Capitulo 26

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Al ver sus ojos mi cabeza comenzó a hacer memoria de lo que había pasado.

Su entrada, el forcejeo y el ahorcamiento.

Su cuerpo se puso de pie y comenzó a caminar hasta mi marcando sus pasos contra el piso de madera hasta que estuvo frente a mí, su mano tomó mi barbilla y me obligó a alzarla aun así pusiera fuerza para no hacerlo. Sus ojos verdes se mantenían en los míos.

—Parece que nuestra bella durmiente ha despertado -—una ladina sonrisa se formó en su rostro.

—¿Qué es lo que piensas hacer conmigo? ¿Matarme? —el dolor en mi cuello debido a la fuerza provocaba que soltara una voz ronca junto con mi respiración agitada.

—No. No llegaría tan bajo como para hacer eso; al menos no en este momento —. Su mano soltó mi barbilla tirándola a un lado —tengo mejores planes para ti.

— ¿Alguno de ellos implica mi muerte? —preferiría estar muerta que estar en una misma habitación con él.

—No, pero tal vez tu libertad —. Aquella palabra llamó mi atención, pero no deje que esta se notara ya que podría utilizarlo en mi contra —. Claro después de realizar unos cuantos trabajos para mí.

Mierda.

—Fungirás el mismo trabajo que tenía Richard para ti: asesinar personas y encargarte de ellos —comenzó a caminar por la habitación moviéndose de un lado a otro —claro a nombre mío —volvió a detenerse frente a mí -. Eso será después claro, por ahora, cenaremos. Y más vale que te quites esa ropa con sangre y mugre —su mirada hacia mí se volvió una de desprecio —alguien del servicio traerá algo con que vestirte —. Como sí él no tuviera las manos manchadas de sangre de otros.

Me miro unos segundos más antes de retomar el paso y salir por la puerta que estaba a mis espaldas dejándome sola.

Mi mirada se centró en mi cuerpo reflejado en los extensos espejos de la habitación que abarcaban una pared completa, me levanté de la cama con dificultad debido a las contracciones musculares que tenía, mis pies se movieron intentando caminar, pero mi cuerpo fue tirado hacia atrás impidiendo mi paso, volví mi vista a lo que me retenía y mi mente se había olvidado de las esposas que mantenían sujeta a la cama. Aun así, desde esa distancia alcanzaba a verme a mí misma perfectamente.

Mi cara se veía demacrada para haber sido tal vez horas desde que dejé el refugio, tenía ojeras debajo de mis ojos y un labio reventado además de las conocidas marcas de forcejeo en mi cuello que volvían hacer presencia.

El recuerdo de Jason y los demás se me vino a la mente al recordar el refugio, mi mano libre recorrió los bolsillos de mis jeans en busca de mi teléfono, pero estos se encontraban vacíos. Anton había revisado mis bolsillos y saco las cosas de ellos. Mis ojos recorrieron el lugar desde mi posición en busca de algo que me ayudara, pero dentro de la habitación solo había la cama, dos mesitas de noche, un tocador, un reloj de cuerda en la esquina, los inmensos espejos y dos puertas que iban a saber dónde. Centré mi mirada en el reloj de cuerda que perfectamente podría ser de mi altura, las agujas marcaban las 5 de la tarde, la hora del forcejeo había sido a mediodía. Lo más probable es que me haya quedado unas horas dormida o tal vez un día entero.

El sonido de unos golpes hizo que mi atención se volviera a la puerta a espaldas mías haciendo que girara mi cuello.

—Pasé —logré decir con voz ronca volviendo a sentarme en la cama con mis manos cruzadas sobre mi regazo. La puerta fue abierta hasta la mitad permitiendo entrar a una muchacha de mediana edad. Su cabello era de un negro azabache con su piel más blanca que la nieve, Blanca Nieves fue como mi mente la apodó. Llevaba la clásica vestimenta de una sirvienta con su falda caída hasta los tobillos y el mandil blanco a sus rodillas, su cabello estaba recogido en un perfecto moño sin un cabello escapándose del amarre. Sus manos sujetaban lo que parecía una toalla y ropa, con otras cosas encima. Sus pies la guiaron hasta quedar frente a mí con mis ojos siguiendo cada uno de sus movimientos hasta que estuvo a escasos centímetros de mí. Dejó las cosas sobre la mesilla de noche y se acercó a las esposas que tenían atrapada mi mano.

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