Capítulo 4

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—Bonito lío, pero no es nada comparado al mío —dijo alzando ambas cejas.

—¿A sí? —la reté— Quisiera escucharlo.

—Nadie dijo que iba a contártelo —me sentí herido.

Me quedé callado. No la conocía mucho, no debía sentirme afectado emocionalmente por lo que Amapola dijera o hiciese, sin embargo, me hallé tocado por lo que había dicho. Yo me abrí a ella como capullo al sol, pero ella se comportaba reservada conmigo. En cierto punto era entendible, recién nos conocíamos.

Luego de unos minutos noté que los párpados comenzaban a pesarme y que los bostezos se escapaban de mi boca.

—Supongo que me voy a dormir —hablé—. ¿Dónde está la cama que me prometiste?

—Primer puerta a la derecha —dijo señalando el oscuro pasillo que estaba al lado de la entrada al baño.

Fui hasta la puerta que me indicó y me adentré en la habitación. La cama tenía un edredón blanco. Las paredes eran grises y el piso era de madera. Todos los elementos combinaban bien y creaban una perfecta armonía, daba placer estar allí. Contrastaba tanto con la habitación que compartía con Irina que me sorprendió que me gustaran ambos sitios. Pero luego recordé que la única diferencia importante eran los colores de las paredes, la habitación de Irina estaba pintada de azul cielo.

Avancé hasta el mueble en donde dormiría y sentí que el colchón era mullido, me recosté en él y comprobé la hermosa sensación de comodidad que me transmitía ya desde antes. Sin titubear, me saqué los zapatos y mi vestimenta, quedando solo en ropa interior.

Esa noche dormí como un rey, el aroma a flores estuvo presente en toda la noche y dentro de mis sueños también.

***

En mi vida había despertado tan bien. Me levanté tarde, cosa que extrañaba más que nada, Irina siempre me ponía el despertador para que la despierte luego a ella haciéndole caricias, ridículo. Un olor dulzón me inundaba las fosas nasales cada vez que respiraba, y no era desagradable, de hecho, fue satisfactorio poder disfrutar de él.

Me despabilé en pocos minutos, cuando eso sucedió fui a la cocina para desayunar. Abrí la heladera con más confianza de la que debería haber tenido, y agarré el saché de leche entera. Serví una generosa porción del líquido en una taza amarilla, luego la puse a calentar en el microondas treinta segundos.

Cuando terminé de beber, busqué galletitas, pero no encontré ningún paquete. Cuando iba a volver a la habitación en la que había dormido, algo me detuvo antes de abrir la puerta, una pequeña nota la adornaba:

"La única condición que te impongo para quedarte en mi departamento es que me ayudes con la limpieza de éste, además de darte comida, te daré un sueldo semanal para que puedas independizarte. Si quieres agilizar el proceso, te invito a que consigas trabajo.

Amapola"

Sonreí al imaginar su dulce voz en mi cabeza. Pero en instantes, mi sonrisa desapareció al darme cuenta del arduo trabajo que me esperaba por lo que quedaba de la mañana y tarde.

AmapolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora