Mi padre esbozó una magnifica sonrisa tras oírme hablar.
-Entonces todo está preparado. Mañana partirás hacia Mendraid para hacer una corta visita –anunció antes de darse vuelta. Mi madre lo siguió sin soltar palabra alguna y le tapé la boca a mi hermana para que no pudiera evitar que ambos se retiraran y nos dejaran a solas.
Forcejeó conmigo y únicamente quité mi mano de sus labios cuando nuevamente nos encontramos sin compañía.
-¡Tú no te mereces esto! ¡¿Has perdido la cabeza que no me has dejado hablar?! –bramó completamente enojada, mirándome con el ceño fruncido. Había supuesto que no dudaría en defenderme ante nuestros padres hasta que ellos recobraran el sentido y el uso de la razón- ¿La guerra llegará a su fin porque te obligarán a casarte con alguien que no quieres, que ni siquiera conoces y a quien has considerado tu enemigo número uno durante toda tu vida?
Durante mi falta de respuesta mi vista pasó a encontrarse parcialmente nublada. Sentirme traicionada y obsequiada por mis padres como si fuera un objeto y no una persona joven apenas podía describir como me sentía. El estómago había comenzado a dolerme y todo se revolvía dentro de mí.
-¿Victoria? –mi hermana me miró alarmada al no escucharme soltar palabra.
Mis labios comenzaron a temblar y simplemente no lo soporté. Me vi obligada a sentarme en el piso, pensando que mis padres habían sido capaces de venderme de aquella manera solamente para frenar una guerra que ellos mismos habían comenzado. Una guerra que semejaba acompañar a nuestra familia desde los primeros orígenes, y para la cual acababa de hallarse una solución.
Isabella se agachó junto a mí y no dudó en rodearme con sus brazos en cuanto lágrimas comenzaron a salir de mis ojos. De las dos ella siempre había sido la más sensible y la más probable en dejar que sus ojos se aguaran para que luego yo pudiera reconfortarla. Y sin embargo, la hermana menor había pasado a hacerse cargo de la mayor. La abracé fuertemente para intentar lograr que su consuelo me reconfortara pero no podía parar de llorar por más que quería.
No podía pretender encontrarme bien cuando no era así. Me habían limitado a ser no más que una salvación para los problemas que mis propios padres habían creado tras estar cegados por sus ambiciones imposibles de reconfortar. La guerra no había comenzado por mí y sin embargo yo había pasado a ser aquella a cargo de darle un fin al casarme con el primer heredero al trono del Reino Mendraid, a quien siempre me habían hecho considerar mi principal enemigo por pertenecer a la familia enemiga a la nuestra.
Mi futuro me había sido arrebatado y mi vida tirada a la miseria.
-No es justo. No mereces esto –repitió mi hermana entre sollozos.
-Debo estar feliz, la guerra ha llegado a su fin –expresé sin siquiera pensar en las palabras que acababa de mencionar.
Isabella se separó de mí para tomar mi rostro entre sus manos y mi corazón se resquebrajó aún más al verla llorar por mí. Le hice una leve caricia en la mejilla y respiré profundamente para no continuar llorando delante de ella. Era mayor que ella e incluso en mis peores momentos debía mostrarme fuerte.
-No digas estupideces. No pueden hacerte eso, no lo permitiré –reiteró vislumbrando la tristeza en mis ojos.
-¿Y qué podrías hacer? ¿Hablar con ellos? –manifesté para hacerle dar cuenta que no servía de nada el intentar razonar con nuestros padres. Exponerles las consecuencias de sus acciones y hacerles saber los efectos de sus decisiones no valía su tiempo cuando nunca nos habían escuchado ni tomado en consideración nuestras opiniones.
Desde un principio mi propósito había sido finalizar la guerra y lograr que la menor de mis hermanas volviera a encontrarse sana y salva, y lo había logrado aunque no de la manera que había esperado que sucediera. Mi padre siempre había buscado la excusa perfecta para deshacerse de mí y los monarcas del Reino Mendraid habían encontrado la situación ideal para hacer feliz tanto a mi padre como a ellos mismos. La paz prevalecería entre ambos reinados y ambas familias se reunirían deseando un futuro tranquilo libre de batallas.
Repentinamente debía abandonar a mis hermanas para trasladarme al reino que consideraba enemigo y transcurrir tiempo con personas totalmente desconocidas para mí, a quienes toda mi vida había llamado mis enemigos.
-¡No pueden obligarte a casar con ese tonto de Mendraid! –exclamó Isabella enojada.
Sabía que ella me quería tanto como yo la quería a ella. No queríamos que nos separaran porque éramos conscientes de lo que significaba la noticia que nos habían dado y la estrategia de la cual yo había aceptado formar parte.
No solamente serían cuatro días en aquel reino. Quizás sí al principio y luego de unos días regresaría a casa, pero con el tiempo los encuentros y visitas irían extendiéndose y abarcando más tiempo de lo pensando hasta que un día sin darme cuenta terminaría encontrándome en mi casamiento con el Príncipe de Mendraid. Y con el continuar de los días deberíamos crear sucesores para ambos reinos, pretendiendo habernos enamorado de manera honesta y no porque habíamos sido obligados por todo el bien de la península.
No estaba preparada para afrontar la situación. No estaba lista para viajar a Mendraid y separarme de Isabella, quien era la única persona que me entendía y quien quería cerca de mí tratándose de nuestra familia. No quería dejarla con mis padres. No quería encontrarme lejos de ella, en tierras desconocidas y enemigas. No estaba interesada en establecer relaciones diplomáticas con nadie y mucho menos en desperdiciar mi tiempo fingiendo estar interesada en una persona con la cual no quería tener nada que ver.
Mi corazón no estaba preparado para hacerle frente a tal situación. Mi corazón le pertenecía a alguien más. Borré la imagen de Elliot que ya había comenzado a obtener un importante lugar en mi mente, y evité entristecerme aún más al evitar pensar en él. O almenos intentarlo.
-¿Podrías ayudarme a empacar? –le pregunté a Isabella separándome de ella, y me observó más que confundida- Por favor. Ya lo has escuchado. Me iré en cuestión de horas y quiero que te quedes conmigo por esta noche. No quiero dormir sola –le pedí.
-¿Lo aceptarás sin pelear? –inquirió sorprendida con mis palabras.
-Isabella, ya no tengo ganas de pelear.
-Pero es tu vida, estamos hablando de tu fut..
Alcé la palma de mi mano para indicarle que no continuara hablando y permanecí en silencio. Observándome de manera penosa, sintiendo lastima por mí.
-Necesitamos paz. Nosotras necesitamos paz. Quiero ver a la menor de mis hermanas y deseo que el pueblo vuelva a ser el mismo de antes. Sabes cuánto anhelo el fin de la hostilidad entre ambos reinos y la prevalencia de la tranquilidad. Somos de la realeza, Isabella. Soy la mayor, la próxima en ocupar el trono. Nadie nunca me ha dicho que mi vida sería fácil –expresé.
-Seas quien seas, ocupes el cargo que ocupes, no tienes por qué ser la única en hacer sacrificios.
Débilmente esbocé una sonrisa y rosé su mejilla con mis dedos para hacerle una caricia.
-Haría todo lo posible a mi alcance para que tú, Alexandra y Blanca estén a salvo.
Isabella rompió en llanto en cuanto me escuchó mencionar aquellas palabras y la rodeé con mis brazos cuando se abalanzó sobre mí para que pudiera protegerla. Solté un extensivo suspiro y hundí mi cabeza en su hombro para evitar comenzar a llorar al igual que ella. Me aguardaba una larga noche y no quería pasar mis últimos momentos en el reino sollozando ya que no planeaba entregarle la victoria a mi padre.
Además le había dicho una pequeña mentira a mi hermana. Ya que siempre tendría ansias de luchar por la justicia, y lo haría me encontrara en el reino que fuera.
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La Sucesora
FantasyTras contar con un padre que quiere deshacerse de ella tanto por no soportar las diferencias de sus opiniones como para terminar con la guerra que los envuelve, la hija mayor del soberano a cargo del Reino Tuonisio es obligada a unirse en matrimonio...