Capítulo 9

17 6 6
                                    


Y allí estaba la respuesta del por qué Amapola no hacía reuniones familiares ni cosas por el estilo. Me mantuve callado.

—Yo tenía nueve, me había quedado en la casa de mi abuela porque Jazmín, mi hermana, tenía un torneo de patín artístico y debía viajar a la otra punta de la provincia, pero yo no quería ir porque estaba peleada con ella. Papá tuvo que tomar un camino de montaña peligroso para atravesar el monte Doble Manija —habló con dificultad—. Cayeron por un acantilado en un giro —sollozó.

No supe qué decir, ninguna palabra encajaba para expresar lo que estaba sintiendo. La empatía que sentí por Amapola fue mayor que la que sentí por cualquier persona jamás. Lo único que hice fue abrazarla por los hombros.

—Pero aún hoy en día, dieciséis años después, creo que lo peor de todo fueron las últimas palabras que le dije —tartamudeaba con lágrimas brotando de sus ojos color avellana—: "Ojalá te tuerzas un tobillo".

La estreché aún más contra mí.

—Y vaya se cumplió mi deseo —dijo arrojándose veneno a ella misma.

—No digas eso, hayas dicho lo que hayas dicho, igualmente lo que pasó iba a pasar.

—Ya lo sé, intenté decírmelo a mí misma durante dieciséis años, pero no puedo evitar sentirme culpable —lloraba.

—Ahora estoy yo para recordártelo, no tienes por qué afrontar esto sola —habíamos parado de caminar y la estaba abrazando.

—Cuando mi abuela murió, quedé sola y mis amigos me ayudaron —siguió diciéndome—. Para mí, tú eres lo más cercano a una familia que tengo, por eso odio cuando discutimos.

—Y yo odio cuando te pones así —le susurré en el oído y luego besé su frente—. Vamos a casa, hace frío.

—Gracias, Ciro —agradeció—. Por todo.

Estábamos mirándonos a los ojos. Era el momento perfecto y ambos lo sabíamos.

Lentamente me acerqué a ella, coloqué mi mano en su mejilla, elevé su cara y la besé sin darle tiempo para echarse hacia atrás; si lo quería hacer debía hacerlo en ese momento.

En ese momento pude afirmar que, en mis veintiocho años, nunca había besado a alguien con tanta intensidad.

—No me agradezcas lo que hago por ti —le dije en la boca una vez que nos separamos—. Yo debería agradecerte por todo lo que haces por mí, me diste un techo, comida, alegría y amor. Más de lo que alguna vez soñé.

—No me hables, no me gusta que nuestros labios se rocen —me reprochó.

—¿Por qué? —seguí acariciando sus labios con los míos— A mí me resulta muy placentero.

—Pues a mí no —contradijo—, estoy perdiendo tiempo que lo podría utilizar en un beso.

Con esas palabras me terminó de enamorar por completo. Ya no éramos desconocidos, sino mejores amigos, mejor dicho, amigos con derechos. Y no podía ser más perfecto.

La besé de nuevo, ésta vez con más pasión, dejando todo lo que sentía en aquella acción de amor, e intentando reparar los males que pasamos y los que estaban por venir.

AmapolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora