CAPÍTULO VEINTICINCO

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RELAPSE CAPÍTULO OCHO; PARTE TRES

Siguieron durante unos diez minutos más el coche de Mycroft hasta llegar al centro de la calle Whitehall, donde se encontraba el ministerio de defensa, introduciéndose en un parking subterráneo bajo el edificio.

―¿El ministerio de defensa? ¿En serio? ― preguntó John al salir del coche, mientras Mycroft hacia lo propio en otra plaza delante de la de ellos, junto con Anthea.

―James Moriarty es la mayor amenaza de este país desde la Segunda Guerra Mundial― comentó Sherlock―. Es más preocupante el hecho de que no lo hayan hecho antes.

Siguieron al mayor de los hermanos y a su asistente por el Parking hasta llegar al ascensor en el que Anthea pasó una tarjeta por una especie de escáner sin levantar la mirada de su móvil.

―Mycroft, por curiosidad, ¿qué la tienes haciendo todo el santo día para que se pase pegada al teléfono móvil? ― inquirió Amelia, mirándola de malas maneras.

Sherlock soltó una carcajada seca antes de que su hermano hablase― Es por precaución.

―¿Precaución? ― inquirió John.

―Cada vez que habla, señor Watson, es para hacer una pregunta― explicó Mycroft.

―¿Qué hiciste? ― inquirió Amy a Sherlock, deduciendo que tenía algo que ver en aquella medida.

―Hubo una época en la que el entretenimiento de Sherlock era, bueno― comenzó a decir Mycroft con una sonrisa ladina y de disgusto―. Entretener a mis asistentes.

―¿Entrete...? Oh, Dios― soltó John, cruzándose de brazos y tapándose la cara con una de sus manos.

Amy unió los labios en una fina línea, recordando lo que le había dicho Sherlock sobre que no necesitaba recurrir a mujeres de compañía para mantener relaciones.

―Conoces a tu hermano― comentó mirando para otro lado y agradeciendo hasta cierto punto que aquella mujer no hubiera levantado los ojos―. Eso no es una medida de precaución― dejó caer, sacando su teléfono móvil del bolsillo de la gabardina.

―Ha funcionado hasta ahora― respondió Mycroft.

―Porque se convirtió en algo aburrido― sentenció Sherlock.

―Como si hacerlas mantener su cabeza pegada a una pantalla pudiese evitar que Sherlock hiciera algún movimiento― añadió Amy, guardándose el teléfono mientras que el que Anthea tenía en su mano comenzaba a sonar.

La mujer levantó la mirada, sorprendida y confusa, pasando sus ojos sobre ella y después sobre Mycroft cuando la propia Amelia le guiñó un ojo.

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