Aquella mañana hubiera querido que fuera como el resto de los días en los cuales el sol aparecía en el cielo y la rutina se daba por iniciada. Me levantaba preocupada por la situación en la cual el reinado se encontraba, saludaba a mis hermanas, y me disponía a juntarme con mis alegados cercanos para charlar, transcurrir mi tiempo libre leyendo o inmersa en el bosque que rodeaba el castillo, al cual únicamente Isabella y yo nos acercábamos porque habíamos sido inteligentes al esparcir rumores sobre lo peligroso que supuestamente era aquel lugar.
Se había convertido en nuestro espacio para pasar ratos las dos solas, solamente por un corto período de tiempo, ya que con la guerra prácticamente sobre nosotras, apenas habíamos podido dejar el castillo por los últimos meses. Habíamos vivido confinadas a las mismas paredes, pasillos y escaleras. A cruzarnos con las mismas personas y sostener temas básicos de conversación porque lo único nuevo, eran las noticias que llegaban con el acarrear de los soldados.
Hasta aquella mañana.
A pesar de los intentos fallidos por parte de la servidumbre bajo las órdenes de mi padre, el castillo continuaba bajo pésimas circunstancias. La mayoría de la estructura continuaba en escombros, y la ausencia masiva por la baja de personas cometida gracias a los soldados enviados del Reino Mendraid con ayuda de mi padre, se había hecho notoria. El silencio reinaba cada recoveco del palacio, si bien con la noticia de última hora los rostros de los demás habían cambiado. Tras finalmente haber llegado a un acuerdo con los monarcas del reino Mendraid, era notoria la emoción en la mayoría de las caras que usualmente solía ver por los pasillos, excepto por aquellos que me conocían desde pequeña y que sabían que irme no me provocaba ningún placer.
Apenas había logrado conciliar sueño durante la noche. Isabella me había brindado su ayuda con el equipaje y restado dormida sobre mi regazo luego de tanto llorar. Era difícil para ambas ya que nunca antes nos habíamos separado, ni siquiera por un par de días. Tener que levantarla porque tanto mi hora de irme como la de ella para partir hacia la morada de nuestra tía Brenna con el resto de nuestra familia había llegado, me había costado porque mi más grande deseo era que continuáramos estando juntas. Pero las dos debíamos cumplir con nuestros roles, y aceptar la separación que nos aguardaba apenas cruzáramos aquello que anteriormente habían sido las puertas de entrada del castillo.
Variadas pilas de escombros habían sido quitadas de medio, pero el enorme agujero trazado por los soldados todavía permanecía a la vista de todos.
El personal del castillo ya se había encargado de guardar mis maletas en uno de los carruajes que habían permanecido sin dañar tras el ataque. Mi partida era un gran evento. Tanto Lillith como Givieve fueran aquellas en restar preocupadas por mí y desearme lo mejor tras ser ellas las personas de la servidumbre más cercanas a mí, junto con Phillip quien sería aquel en acompañarme al puerto.
Un grupo de guardias nos harían compañía e incluso serían mi respaldo durante mi estadía en Mendraid, lo cual no me hacía sentir más segura. Además quedaba en claro que por más que ambos reinos fueran a unirse a través de un matrimonio, la desconfianza continuaba existiendo.
Ya me había despedido de Alexandra y mi momento de decirle adiós a Isabella había llegado. Ambas restamos observándonos con tristeza aunque con vigor. El separarnos no nos tornaría débiles.
—No sé qué decir —inquirió ella mirando hacia abajo. Su vista nuevamente se había tornado nublada con rapidez y no dudé en proporcionarle un cálido abrazo.
Me haría falta y sería la persona que más extrañaría. Nunca nos habíamos separado ni estado tan lejos la una de la otra. Estaba comenzando a sentir el vacío que su ausencia me provocaría, y aún continuábamos encontrándonos en el mismo lugar. Era mi hermana menor, la persona más apegada a mí, la única que me comprendía a la perfección, y además mi mejor amiga. Estaba dejando una parte de mí con ella al ir por caminos separados, aunque solamente fueran un par de días.
—Solo son unos días —expresé para brindarle ánimos. Y para mí también.
—Te extrañaré demasiado —su voz quebrantada logró fragmentarme por dentro, pero de todas formas la rodeé aún más con mis brazos y reposé un beso en su mejilla.
—Y yo te extrañaré a ti. Sé buena con Alexandra, por favor —le pedí—. Te prometo que Blanca estará a salvo.
—Y prométeme que tú también lo estarás —tomó mis manos y me observó fijamente.
Oprimí mis labios tras formar una pequeña sonrisa a modo de respuesta y ella soltó una bocanada de aire. Le di otro beso en la mejilla y sin querer hacerlo, me alejé de ella para acercarme a nuestra madre, quien parecía querer dedicarme unas palabras antes de separarnos. Mi padre permanecía distante, mirando a la distancia para no quedar en evidencia por sonreír ampliamente tras estar cumpliendo lo que siempre había querido, deshacerse de mí.
—Hija, comprende que esto es lo mejor —manifestó mi madre, mirándome de arriba abajo con disgusto porque al contrario de como ella quería, no llevaba encima un incómodo y pomposo vestido. Sino unos pantalones sueltos de color dorado, botas bajas marrones y una camisa blanca—. Es tu deber como princesa —añadió, y preferí mirarla fijamente en vez de soltar una risita fingida causada por la desdichos de sus palabras mencionadas.
—Desde que he aprendido que debo actuar por mi cuenta y que no debo confiar en nadie, no he hecho más que actuar, hablar, y comportarme de la mejor manera posible por el bien y el futuro del reinado —determiné acercándome a ella—. No te atrevas a decir que es mi deber como princesa, madre. Atada a un esposo o no, ocuparé tu trono y dejaré en evidencia lo inútil que has sido como reina cuando el pueblo realice qué es ser comandado por una monarca de verdad.
Ella tragó en seco al escucharme y opté por no agregar ninguna palabra más.
Me acerqué al carruaje dado que Phillip estaba aguardándome, pero mi hermana gritó mi nombre. Isabella se aproximó a mí para brindarme un último abrazo y tuve que dejar de sostener mis manos unidas a las suyas porque de lo contrario no habría forma de separarnos.
Entré al carruaje y ella permaneció fuera.
Saqué la cabeza por la ventanilla de la puerta lateral, y observé a la servidumbre moviendo sus manos para saludarme alegremente mientras que Lillith y Givieve continuaban siendo las únicas en llorar como si fueran madres orgullosas, aunque tristes por tener que verme partir. Ellas dos habían participado más en mi propia crianza que mi verdadera madre, por lo que a mí también me dolía dejarlas.
Phillip tomó lugar a mi lado y el hombre delante del carruaje tiró de las cuerdas para que los caballos comenzaran a moverse con agilidad. Y no era el castillo destruido aquello que acaparaba mi atención, sino la imagen de mi hermana. Isabella quieta, observándome tristemente. Moví mis labios para expresar en silencio que volvería y ella asintió con la cabeza tras comprenderme.
Pronto comenzamos a dejar el castillo y a las demás personas atrás. Apenas estaba comenzando mi partida y ya me encontraba angustiada. Me acomodé en el carruaje y resté confundida cuando vislumbré que Phillip mantenía su brazo extendido hacia mí, con cuatro cartas en su posesión.
—Su hermana Isabella me ha especificado que se las entregue una vez que nos encontráramos solos —fue lo único que dijo.
Permanecí aún más confundida cuando al tomar las cartas, avisté los tres sellos oficiales de los reinos más cercanos que mantenían cerrados aquellos papeles, los tres símbolos que representaban los lugares de los cuales provenían mis mejores amigos, y Elliot. El sello de mi reino conformaba la cuarta carta, y solamente hizo falta que un nostálgico aunque rico perfume a rosas decorara aquel mensaje, para saber que mi hermana era la persona responsable de aquel gesto.
Pegué las cartas a mi pecho y respiré pausadamente por la boca para no comenzar a llorar en presencia de Phillip. Mi partida se había hecho oficial, así como también la separación con mi hermana.
ESTÁS LEYENDO
La Sucesora
FantasyTras contar con un padre que quiere deshacerse de ella tanto por no soportar las diferencias de sus opiniones como para terminar con la guerra que los envuelve, la hija mayor del soberano a cargo del Reino Tuonisio es obligada a unirse en matrimonio...