La Arena

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Mis rodillas cedieron y me desplomé sobre la arena, levantando una nubecilla de polvo a mi al rededor. Mis palmas se quemaban ante el implacable calor de la arena, se sentía como poner las manos sobre una hornalla de cocina. Mi respiración era superficial y ya ni siquiera podía sudar, por lo que el trapo que llevaba en la frente se secaba a una velocidad vertiginosa, y a medida que su humedad se desvanecía, mi temperatura corporal aumentaba. Me sentía mareada y estaba muriendo de cansancio, la boca me sabía a metal, y lo único que quería era dormirme en un lugar fresco luego de tomar litros de agua. No me importaba que cualquiera apareciera ahora mismo y acabara conmigo, casi lo deseaba... lo hacía, mi corazón saltaba emocionado con la idea de morir y dejar todo esto atrás, todo el dolor, el cansancio, el calor, todas las noches que me acurruqué en el rincón mas oscuro de un callejón y me cubrí con lo que encontrara para pasar los fríos inviernos del distrito, todas las tardes que miraba los escaparates de tiendas de comida mientras mi estómago rugía como un monstruo, todas las miradas de pena de mis compañeros de distrito y las de desprecio de aquellos del Capitolio. Quería cerrar los ojos y aparecer en un lugar mejor... quizá el paraíso o quizá...

La imagen de Evan y yo lanzando piedras al lago de aquel diminuto parque en medio del distrito me golpeó tan fuerte como una patada en el estómago. Pensaba en un lugar feliz y él cruzaba mi mente... quería volver, lo quería con todas mis fuerzas, incluso más que morir, pero no podía, no podía ganar; no podía regresar si no era en una caja de madera, seca como una pasa de uva. Yo no era suficientemente buena.

Iba a morir en este desierto.

Levanté los ojos de la arena y miré adelante, hacia una mata de plantas resecas, sabía que debía haber una cámara ahí. Respiré pesadamente e inútilmente traté de tragar. Recordé por un segundo las palabras de Noelene que siempre solía repetir, "estamos rotos, y las piezas se separan un poco mas cada día". Era cierto, estábamos rotos, por eso, por mucho que pensamos que podemos hacerlo solos es una mentira, necesitamos a alguien que nos sostenga cuando nuestros brazos se cansen.

- Algún día alguien va a abrazarte tan fuerte que todos tus pedazos van a volver a juntarse - dije con voz ronca a la cámara y me dejé caer sobre la arena.

Moví las manos intentando volver a levantarme, pero era inútil. Me revolví como pude, buscando enterrarme en la arena. Era lo que me esperaba, ¿Por qué no empezar a acostumbrarse?

Abrí los ojos y un destello plateado a mi derecha me obligó a girar la cabeza. Todavía me encontraba tumbada en la arena, viva, completamente expuesta, usando ese estúpido mameluco que nos pusieron antes de entrar aquí, cubierta solo mi frente del calor infernal por la tela de mi camiseta que hacía mucho había dejado de ser húmeda y ahora era solo un trapo endurecido y roñoso que me cubría el rostro. A mi lado había una tela plateada. Un paracaídas.

Estiré el brazo para agarrarlo, pero era mas pesado de lo que mi brazo podía soportar en mi estado deshidratado. Rodé para que ambos brazos pudieran alcanzar la tela plateada y apenas la tocaron, mis dedos sintieron algo deliciosamente fresco debajo. Me incorporé rápidamente y tomé el objeto como si fuera lo mas precioso que hubiera tenido jamás en las manos. Descorrí la tela y me encontré con una sencilla botella de plástico transparente, llena de un líquido azulado y cubierta de tierra. La sacudí apenas hacia la boca y desenrrosqué la tapa como si la vida se me fuera en ello, y de hecho así era.

Bebí uno, dos, tres tragos, y entonces mi conciencia me cacheteó tan duro que casi lo sentí fisicamente. Me atraganté con el último trago y me obligué a alejar el precioso líquido de mis labios. Tapé la botella de nueva cuenta y la observé mientras sentía mi cuerpo hidratarse lentamente.

No parecía mucho mas que una simplona botella, pero me había salvado la vida. Miré de nuevo el paracaídas, pero no había ninguna tarjeta del patrocinador. Sacudí la tierra de la botella un poco, hasta que en uno de los lados apareció garabateada una frase corta hecha con plumón negro. Era una caligrafía descuidada y el plumón estaba por quedarse sin tinta, pero sentí mi corazón detenerse cuando la leí.

Serás tú. Vuelve.

Me contuve de perder mi escasa hidratación en lágrimas y me desenterré a mi misma de la arena para luego salir de ese maldito desierto y luego, de estos estúpidos juegos.

My perfect tributeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora