Capilo 6

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CAPÍTULO VI

Cuando Hindley acudió a las exequias de su padre, traía una mujer con él, lo que asombró a todos los

vecinos. Nunca nos dijo quién era su esposa ni dónde había nacido. Debía carecer de fortuna y de nombre

distinguido, porque Hindley hubiese anunciado a su padre su casamiento en caso contrario.

La recién llegada no causó muchas molestias en casa. Se mostraba encantada de cuanto veía allí, excepto

lo atañente al entierro. Viéndola como obraba durante la ceremonia, juzgué que era medio tonta. Me hizo

acompañarla a su habitación, a pesar de que yo tenía que vestir a los niños, y se sentó, temblando, y

apretando los puños. No hacía más que repetir:

-¿Se han ido ya?

Y empezó a explicar como una histérica el efecto que le producía tanto luto. Viéndola estremecerse y

llorar, le pregunté que qué le pasaba, y me contestó que temía morir. Me pareció que tan expuesta estaba a

morir como yo. Era delgada, pero tenía la piel fresca y juvenil, y sus ojos brillaban como dos diamantes.

Noté, sin embargo, que cualquier ruido inesperado la sobresaltaba, y que tosía de vez en cuando, pero yo no

sabía lo que tales síntomas pronosticaban, y no sentía, además, simpatía alguna hacia ella. En esta tierra

simpatizamos poco con los que vienen de fuera, a no ser que ellos nos muestren simpatía primero.

Hindley parecía otro. Estaba más delgado y más pálido, y vestía y hablaba de un modo muy diferente. El

mismo día que llegó, nos dijo a José y a mí que debíamos limitarnos a la cocina, dejándole el salón para su

uso exclusivo. Al principio pensó en acomodar para saloncito una estancia interior, empapelándola y

acondicionándola, pero tanto le gustó a su mujer el salón con su suelo blanco, su enorme chimenea, su

aparador y sus platos, y tanto la satisfizo el desahogo de que se disfrutaba allí, que prefirieron utilizar

aquella habitación como gabinete.

Los primeros días, la mujer de Hindley se manifestó satisfecha de ver a su cuñada. Andaba con ella por la

casa, jugaban juntas, la besaba y le hacía obsequios, pero pronto se cansó, y a medida que disminuía en sus

muestras de cariño, Hindley se volvía más déspota. Cualquier palabra de su mujer que indicase desafecto

hacia Heathcliff despertaba en él sus antiguos odios infantiles. Le hizo instalar en compañía de los criados

y le mandó que se aplicase a las mismas faenas agrícolas que los otros mozos.

Al principio, Heathcliff toleró bastante resignadamente su nuevo estado. Catalina le enseñaba lo que ella

aprendía, trabajaba en el campo con él y jugaban juntos. Los dos iban creciendo en un abandono completo,

y el joven amo no se preocupaba para nada de lo que hacían, con tal de que no le estorbaran. Ni siquiera se

ocupaba de que fueran a la iglesia los domingos. Cada vez que los chicos se escapaban y José o el cura le

Cumbres Borrascosas-Emily Bronte (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora