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Eins.

La atmósfera se encuentra en su punto más frío y nadie parece poder escapar del gélido viento que atesta las pobres calles del pueblo, pero eso no parece una excusa para mi cuerpo puesto que el calor corporal incrementa a medida que continúo las actividades de mudanza que empecé desde temprano, las hebras de mi cabello calado se adhieren a mi piel y la transpiración se hace notar.

Eso y que estaba hablando con mi tía Beatrice.

―¿Cómo se lo está tomando Tobi? ―me animo a preguntar, apretando mis labios.

Un consternado soplo es lo obtengo a través de las vías de comunicación. Tenía en cuenta de que se trataba de un tema escrúpuloso pero mi preocupación traspasaba aquel límite, y lo amaba lo suficiente como para estar atenta a cada uno de sus movimientos aún a kilómetros de él.

―Se ha encerrado en su habitación y no ha probado un bocado en todo el día, lo que puede ser más perjudicial para su salud y ha hecho estresar a tu padre —se escuchaba bastante problemático y pesado lidiar con una situación como esa, pero yo ya estaba acostumbrada y lo sabía camuflajear de la misma manera en la que lo hacía de pequeña con las vajillas rotas.

―Coloca una galleta con forma de animal, preferiblemente de un cocodrilo, a un lado de su plato ―afirmo en una sonrisa. Casi podía imaginarlo quebrantando su propia huelga de silencio al fijarse en el tentativo aperitivo ―. Eso lo hará comer.

Beatrice continúa parloteando a través de la línea, solo me faltaban dos equipajes más sin considerar que tendría que desempacar una vez terminado de guardar mis cosas a lo que sería mi hogar temporal. Mis manos toman la maleta añil para llevarla adentro, pero antes de que ésta llegue a su destino es derribada por una masa revoltosa haciéndome perder el equilibrio y chocar contra el pavimento finalmente, dejando a una persona ausente en la línea y mi trasero adolorido. 

Nunca me tomé la frase todo puede cambiar en cuestión de segundos tan literal. 

Mis ojos desorbitados buscan al causante, una vez pasado el sobresalto pero solo me topo con un husky siberiano inquieto, rebuscando entre mis maletas y olfateando el lugar, me percato de que una correa carmesí colgaba de su pecho y supuse que se había escapado.

—¡Hey, Brock!

Mi cabeza se gira intuitivamente al escuchar una gruesa voz hacer eco y un moreno de piel llana con cabello azabachado aparece en mi campo de visión.

—Lo lamento mucho, él suele escaparse seguido y causar desastres ―el fornido cuerpo del moreno se acerca con completa confianza y con facilidad toma al revoltoso can entre sus manos. Sus grandes esferas marrones me miran, regalándome una tímida sonrisa ―. No lo tomes personal, la última vez arruinó el jardín de la señora Schröder, se volvió loca cuando vio sus caóticas flores silvestres marchitadas.

Una risa de su parte atruena en mis oídos, lo que me hace devolverle la sonrisa.

―Está bien. Realmente no es tu culpa, tiendo a ser más torpeza que persona.

Percibo su mirada indagante sobre mí, entonces me doy cuenta que aún permanezco en el suelo ensuciando la tela de mis jeans sobre el asfalto. Avergonzada, me levanto con un matiz carmesí tiñendo mis pálidas mejillas.

—No eres de por aquí, ¿cierto? ―pregunta, elevando una de sus gruesas cejas en mi dirección.

—No. Me acabo de mudar temporalmente ―explico, entonces es mi turno de examinarlo ―. Supongo que estás aqui de visita.

La revestida piel morena y el alborotado cabello negro haciendo encaje con sus esferas azabaches me hacen pensar que es americano. Por lo general, la génetica alemana tiende a ser bastante común: cabello rubio y piél pálida como la nieve. Pero su respuesta me hace abrir ligeramente los ojos con sorpresa:

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⏰ Última actualización: Feb 10, 2019 ⏰

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