 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora