Capítulo 11

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Amapola regresó a su casa por su cuenta, yo le di unas horas para que piense y luego fui hasta el edificio en donde estábamos viviendo. Al abrir la puerta del ascensor me encontré con una desagradable sorpresa. En el pasillo había maletas, al lado de una puerta abierta que la identifiqué como la del departamento de Amapola.

Una alarma sonó en mi cabeza.

—¿Amapola?

—Ciro —respondió acercándose a la entrada a su casa—. Yo sé que nada de lo que sucedió fue tu culpa, pero me duele que mi segunda relación importante acabe de la misma manera que la primera.

—Esto no ha acabado todavía —le recordé.

—Sí, ha acabado —afirmó—, lo ha hecho desde el momento en que decidí que quiero soltarme de mi pasado. Si estoy contigo no lograré cumplir mi objetivo.

—El pasado no se suelta; se supera y se aprende a vivir con él.

—Pues yo no quiero eso, elijo la vía fácil.

—La vía fácil es de cobardes.

—Entonces soy una cobarde.

Mantuvimos la mirada por unos segundos. Luego cerró los ojos en un largo pestañeo, cuando los abrió, estaban llorosos.

—Por favor, no me hagas esto más difícil de lo que ya es —suplicó.

—Explícame por qué lo quieres hacer —pedí—, porque no te comprendo ni un poco.

—Cuando me hablaste de Irina, sabía quién era ella, había escuchado sobre sus historias, pero nunca la vi —contó descasando su cuerpo en el marco de la puerta—. Hoy cuando la vi, noté que era la misma mujer con la que me engañó Daniel.

—¿Te afecta que sea mi exnovia?

—Me afecta que me recuerdes a él besándola.

Suspiré profundamente.

—Vete —murmuró—. Y no me busques.

Y lo acepté. Ella era una mujer bastante grande e independiente, y podía tomar sus propias decisiones, luego tendría que asumir las consecuencias; al igual que yo.

Con pesadez tomé las maletas que se encontraban en el piso.

—¿Puedo buscar mi dinero? —pregunté— Lo guardé en mi habitación —la cual ya no era tan mía.

Asintió.

Recorrí por última vez el lugar con el que alguna vez me sentí a gusto, sin embargo, en ese momento no era lo mismo. Podía estar todo en su lugar, pero el ambiente se diferenciaba completamente a las otras veces en las que había estado allí.

Miré por última vez la habitación en la que dormía y tomé mi dinero. Revisé que no me quedara nada y salí. Agarré todas mis pertenencias y me dispuse a despedirme de Amapola.

—No me quiero despedir de ti, te lo dije mil veces, eres mi única familia.

—¿Por qué lo haces si no quieres? —cuestioné.

—Porque es lo correcto —musitó.

—¿Y quién decide qué es lo correcto? —pregunté desesperado— Haz lo que te guste hacer, no lo que sea correcto.

—Es lo que quiero.

—No, no quieres eso y lo sabes.

—Vete —ordenó.

No iba a seguir discutiendo, por lo que me dirigí hacia el elevador.

—Ciro —me llamó.

—Dime.

—Visita a tu familia, disfrútala mientras la tengas —me pidió.

—Eso haré —prometí.

AmapolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora