Capítulo 34

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CAPÍTULO XXXIV

Llegó el otro martes, Earnshaw estaba aún imposibilitado de trabajar. Me hice cargo enseguida de que en

lo sucesivo no me sería fácil retener a la señorita a mi lado como hasta entonces. Ella bajó antes que yo y

salió al jardín donde había divisado a su primo. Al ir a llamarles para desayunar, vi que le había persuadido

a arrancar varias matas de grosellas, y que estaban trabajando en plantar en el.espacio resultante varias

semillas de flores traídas de la «Granja». Quedé espantada de la devastación que en menos de media hora

se había producido. A Cati se le había ocurrido plantar flores precisamente en el sitio que ocupaban los

groselleros negros a los que José quería más que a las niñas de sus ojos.

-¡Oh! -exclamé-. En cuanto José vea esto se lo dirá al señor. ¡Y no sé cómo va usted a disculparse! Vamos

a tener una buena rociada, se lo aseguro. No creía que tuviera usted tan poco seso, señorito Hareton,

como para hacer ese desastre porque la señorita se lo haya dicho.

-Me había olvidado que eran de José -repuso Earnshaw desconcertado-. Le diré que fue cosa mía.

Solíamos comer con el señor Heathcliff, y yo ocupaba el lugar del ama de casa, repartiendo la comida y

preparando el té. Cati acostumbraba a sentarse a mi lado, pero aquel día se sentó junto a Hareton. No era

más discreta en sus demostraciones de afecto que antes lo fuera en las de hostilidad.

-Procure no mirar ni hablar mucho a su primo -le aconsejé al entrar-. Es seguro que ello ofendería al

señor Heathcliff y le indignaría contra los dos.

-Haré lo que me dices -repuso.

Pero al cabo de un momento empezó a dar a Hareton con el codo y a echarle florecitas en el plato de la

sopa.

Él no osaba hablarle, ni casi mirarla, pero ella le provocaba hasta el punto de que el muchacho estuvo dos

veces a punto de soltar la risa. Yo arrugué el entrecejo. Ella miró al amo, que al parecer estaba absorto en

sus propios pensamientos, como de costumbre. Se puso seria, pero al cabo de un momento empezó otra vez

a hacer niñerías y esta vez Hareton no pudo contener una ahogada carcajada. El señor Heathcliff dio un

respingo y nos miró. Cati le miró a su vez con el aire rencoroso y provocativo que él odiaba tanto.

-Da gracias a que estás lejos de mi alcance -dijo él-. ¿Qué demonio te aconseja mirarme con esos infernales

ojos? Bájalos y procura no recordarme que existes. Creí que te había quitado ya las ganas de reírte.

-He sido yo -murmuró Hareton.

-¿Eh? -preguntó el amo.

Hareton bajó los ojos y guardó silencio. Heathcliff, después de contemplarle un instante, volvió a quedar

taciturno y se sumio en su comida y en sus meditaciones. Terminábamos ya y los jóvenes se habían

levantado discretamente, lo que disipó mi temor a nuevas complicaciones, cuando José se presentó en la

Cumbres Borrascosas-Emily Bronte (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora