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Los potentes alaridos de mi abuela retumbaron por las paredes de toda la casa y me despertaron, dejándome algo alterado. Aunque sabía a lo que me enfrentaba.

"SÍ SÍ ESE, ESE ES MI ABANICO, VENGA, QUE NOS VAMOS" oí de fondo, tras ello, el chirrido de la puerta siendo cerrada.

Me levanté con cuidado de no despertar a Sarreth y me fijé en que Vic no estaba en su cama, incluso estaba hecha. Fui al baño para asearme, después bajé a la cocina donde me encontré con mi rubio amigo, el cuál se encontraba tomando su petit dejeuner, compuesto por un vaso con un líquido blanquecino, por supuesto leche, en el que se podía distinguir, recubriéndole, un polvillo de color castaño, por supuesto nesquik.

- Buenos días, estimado Víctor - saludé - .

- Buenos días Saúl, ¿puedo ofrecerte algo en lo que gustes desayunar?

- Oh, no es necesario, puedo servirme sólo, pero gracias - me acerqué a la encimera, donde yacía un vaso preparado, lo cogí y le añadí todo lo necesario para un buen desayuno, además de que me preparé una de mis tostadas.

Me senté continúo a mi compañero y ambos conversamos sobre algunos temas de interés, fue entonces cuando vimos entrar por la puerta a Sath, que lucía una camiseta larga como pijama, y el pelo revuelto, junto a una cara que apuntaba que se acababa de despertar.

- Buenos días chicos - y bostezó -.

- Buenos días - dijimos ambos al unísono.

Se dirigía a prepararse la que se conoce como la comida más importante del día cuando, con bastante apuro, me levanté y le agarré los hombros haciendo uso de las falanges de mis manos.

- ¡Espera! Tú siéntate, yo traeré vuestro desayuno.

Tal y como le había indicado, tomó asiento y yo le preparé todo para luego servírselo en la pequeña mesa.

- Muchas gracias - me dedicó una ligera y somnolienta sonrisa -.

Tras el desayuno subimos al dormitorio para vestirnos y, una vez que todos nos encontrábamos arreglados y listos para salir, dejamos la residencia y fuimos en dirección a la zona comercial del pueblo. Allí visitamos varias tiendas, no había mucha cantidad ni variedad, pero era suficiente para abastecer un pequeño pueblo como éste era. Fuimos a una tienda de souvenirs en la cual mis compañeros intercambiaron parte de su dinero por regalos para sus familiares. También visitamos la tienda de sombreros donde estaba el sombrero-silla en el que Sarreth había puesto tanto interés, adquirió y cumplió su deseo, y lo llevó puesto durante el resto de la mañana; de la cuál no podría destacar mucho más, todo transcurrió tranquilo, con la equitativa emoción de quien va de compras en un pueblo cualquiera situado entre campo y monte.

Cuando la posición del Sol empezó a indicar que se aproximaba el medio día, volvimos a casa para tomar nuestra comida, como mis abuelos no se encontraban en la casa fui yo quien cocinó para mí y mis dos amigos. Tras la comida, los tres descansábamos en el gran sofá, que ocupada la mayor parte del salón, hablando entre nosotros con la tele encendida, aunque prestando poca atención al aparato transmisor de comunicación audiovisual.

- Entonces, compadres, ¿en qué ocupar esta hermosa tarde? - les pregunté.

- Hoy el Sol golpea nuestros cuerpos con fiereza, ¿cabría la posibilidad de establecer lo que perece de día en el hogar?

- Oh, yo me traje algunos juegos de mesa para viajes, ¿os apetece jugar? - a Sath se le iluminaron los ojos como si de la noche más estrellada del año se tratase.

- Adelante - Vic ofreció una respuesta con antelación a mis palabras -.

Sarreth subió al piso de arriba, del que regresó 2 o 3 minutos más tarde con varias cajas de distinto tamaño cada una.

Y así, comenzamos nuestra tarde llena de un entretenimiento basado en fichas, dados y cartas. Nos hallábamos absortos en uno de estos juegos cuando el resonar del timbre llamó nuestra atención y me levanté para abrir la puerta.

- Hombre, pero ¡mira quién se ha dignado a dejar ver su presencia en el pueblo! - un pequeño perro, sostenido sobre dos de sus patas y un bastón de roble con toques dorados, de color castaño con ojos de la misma tonalidad y una boina grisácea, se hallaba ante mi en la puerta principal de mi hogareña casa - ¿Cómo estás mozalbete? - al principio mi cabeza se encontraba perdida entre una neblina que ocultaba mis más recónditos recuerdos en cuanto a aquel sujeto canino, pero no fue mucho el tiempo que transcurrió hasta que pude recordar quién era.

- ¡Pero bueno, si es el grandioso Walther Scholz! - le di mi mano y las sacudimos a modo de saludo - Te respondo orgullosamente que me encuentro en unas condiciones inmejorables. ¿Qué te trae aquí, Walther?

- Ja ja ja - el animal rió cual guerrero quien ríe en una taberna situada en época de dragones y mazmorras tras endulzar sus oídos con divertidas anécdotas aventurescas -. Verás, tu maravillosa abuela me ha llamado pidiéndome que trajese la cena, comida taiwanesa.

- Pues adelante, pasa la comida - Scholz fue un momento al compartimento de la parte trasera de su moto y sacó dos bolsas blancas en las que se podía ver el logo característico de su familiar negocio -. Estos son mis amigos Víctor y Sarreth - y ambos saludaron al pequeño animal -.

Luego de que Walther dejara la casa, degustamos nuestra exótica cena al tiempo que veíamos una película en la televisión, como hacía algo de frío en la noche, Vic estaba tapado con una manta y Sarreth y yo con otra. Al estar cubiertos por la misma sábana Sath y yo nos encontrábamos bastante cerca el uno del otro, lo que me resultó tanto agradable como incluso vergonzoso.

Cuando acabó la película, recogimos todo, y subimos al dormitorio donde estuvimos hablando los tres hasta que el sueño nos fue conjurado a todos.


Black Bow TieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora