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Adrián daba vueltas en círculo en su pequeña casa, era casi la hora en la cual acostumbraba almorzar y Milagros, su hija aún no regresaba de la calle. Estaba completamente sobrio, quizá era uno de los pocos días que permanecía tan sobrio como ahora, pero tenía muchas cosas en que pensar y el alcohol como arte de magia había desaparecido de su cabeza, aunque por momentos, los repentinos escalofríos le hacían desear una copa de licor, la cabeza le dolía tanto que temía que en algún momento a otro le llegara a explotar, pensaba en la chica, ¿Cómo tomaría la noticia? Pensaba también en Lázaro; en qué hora aceptó su propuesta, no lo entendía; quizá una de las maneras más fáciles que se le venían a la mente era huir con Milagros a otra ciudad quizá allí las cosas sean más fáciles, además estaba acostumbrado a pasarla mal todos los días, la muchacha podría conseguir trabajo en otra ciudad también, incluso él aunque se consideraba un inútil sin remedio, podría conseguir un trabajo estable para poder sobrevivir. Pero el temor que le producía Lázaro era más fuerte que cualquier otra cosa, disipó todas las alternativas que tenía pensado y trató de buscar otra más adecuada, al huir ponía en peligro su vida y la de Milagros también, su amigo era una persona muy influyente y corrupto, no pararía hasta dar con él.
La puerta se abrió instándole a interrumpir sus pensamientos.

──Eres tu── Pronunció las palabras pesadamente clavando la miraba en la muchacha que se encontraba parada delante de él──. ¿Dónde has estado toda la mañana?

Ella mostró la bolsa de caramelos y el hombre asintió satisfecho por la respuesta de su hija. Milagros se acercó con cuidado a su padre detectando un ligero aire de turbulencia en sus ojos. Lo observó de cerca comprobando que algo malo le estaba ocurriendo.

──¿Acaso tengo monos en la cara? ── gruñó Adrián elevando ligeramente la voz.

La muchacha se asustó al escucharlo hablar y se alejó temiendo una reprimenda. Negó con un ligero movimiento de la cabeza y caminó ha a la cocina para preparar el almuerzo.

El hombre prendió el televisor y se sentó frente a el, pero hacía caso omiso de la programación, seguía perturbado en sus pensamientos, parecía no importarle lo que sucedía a su alrededor.

Para Milagros lo más raro era ver que no había probado ni una gota de alcohol por horas. Nada le hacía borrar la sonrisa que la muchacha tenía en el rostro, el haber conocido a Yusséf le cambió el brillo en la cara, ahora se sentía inmensamente feliz, no sabía que era aquella extraña sensación y las mariposas que sentía en el estómago cuando pensaba en él y sus dulces canciones, se sentía algo ridícula y a la vez confundida, la sonrisa que le provocaba pensar en él no tenía ninguna explicación lógica.

Cuando hubo terminado de servir el almuerzo se acercó a su padre tratando de llamar su atención, pero este seguía como ido, con la mente en otro planeta. La muchacha no tuvo más remedio de jalonearle de la camisa hasta que este logró detectar su presencia, Milagros lo tomó de la mano y le señaló la mesa, el hombre asintió sin decir palabra; se levantó y contempló a su hija como rara vez lo había hecho. Sus achinados ojos le cautivaron sobremanera emitiendo de él una sonrisa, la misma que fue recompensada por un roce de la muchacha en su mano, sintió un cosquilleó, apretó con ternura la frágil mano de su hija e hizo un ademan para apartarle el cabello de la cara, ella no opuso resistencia. El hombre contemplaba lo hermosa que era la muchacha y dejó rodar una lágrima por sus mejillas. Milagros frunció el ceño y ladeó un poco la cabeza sin comprender por qué su progenitor estaba llorando. Levantó una mano y la llevó a su mejilla limpiando sus lágrimas, Adrián aumentó su sonrisa, ella también lo hizo. El hombre acerco a la muchacha a sus brazos, pero fue rechazado de inmediato, no soportaba que ningún hombre se acercara a ella de esa manera ni siquiera su padre tenía el permiso para hacerlo, pero no pudo luchar con la fuerza de Adrián y se dejó llevar por el momento, apoyó la cabeza sobre su pecho, sintió muy fuerte y claro la respiración agitada de su padre. Se sentía extraña no recordaba tal afecto de su padre, “¿así era como se sentía un abrazo?” pensó la muchacha dejando rodar las lágrimas “es maravilloso” dijo para sus adentros, suspiró y se sintió complacida por la extraña manera en que estaba su padre mostrando un cambio repentino.
De pronto, el hombre la alejó sin dejar de tomarla por los hombros, contempló el rostro de su hija y ahora era él quien limpiaba las lágrimas de la muchacha.

──Te ves hermosa── declaró.

Milagros se ruborizó y dejó caer más lágrimas por sus pequeños ojos, se alejó cuidadosa del abrazo de su padre y avanzó a la mesa, fue seguida de inmediato, ambos se sentaron a la mesa en silencio, Adrián no volvió a decir nada durante todo el almuerzo.

Cuando terminaron, Milagros inclinó la cabeza como siempre lo hacía mostrando su gratitud por los alimentos, se levantó y recogió los platos vacíos, entro en la cocina para lavarlos y desde allí escuchaba las palabras de su padre.

──Iremos al médico.

Ella frunció los labios sin estar segura de lo que estaba escuchando “¿medico?” pensó rascándose la cabeza.

El hombre se acercó a la puerta de la cocina apoyando el brazo en la pared mientras hablaba.

──Debe haber alguna cura para tu mudes.

Milagros alzó los hombros sin asentir ni negar algo, estaba confundida.

──¿Acaso no te gustaría hablar? ── interrogó su progenitor.

Lo pensó un momento antes de dar una respuesta, luego, indecisa aún asintió con temor.

──No se diga más, iremos al doctor para ver si tienes remedio.

Luego de esto el hombre salió de la casa sin decir palabra alguna, dejando aún más confundida a Milagros.

Milagros (Serie Amar -Te Duele 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora