Ya casi era hora. Todos nos encontrábamos en la pequeña sala de ese departamento, esperando instrucciones de los superiores. Nos encontrábamos en el tercer piso de un pequeño edificio, que contenía 4 pisos en total y un pequeño sótano usado para los muebles viejos y cacharros inservibles. Cada piso contaba con lo indispensable; 2 cuartos con 5 camas cada uno, 2 baños, una cocina con un refrigerador lleno de frutas y verduras, un comedor con colores neutros y una sala de estar con sofás plateados, una mesa de centro del mismo color y una televisión colgada en la pared, además de unas escaleras en el centro de todo que conducían a los otros pisos, pero estaban selladas con varios seguros que sólo se abrirían con algún especie de control remoto. También se podían apreciar cuadros de paisajes fríos y de minas, colgados en paredes totalmente plateadas, de hecho, la mayoría de las cosas eran plateadas, dado que era el piso del planeta Dromuden, mejor conocido como el planeta plateado. Dromuden se especializaba en la forja de espadas de todo tipo, y por ello, sus habitantes sin excepción, eran unos excelentes espadachines y algunos sabían mucho de metales y su composición, ellos no sabían absolutamente nada sobre magia ni sus derivados. Las características de sus habitantes son generalmente: cabello como el carbón, tez pálida, altura máxima de unos 1.70, ojos grises brillantes como plata y una actitud un tanto sarcástica y rebelde que los hace incontrolables en su pubertad.
Pertenecen al universo número 134, planeta número 3. A cada representante se le tatuaba en el antebrazo el número de universo, planeta y nombre completo, esto hacía que Amaida pensara que sólo eran algo desechable, no importante. Ella se encontraba recargada cerca de las escaleras, con Holl mirando hacia lo que todos miraban; la televisión que se había colocado en la pared más extensa de la sala. Holl y ella siempre habían sido amigos desde muy pequeños. Holl era alto para ser un Dromudano, 1.74, cabello negro tal como la empuñadura de su espada que orgullosamente el mismo había forjado, también tenía ojos plateados, tez pálida y un lunar cerca de el ojo derecho, solía ser muy tranquilo a no ser que lastimaran a Amaida. Amaida era un poco más baja, 1.68, cabello negro que recogía con una coleta mal hecha con unos cuantos mechones rojos (tales que se pinto ella misma con las pociones alquímicas de su abuela a los 5 años) traía dos delgadas espadas a los costados, regalo de su difunta madre y ojos bicolor, el ojo derecho era plateado, pero el otro era un tono café muy extraño y tez pálida, ella siempre armaba peleas con chicos mayores, a lo que Holl siempre la protegía, pues ella era muy orgullosa y burlona.
Habían sido seleccionados por ser hijos de familias muy poderosas en su planeta y, según las pruebas, por ser los más capacitados. Además de ellos, habían otros 8 representantes de todo tipo de edades. Sus ropas eran ligeras y fáciles para portar espadas. Con el color plateado predominando; Pantalones ajustados plateados, botas estiló militar negras, una camiseta ligera negra y una especie de cinturón para portar espadas.
Todos hablaban de temas diferentes pero para Amaida muy, pero muy aburridos.
-No te parece que es el peor momento para hablar de cuantas riquezas tiene cada familia?- dijo Amaida mirando a el resto de la gente en la sala.
-No es como si todos estuvieran tan emocionados como tu de salir a pelear con otros- dijo Holl sonriéndole a su amiga- Algunos están asustados.
-Pero vamos, eso se supera rápido, tenemos que hacer un plan de guerra- dijo ella observando por las ventanas, pero al instante se dio cuenta de que, no había nada que inspeccionar, pues todo era monótono.
- Amaida, yo le prometí a tu madre que te cuidaría con todo mi corazón y sabes que no le puedo fallar a una mujer como ella, por ti arriesgaría hasta mi- Holl iba seguir con su sermón pero de repente se encendió el televisor, donde se reflejaba un pequeño pájaro con plumas de muchos colores que volaba sobre un cielo azul. Aún sin decirlo todos sabían que era eso. Era el mismo símbolo que habían visto portar a las personas que los habían traído allí.
