Capítulo 2: Traición

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Sentada en uno de los tantos pasillos del castillo, observaba a mi alrededor con detenimiento. Con los ojos lagrimosos y la vista nublada, el rostro un tanto hinchado al haber llorado hasta el punto de agotar la poca agua con la cual mi cuerpo contaba; intentando no continuar frotando mis ojos para así no raspar mis mejillas por la continua fricción que producía sobre ellas al rozarlas con los anillos que engalanaban mis dedos. 

Todo estaba destrozado. Todo estaba destruido. Los retratos de mis familiares, los únicos recuerdos que tenía de mis abuelos y la única manera de no olvidar a mis tíos y primos habían sido desgarrados y rajados, arruinados por completo para que no pudiéramos volver a deleitarnos con mirar sus rostros al caminar por los pasillos y sonreír al encontrar algún parecido entre nosotros y ellos. Las vasijas y la mayoría de los muebles habían sido dados vuelta y rotos así como los objetos de valor saqueados y hurtados. Las paredes habían sido tajadas por los filos de las espadas enemigas y las alfombras quitadas de sus lugares así como manchadas de sangre que pertenecían a personas que nunca más vería dedicarme un corto saludo cuando me cruzara con ellos en algún rincón del castillo, en algún momento del día.

La falta de joyas y coronas no me importaba así como tampoco la destrucción de las habitaciones, ni el saqueo de objetos de valor que nunca más volvería a sostener entre mis manos. No me interesaba que los platos y utensilios hubieran sido rotos en incontables pedazos ni que las puertas ya no pudieran abrirse o cerrarse porque habían sido pateadas múltiples veces.

Aquello que me dañaba era el número de víctimas y personas afectadas que la noche anterior había dejado, junto con la ausencia de la menor de mis hermanas. Y por sobre todo saber que únicamente mi padre poseía la culpa por el secuestro de Blanca y la destrucción del lugar que siempre había considerado mi hogar a pesar de todas las discusiones y peleas que se habían dado en tantas salas y habitaciones.

Aferraba mis manos al collar que afortunadamente no había sido despojado de mí como todo lo demás, el único recuerdo que mis abuelos habían dejado a mi cargo para que conservara y jamás perdiera de vista porque el significado que contenía era lo único que había logrado que me uniera de manera profunda con Isabella y hecho que nuestras vidas no fueran un completo desastre desentendido. No era más que un rubí adornado de detalles plateados, pero simbolizaba mucho más que un simple collar de decoración. Lo llevaba conmigo desde que podía recordarlo y jamás me lo había quitado.

Todo estaba en completo silencio aunque varias personas se encontraban esparcidas por el resto de castillo removiendo los pocos muebles que habían restado intactos para hacer un inútil intento de ordenar todo el caos que no podía remediarse sin importar cuantas ansias se gastaran en arreglarlo.

Sentí una presencia a mi lado, y cerré mis ojos por unos cortos segundos.

-Princesa Victoria, su padre solicita su presencia en planta baja –inquirió Morris en un tono de voz un tanto tímido pero severo, dejando en claro que a pesar de no querer molestarme tras saber cómo me encontraba, debía hacerlo porque a fin de cuentas dado que aunque me era fiel y nunca me traicionaría, mi padre continuaba estando al mando y sus órdenes seguirían siendo las más importantes hasta que yo ocupara el trono principal- Diré que bajará en unos minutos –añadió cuando no solté palabra alguna.

Pensé que se había ido y me sobresalté cuando reposó su mano sobre mi hombro. Reposé mi mano sobre la suya para hacerle dar cuenta que sabía que continuaba encontrándose de mi lado sin importar qué suceso tomara lugar, y se retiró.

Ya había amanecido pero el cielo se encontraba tapado por variadas nubes, logrando que aquel día fuera aún más triste y grisáceo de lo que ya era. No había dormido aunque los soldados de mi padre habían arremetido contra los soldados del Reino Mendraid de forma eficiente y rápida, evitando que causaran más desastre del que habían cometido desde que habían derribado las puertas de entrada del castillo. Habían tenido el tiempo suficiente para quitarles la vida a varias personas que formaban parte de la servidumbre, registrar las habitaciones principales para mientras destrozar todo lo que ocupaba su camino, y secuestrar a mi hermana sin que nadie pudiera impedirlo.

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