Prólogo

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4:08 am...

La noche era cerrada, sin atisbo de estrellas por culpa de las nubes. La luna en fase creciente apenas podía brillar bajo aquel cumulo gris y que amenazaba con traer lluvia. A lo lejos se podían vislumbrar los rayos cayendo e iluminando parte del firmamento. Sujetó con su mano la copa de brandy y bebió hasta medio vaciarla. Le encantaba el espectáculo que podía llegar a brindar la naturaleza. Los humanos siempre pensaban que estaban en la cima del mundo, como si fueran dioses. Ella sabía que no era así.

A sus cuarenta y dos años estaba cansada, como si hubiera vivido más de cien. Una larga vida que se le antojaba extraña cada vez que echaba la vista atrás. Lo había perdido todo una y otra vez, y a pesar de ello había continuado avanzando... hasta esa misma noche. Quería poner punto y final a la situación. Se había escondido, había sufrido enormemente y sin embargo no capituló ni una sola vez.

Tosió bruscamente, derramando lo que quedaba en la copa y manchando el mantel de la mesa. Su boca le sabía a sangre y en su mano pudo corroborar con sus otros sentidos la presencia de ese líquido de color rojo resbalando tanto por esta como por la comisura de sus labios. Volvió a fijarse en el tajo que tenía en el vientre y por poco perdió el sentido, mareada. Sabía que esa herida era fatal y que sus horas estaban contadas. Incluso aunque pidiera ayuda y la hospitalizaran para poder salvarla estaría vulnerable durante el tiempo suficiente para que ellos tomaran la ventaja, y no podía llegar a tal extremo. La vida de millones de inocentes descansaba sobre sus hombros en ese mismo instante.

Levantándose a duras penas y perdiendo el equilibrio, logró aferrarse a la mesa. Se arrastró como pudo hasta llegar a su bolso y sacó papel y bolígrafo. Finalmente, avanzó con dificultad hasta la puerta, la abrió y dejó el paragüero de tal forma que no se cerrase. Volvió de nuevo y se sentó en la silla, redactando lo que serían sus últimas palabras. Una vez acabó, fue a la cocina y agarró el primer cuchillo que encontró. Lo sostuvo entre sus manos y sin dudarlo siquiera se apuñaló a sí misma, justo en el corazón. Su cuerpo, ya muerto, cayó al suelo y la sangre empezó a acumularse en el piso.

Había puesto fin a su vida, pero su legado apenas acababa de empezar.

La melodía de cuerdasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora