Prólogo

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Vorwort.

—¡Aleja tus sucias manos de mi cuerpo, demente! ―grito. Un grito desgarrador y suplicante, que deja ardiendo mi garganta.

El bisturí se garbea deliciosamente por mi piel, en un aire lento y cruel en el cual él parecía deleitarse y sus oscuros ojos reflejan la lujuria que le satisface ver el momento exacto que sus víctimas padecen cuando se percatan de que no hay modo de escapar, están atrapadas en la merced de su locura y han entregado sus vidas a las manos de un psicótico, que no tiene escrúpulos de hacer un movimiento para matarlas. Yo pertenecía al grupo de aquellas víctimas: No soy la primera. Tampoco la última.

Entonces se detiene. Sus rasposos dedos se mantienen contra mi cuello y el bisturí se presiona amenazante, mis ojos colisionan con los suyos causando un destello entre la inocencia y la demencia.

Y se ríe.

—Querida, eso no estarías diciendo hace un tiempo atrás —ensancha sus rellenos labios en una sonrisa satiríca —. Pero, Venus, no te culpes. No tuviste una madre que te advirtiera acerca de no hablar con extraños, o peor aún, confiar en ellos.

Las espesas gotas de sudor corrían por mi rostro mezclandose entre las lágrimas, mi respiración ascendía y descendía en una forma descomunal y mis agrietados labios temblaban, brotando desesperados jadeos de ellos: estaba entre la desesperación y el horror.

—Te aseguro que seré la última en estar aquí ―juro, mis labios destellan furia y coraje, como la única arma que tenía en defensa.

Su sonrisa se estira, luciendo más vesánico.

—Eres la quinta chica en estar aquí que repite las mismas palabras, no harás la diferencia. Vas a morir y tus palabras fenecerán junto a ti, sin ser conocidas ―articula, su voz se torna áspera y lacerante —. Pero debo admitir que has sido especial en comparación de las otras que han estado en tu lugar: intrépida, autárquica y con un coeficiente intelectual bastante elevado, me sorprende que no te hayas dado cuenta antes.

Todo estaba sombrío. No existía la iluminación a excepción de una vieja lámpara que estaba a punto de dar su último destello de luz, el ambiente fúnebre se llevaba todo ruido trayendo a cambio el mortal silencio. Me sentía sucia, estaba inmovilizada y la fuerza se me arrebataba por cada resoplido agitado que brotaba de mí. El nudo en mi gargante me impide hablar: le había entregado todo, todo lo que tenía, todo lo que era mío y hasta lo que no era mio porque veía en él una persona que de verdad me amaba. Ahora estaba viendo como mi vida se encontraba en las manos de un psicótico que no esperaba más que hacer un movimiento con ella para asesinarme.

―Mírame ―sus dedos toman mi barbilla y aquel contacto arde en un fuego descomunal. Observo sus castaños ojos, perversos y cínicos. Debí darme cuenta de que no había nada enigmático detrás de sus iris, más que yo constituiría uno más de sus enigmas ―. Eres tan pura e inocente, como ella. ¿Y sabes cómo terminan las personas buenas? Destruidas, rotas y sepultadas sin ser recordadas mientras las personas perversas viven sin remordimientos en este cruel mundo.

Pataleo. Mis pies hacen movimientos bruscos para alejarme de aquel demente, escucho el rugir de la silla contra el suelo en un tono tétrico y apenas he logrado alejarme unos centímetros de él. Lo observo a través de la oscuridad, puedo ver esa sonrisa siniestra aparecer en su rostro una vez más: Le gustaba.

A él le gustaba ver cómo sus víctimas trataban de huir, sabiendo que ya no hay escapatoria y se encuentran a la merced de su locura. Cada movimiento que hacían, la desesperación por huir y los gemidos de horror interminables y cada vez más fuertes, estaban atrapadas en la red de su propia psicosis y maldad, esperando a ser asesinadas lentamente.

―No busques un modo de salida, no la hay ―se acerca más a mí y con normalidad posiciona el bisturí en mi piel: un solo movimiento y pasaría a la historia, a ser una más de las víctimas de Calum —. Espero a que esto te deje una lección, ¿sabes? Todo eso de la bondad, el amor y la paz es un mito. Tienes que ser más injusta y egoísta para sobrevivir en este mundo.

―¡Prefiero ser recordada como una persona venerable antes que estar viva reflejando la mismísima imagén de satanás! ―bramo. Mi cuerpo se sacude bruscamente, logrando que pierda mi punto mortal. Las gotas descienden por mi rostro cada vez más rápido y los jadeos se vuelven más fuerte: me niego a pertenecer a una de sus víctima, a entregar mi vida en manos de un enfermo. No me iba a conformar a ser parte de las demás.

Lo escucho gruñir. La parte posterior de mi pierna comienza a arder, suelto un gemido de horror y un liquido espeso no tarda en comenzar a brotar de ella: me había herido.

―Te dije que me miraras ―ordena, tomando mi rostro con brusquedad.

Mis ojos azules, pacíficos y puros se enfrentan con los de Calum, castaños y llenos de perversidad. Sus dedos acarician mis mejillas, y en lugar de sentir calma percibo como estas queman, el asco y la repulsión se hacen presentes. Entonces une sus labios a los míos, agrietados y temblorosos, colisionando en un rápido instante, apenas hacen un roce y yo no hago ningún movimiento para seguirle.

Se aleja de mí, puedo sentir su cálido hálito escalofríante chocando contra mi cuello, pierdo las fuerzas cada vez que se acerca a mí y mis ganas de echarme a llorar incrementan.

No me dolía que estuviera a punto de ser asesinada, me dolía el hecho de que le había entregado todo de mí y ahora veía cómo me lo arrebataba y destruía, porque era un maldito demente con trastornos mentales.

¿Por qué no escuché a las personas que me advirtieron sobre él?

Porque el amor y la ilusión que creas sobre una persona, te ciega y es más fuerte que tu propia razón.

―Tú no eres ella —murmura. Mi piel comienza a quemar y siento el dolor traspasar a mí cuando el puñal se incrusta en mi piel.

Entonces comienzo a suplicar:

―¡Calum, por favor, no! ¡Te prometo que no diré una palabra! —mis cuerdas vocales vibran de tal manera que hacen estremecer mi cuerpo, mi respiración se acelera de manera descomunal y movimientos bruscos tratando de escapar emanan de mi cuerpo ―. ¡Detente! No lo hagas...déjame...déjame verlo una última vez...Te prometo

Las palabras intelegibles brotando de mis labios cesan abruptamente. Mi cuerpo se desconecta de la realidad, me veo desvanecer entre la mugre habitación y oscuridad, ya no hay nada que temer, el dolor se ha acabado.  

Él ha clavado el filo en mis entrañas.

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