Prólogo: Ejercer presión.

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Todo comenzó en octubre. Donde empieza a sentirse el frío del invierno pero aún está el calor del verano.

Jugaba con mi anillo de casado. El cual estaba en mi dedo anular y el cual solo me retiraba por las noches cuando me acostaba a dormir. Eran las once de la noche y John estaba aún arriba, tratando de dormir a Arthur que parecía tener tanta energía como si se hubiese bebido todo el café de la cafetera.

Seguía jugando con mi anillo, porqué Arthur había acaparando a John como todas las noches, y ahí estaba yo completamente solo y esperando que mi esposo volviera y hiciéramos cosas de parejas que teníamos, desde que nuestro hijo había llegado, sin hacer.

Nunca culparía a Arthur de la decadencia de mi matrimonio. No a Arthur que era la luz de mis días y me hacía sentir que ser padre era un regalo. Pero algo era cierto, cuando te casas y tienes hijos, las cosas cambian.

Dos son compañía, tres son multitud. Incluso si el tercero era tu hijo. Ya no tienes tiempo para hacer las cosas que solías hacer, ya no tienes privacidad ni en tu propio espacio. Tu paciencia se agota, tus energías se gastan y tus deseos se limitan.

Y es que verdaderamente, así es como se acaban los matrimonios. No se acaban de un día para otro cuando tú y tu esposo tienen una pelea que todo el maldito y chismoso vecindario escucha. No.

Todo empieza a desmoronarse cuando empiezan a ignorarse, cuando ya no se sienten cómodos pasando tiempo juntos. Cuando empiezas a pasar más tiempo en el trabajo para no verlo más. Cuando empiezas a fijarte en otras personas.

Es como ejercer presión a una botella. Ejerces presión con tu indiferencia, con tus mentiras y tus faltas, hasta que la botella, finalmente, se rompe.

Y sin saberlo, esa vez fue la primera vez que ejercí presión, cuando me fui a dormir sin John y sin pasar el tiempo juntos que siempre tratábamos de pasar.

Es que yo había pensado que eso no era importante. Pero como siempre, estaba equivocado.

La segunda vez que ejercí presión, fue cuando al día siguiente, me fui sin desayunar porqué no quería hablar con John esa mañana.

La tercera vez, fue cuando le mentí a John diciéndole que haría horas extras en el trabajo cuando en realidad fui a casa de Colt, a ver un partido repetido de baloncesto.

La cuarta vez, fue cuando dejé de decirle lo guapo que se veía por las mañanas. ¿Cómo le diría qué se veía guapo, de todas maneras? Cuando ni siquiera le miraba o prestaba atención la mayor parte del día.

La quinta vez, fue cuando empecé a olvidar buscar a Arthur en el colegio.

Y un grupo de innumerables veces que empecé a ejercer presión sobre esa botella, que parecía dispuesta a no romperse. Porqué era una botella fuerte, la más fuerte de todas. Pero nada dura para siempre.

La vez que todo se rompió en miles de pedazos, fue cuando empecé a fantasear con uno de los pasantes de la oficina. Ese que usaba pantalones ajustados y te miraba con sus ojos grandes y verdes. Finn Bálor. Muy joven para mí, pero no era como si importara.

Empezamos a coquetearnos discretamente en la oficina. Pedirme la engrapadora era una buena táctica para empezar a tocar mi cuello sin que nadie nos mirara.

Luego, las fiestas en la oficina era la sede perfecta para empezar a llevar las cosas a tercera base. La primera vez que nos besamos fue en la oficina de mi jefe, el cual estaba en la fiesta como todos los demás.

Y duramos viéndonos a escondidas por dos meses. Hasta que pasó lo que tenía que pasar y mi esposo nos descubrió.

Fue por culpa de las pruebas en mi celular. John lo había tomado pensando que era el suyo y entonces sus ojitos azules, esos que enamoraban a todos a su alrededor, se llenaron de lágrimas mientras me preguntaba quién demonios era él.

—No puedo creer que me hayas hecho esto. —Sollozó él.— Yo sé que las cosas no estaban bien, pero no pensé que me harías esto... ¿Cómo pudiste?

John era una persona muy sensible. Había pasado por malas relaciones que lo habían hecho hacerse inseguro y miedoso sobre el amor. Y dolió ver como las piezas que tanto le había costado unir, estuvieran completamente esparcidas por mi culpa en ese momento.

—Yo... Lo lamento tanto. Te aseguro que no significó nada. Por favor, por favor, por favor...

—Quiero que te vayas.

— ¿Qué?

—Lárgate ahora mismo.

Y me marché.

Empecé diciendo que todo empezó en octubre, pero verdaderamente creo que todo empezó aquel enero.

Enero donde yo esperaba afuera de aquella gran casa en Long Island, muriéndome de frío y con mis maletas a mi lado. Enero donde Christopher sonrió cuando me abrió la puerta, pero que casi me mata cuando entendía por qué estaba ahí.

— ¡Allen! —Gritó Chris, llenando el vacío de aquella gran casa de los suburbios.— ¡Phillip está aquí! ¡Y sospecho que ha hecho algo muy estúpido!

Allen era mi hermanastro. Mi madre estaba soltera y el padre de Allen también, ellos se conocieron y se enamoraron. Allen era mayor que yo por unos años y era el único amigo que había tenido.

Chris y Allen estaban casados y no tenían hijos. Al menos no aún, pero parecían querer empezar una familia muy pronto.

Cuando Allen bajo las escaleras y me vio ahí, mojando su suelo y arrastrando mis maletas y mis pésares, me dio uno de los peores sérmones que alguien alguna vez me ha dado.

— ¡Es qué definitivamente eres un idiota! ¡¿Cómo pudiste haberle hecho eso a John?! —Gritaba mi hermanastro como un lunático, mientras caminaba en círculos por su gran casa.— ¡Phillip Jack Brooks, eres un adulto! ¡Y los adultos resuelven sus problemas hablando, no fornicando como conejos con personas qué no son sus esposos!

No esperaba menos de Allen. No de Allen que siempre había sido mi ejemplo a seguir. El de las mejores notas, el de mejor comportamiento y el más maduro de ambos. Y no había rencor entre nosotros. Nunca. Yo amaba a Allen y sabía que si alguien me iba a ayudar era él.

Así que cuando se calmó y Chris nos dio chocolate caliente para tolerar el frío, él dijo: —Puedes quedarte el tiempo que quieras. Esta es tu casa.

¿Sabes algo muy curioso? Nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes.

Cuando ya no despiertas en las mañanas oyendo a tu hijo hablar sin parar sobre las actividades que tendrá hoy en la escuela.

Cuando ya no ves los hoyuelos adorables de tu marido cada vez que sonríe.

Cuando ya no ves las páredes pintadas de aquel aburrido color azul celeste que decidiste usar porqué es el color de los ojos del amor de tu vida.

Cuando te das cuenta de que ese, simplemente, era el inicio del fin de tu matrimonio. De aquella botella que había aguantado demasiado.














¡Muy buenas! :D Tenía demasiado tiempo sin escribir sobre mis padres, pero aquí estoy de vuelta. Sé que todo está mega sad ahora, pero descuiden, que se pone peor  :DD.

Esta historia es muy importante para mí. Así que si estás aquí, muchísimas gracias. Eres una estrellita que brilla en mi inmesa constelación y te amo por eso (???).

Espero les haya gustado. Siempre son agradecidos los comentarios y los votos. Gracias por tomarte un poco de tu tiempo para dejarme algún review si así lo has hecho :D.

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Amor eterno, Evelyn.

The Things We Lost In The Fire.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora