Interludio: Abismo

487 65 2
                                    

Megumi caminaba lentamente por su casa, que se le hacía ahora demasiado grande y agobiante, pasando los dedos por la pared. Sin pensar en nada, sin sentir nada, con expresión triste y serena. Arrastraba los dedos por hacer algo, y evitaba conscientemente pasar cerca de la puerta de su cuarto. Su respiración, acompasada con sus pasos, podía oírse en la quietud de los pasillos, tan largos y vacíos. Pasó los dedos por encima de una estantería, llenándose las yemas de polvo gris y suave. Levantó la vista para mirar las cinco huellas lineales, paralelas e irregulares que había dejado en la madera, y miró sus dedos, frotándolos entre sí. Miró la estantería de nuevo, y pasó la mano por los libros, cuyas historias desconocía y con toda seguridad seguiría desconociendo. No había leído ninguno de aquellos títulos a pesar de los años que llevaban allí, esperando. Sacó uno al azar, de tapa roja como la sangre y pequeñas letras en dorado. Abrió y acarició la primera página, leyendo las primeras frases en silencio. Cerró el libro y lo dejó aparte, sobre las huellas en el polvo. Repitió el proceso con otros libros, dejándolos de nuevo en la estantería o uniéndolos al pequeño montón a un lado. Cogió con cuidado su pequeña selección y la dejó en la mesita de café al lado de los sofás. Se sentó en uno de ellos, cogió el primer libro, y empezó a leerlo deslizando la mirada por los símbolos que bailaban delante de sus ojos, sin leerlos de verdad. Apoyó sus manos con cuidado en el papel y se quedó mirando al frente, abstraída y ausente. Sus ojos brillaron levemente, azules y pálidos.

Podría dormirse en ese momento. Pensó en ello, con frialdad, con miedo, con odio seco y subyacente. Podría dormir en ese momento, sin alarmas ni precauciones, y hacer que sucediera algún accidente. Que le sucediera a ella algún accidente. Así podría liberarse y leer aquellos libros por los que jamás se había permitido siquiera sentir curiosidad. Por todas esas veces que quería escuchar música, pero no sabía qué música escuchar porque no sabía qué buscar ni qué le gustaba. Por todas la veces que había tenido que coger el tren porque nunca había tenido la oportunidad de aprender a conducir. Por todas las veces que no entendía de qué sucesos hablaba la gente en la calle o en las noticias, por todas las veces que se sentía desconectada y ajena al mundo en el que vivía. Podría dormir por ella, condenarla para siempre. Apretó los dientes. Dejó marcas de las uñas en las páginas. Podría hacer que no volviese a descansar ninguna noche más. Podría hacer que todas sus noches fueran vacías y monótonas sin sueño que las amenizase. Podría darle ella los sueños, podría dejarla por siempre atrapada en ellos. Nadie podría evitar que usara su poder, nadie podría si se encerrase y nadie pudiera nunca llegar a ella. Si volase lejos a algún sitio donde nadie la buscara jamás. Quizá había nacido para ello, quizá esa era la única y perfecta manera de utilizar su Singularidad, esa que tan cruelmente había sido apodada su Bendición. Perdida y sola, encerrada y aislada para no tener que ver a nadie jamás y no volver a sentir jamás su cansancio ni su sueño. Sólo conectada a una persona que no volvería a sentir sueño o cansancio nunca más, nunca más, nunca más.

Sus ojos brillaron en azul más fuerte que nunca, secos y cargados de odio, mientras su corazón se ocultaba, perdido en la sombra de sus luces.

Onira || Aizawa ShōtaWhere stories live. Discover now