El Hombre Pez.

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Los llanos apureños, una de las regiones más mágicas de toda Venezuela. Las regiones de sabana son tan áridas que el aire sofoca en vez de refrescar. En aquellas tierras vastas y ricas en folklore y leyendas, comienza la historia de Marcela.

Marcela era la hija de un poderoso hombre dueño de varias fincas de ganado. Hermosa como lo fue alguna vez su fallecida madre, Marcela era el orgullo del señor. Su piel era color tostado, similar al azúcar morena; de cabellos negros y ondulados como el violento mar cuando se hace de noche, quebrando sus olas en la orilla. Un mar que Marcela jamás en su vida había visto.

A sus veintidós años, Marcela no había conocido el amor verdadero, a pesar de que eran numerosos los hombres quienes la pretendían, ofreciéndole villas y castillas. Pero Marcela no era de esas mujeres ambiciosas, tan comunes en el ancho mundo. Ella era de las chicas que en verdad esperaba al amor de su vida, al príncipe encantado que tantas veces su abuela le había contado.

Marcela no había conocido a su madre, pues había muerto el día de su nacimiento, en un parto tan complicado que duró casi veinticuatro horas, pero el desconocimiento de su madre le fue compensado con afecto de todo aquel extraño que llegara a conocerla. Era sumamente adorable.

Fue una semana después de su cumpleaños cuando, de algún lugar que nadie nunca supo, llegó un motorizado al pequeño pueblo donde vivía Marcela. En el pueblo eran muy extraños los visitantes de otras tierras, y aún más si cargaban con una chaqueta de cuero y jeans negros en un clima tan seco y caluroso como el de Apure. Los vecinos estaban asombrados ante la aparición del extraño motorizado, y Marcela no era la excepción.

La muchacha tenía un defecto, y ese era su curiosidad, que en más de una ocasión la metió en serios problemas, al meter su nariz en dónde no la llamaban. La mañana en la que llegó el desconocido motorizado, todos hablaban de que se hallaba en la taberna del pueblo. Marcela no pudo evitar escuchar aquel chisme y, escabulléndose de la rigurosa vista de su padre, se fue de puntillas hasta aquel lugar.

La taberna era un sitio pequeño, con una barra hecha rudimentariamente y con bastante alcohol barato para ofrecerle a los muchos campesinos que asistían a beber hasta embriagarse. Marcela atravesó la puerta hecha de cortinas de conchas de caracol, y fue entonces cuando lo vio.

Extrañada, Marcela se preguntó el por qué el hombre no se quitaba el casco de motorizado, o aunque sea los guantes, así que con bastante determinación se puso en marcha hasta la mesa donde se hallaba sentado el misterioso hombre encapuchado. Estaba bastante cerca como para notar que el hombre no tenía una bebida frente a él, cuando alguien se interpuso en su camino.

El capataz de la hacienda del padre de Marcela estaba bastante ebrio. Intentó propasarse con ella, tocándole abusivamente un seno y exigiéndole que se acostara con él, para que viera como se comportaba un hombre en la cama, cuando de la nada un puñetazo puso a Bernardo en su lugar. Ahora, frente a Marcela, se hallaba el motorizado. La había defendido de aquel asqueroso hombre. Marcela quedó enamorada al instante. Había encontrado a su príncipe azul, al hombre de sus sueños.

Marcela se sentó junto al misterioso hombre a quién nadie desde su llegada al pueblo le había dirigido la palabra. El hombre, en una voz varonil pero sofocada por el casco que jamás se quitaba, dijo llamarse algo así como Tristán, porque Marcela no pudo escucharlo bien, así que se conformó con ese nombre.

Marcela habló durante toda la tarde con Tristán, y se dio cuenta que era alguien realmente agradable. Había viajado por todo el mundo, incluso a un lugar llamado Fiji -que Marcela no tenía idea en dónde quedaba-. El único problema era que no respondía cada vez que la chica le preguntaba que por qué no se quitaba el casco o los guantes. Aunque fingió no darle importancia, a la chica le picaba la curiosidad por saber por qué Tristán era tan reservado y no mostraba su apariencia, así tal vez los del pueblo dejarían de hablar de él como lo habían hecho todo el día.

Delirios y TormentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora