Capítulo 3: Derrumbe

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Lo primero que escuchó por la mañana, antes de abrir los ojos, fue a su gata saltando encima de la cama, seguido por la sensación de sus patas pisoteándole la pierna y el brazo, y el ronroneo y su respiración cerca de su oreja. Abrió un ojo cuando la gata le maulló en el oído, y se quedó observándola curioso por ver qué hacía. La gata siguió maullando un poco y olfateó su mejilla y su boca, haciéndole cosquillas. Gruñó un poco y se apartó, frotándose la cara, mientras la gata intentaba mantener el equilibrio sobre él, sin dejar de ronronear. Aizawa se incorporó un poco sujetándola para dejarla a un lado del colchón, y se giró para mirar la hora que era, comprobando que sólo había dormido tres horas después del turno de héroe. Se incorporó del todo y se quedó mirando a su mascota, que estaba acomodándose junto a la almohada. La acarició un poco y se levantó, suspirando un poco, y así comenzó su rutina de los sábados por la mañana.

Había planeado ir esa tarde a casa de Kikune, e intentaba no pensar mucho en ello para no tener que plantearse el cómo iba a hacer para detenerla. Estaba totalmente seguro de su decisión, pero en el fondo también lo estaba de que Kikune no era una amenaza para la sociedad o algo parecido, no con esa Singularidad. Le molestaban este tipo de cosas, no es como si se sintiese satisfecho con este tipo de detenciones. Durante la mañana maldijo varias veces a Kikune y a todos los Vigilantes por no dedicarse, simplemente, a intentar sacarse sus licencias de héroes y hacer el bien de manera legal. Incluso si no querían trabajar exclusivamente de ello, no serían los primeros que se sacaban la licencia sólo por la libertad de poder usar su Singularidad.

Se duchó, hizo la compra y luego se sentó a escribir los informes de la noche anterior, sin lograr mantener su mente ocupada en otras cosas que no fueran el asunto pendiente de la tarde. Comió temprano y sin muchas ganas, mirando de reojo su móvil de vez en cuando, donde tenía apuntada la dirección de Kikune. Después estuvo un rato con el ordenador, mirando noticias y haciendo tiempo sin dejar de mirar el reloj, y finalmente decidió que ya era el momento de ponerse en camino.

Se preparó y salió de casa buscando en el móvil el recorrido que tendría que hacer para llegar a la dirección apuntada. Al final, no había pensado nada para abordar la situación de una manera u otra. Conforme se acercaba a su destino, fue convenciéndose de que al final lo mejor sería simplemente improvisar. Además, quizá así pudiera obtener algo más de información que simplemente diciéndole directamente que iba a detenerla.

Un rato más tarde estaba frente a una casa rodeada de un jardín cuidado, casi a las afueras. El móvil le indicaba que esa era la dirección. Se acercó al buzón y comprobó el nombre, que mostraba solamente el de Kikune. Echó un último vistazo al exterior de la casa, y llamó al timbre.

Medio minuto después, una joven abrió la puerta y se acercó a él. Tenía los ojos de un azul pálido y frío, entrecerrados en un gesto cansado y descansando sobre las ojeras. Su pelo, castaño cenizo, caía lacio a los lados de su cara como una cascada, y tuvo que apartarlo y ponerlo tras la oreja para poder mirar con expectación a Aizawa.

—¿Megumi Kikune?

Asintió ligeramente.

—Sí, soy yo —dijo haciéndose a un lado. —¿Querría pasar?

Volvió a haber un pequeño silencio, mientras Aizawa valoraba las opciones.

—Está bien, gracias.

Megumi sonrió cálidamente, y cambió el peso de una pierna a otra.

—Pase, tenemos mucho de qué hablar.

Aizawa la siguió en silencio, curioso por la reacción de ella. Parecía como si esperara su visita. Kikune le acompañó hasta el salón, le ofreció asiento, y se disculpó para ir a preparar algo de beber. Mientras esperaba, Aizawa observó la sala, que no era particularmente amplia. Estaba ligeramente vacía y amueblada con buen gusto, pero la sutil capa de polvo en las estanterías, la falta de desorden hogareño o de fotos o recuerdos destilaba una sensación de impersonalidad, como si estuviera viendo la casa en un catálogo. El aire olía a flores.

Onira || Aizawa ShōtaWhere stories live. Discover now