Mi complice

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Otro día, en una de las escapadas a la salida del colegio corrimos los tres antes de que pudiera caer el chaparrón de agua, dijimos que no iríamos a un lugar llamado el "claro"; nunca debimos ir. Jonathan resbaló para atravesar el río que por poco se lo lleva aunque eso no evitó la fractura en un pié. Estuve muy asustada al igual que Sarah cuando palideció la mayoría del trayecto hacia el hospital, totalmente muda lo que era muy extraño en ella.

Ese día mi madre supo lo que hacía después de clase. Mis padres no se ponían de acuerdo cómo castigarme. Papá me miraba intrigado como explicándose tan semejante travesura, parecía también algo sorprendido porque mi pequeño secreto de meses de escaparme no le perturbó demasiado como a mamá y mi hermana de dos años era demasiado pequeña aun para darle sorpresas a mi padre, de modo que mi castigo de un mes sin derecho a jugar o ver a mis amigos tuvo que haber sido suavizado por mi él. Luego de esto le pedí a mi padre ver a Jonathan y Sarah porque estaba afligida, lloré en sus piernas con ruegos y sin capricho como acostumbraba hacer solo con mi padre. El permiso de papá era para un sábado, tenía veinte minutos para visitar a Jonathan y Sarah en su casa mientras mi mamá religiosamente iba al mercado, corrí unas cuantas cuadras que separaban nuestras casas, como si estuviera escapándome de ella. Mamá nunca supo de esto, así que de vez en cuando reclinados a la mesa a la hora de cenar miraba a papá con sonrisa traviesa como cómplice de un plan oculto, algo que no podía hacer nunca con mi madre; ella era de anhelos simples.

Ya sin aliento en casa de Jonathan y Sarah recuperé mis alegrías e inventé una firma, con mi letra de caligrafía de principiante en el yeso de Jonathan así:

De tu amiga con cariño - Sophia - Quise poner corazones en el, pero eso me pondría al descubierto. A Sarah le bastó hablar harto tendido, no necesitó un presente.

En la escuela a los diez años ya podías tener un novio según los cuchicheos de las niñas mientras veían al grupo de varones dándose empujones y lanzándose la pelota en la cancha. La palabra "novio" me parecía corresponder a mis afectos hacía Jonathan pero era una de esas palabras que te dan la sensación de hacerte grande sin serlo; de ser cierto es un juego también de la niñez. Decirle a Jonathan que era el chico más apuesto que conocía era quizás el atrevimiento más grande que ocultaba la mayoría del tiempo, excepto que Sarah me adivinaba el secreto, siendo ella más parlanchina que cualquiera que haya conocido, hubiese sido difícil considerarla una fiel confidente. Si las palabras le hacen justicia debo decir que ella logro encajar en algún lugar de mis afectos, cuando ella se ausentaba esa pieza en mi vida faltaba. Supo guardar mucho más que solo secretos.

Corría el mes de Mayo, había llegado el invierno como decía papá, pero era solo lluvia incesante. Para el mal clima mamá me colocaba abrigos molestos; me obligaba a usarlos al igual que un peinado de trenzas que consistía en una clineja que parecía un cintillo, no me sentía bonita especialmente por Jonathan. Es asombroso pensar cómo un peinado ordinario se vuelve la cosa más desagradable para una chiquilla, tan increíble que creas que el chico que te gusta no te mire por eso. Pasados los días de mi reclusión, aun tenía que llegar a tiempo para el almuerzo. Podía visitar algunas tardes a Jonathan. Unas veces lo encontraba jugando metras con otros chicos en el patio de su casa; me saludaba de prisa a media palabra y su yeso lo arrastraba prácticamente, mugriento que casi ya no se distinguía mi nombre grabado en el. Me senté a observar el juego y las discusiones entre los amigos de Jonathan; igual Sarah, hasta que nos hartamos de ser ignoradas. Hubo muchas tardes sin Jonathan. Sin él, en el parque Sarah y yo jugamos otros juegos sobre la vida que no eran precisamente agradables. Sarah fue golpeada por una chica; y no pude evitarlo. Mi empujón solo sirvió para alimentar la riña. Tomé del brazo a Sarah para correr fuera del círculo que se había formado a nuestro alrededor, pero Sarah encarnizada no dejaba de soltar insultos que jamás le había escuchado. Haló de los cabellos como una gata enfurecida, cosa que no lo pude creer. Otras tardes uno de los chicos que frecuentaban en el parque tiraba de los columpios por nosotras cuando nos tocaba el turno, se acercó para decirme algo pero al decirme ese "algo" me planto un beso en la mitad de los labios, odié eternamente ese beso barato; el primer beso nunca debió ser robado. Lo guardaba en caso de que Jonathan lo quisiera. Sarah le ocultó a su hermano de nuestras desventuras y de su reciente empate como se lo llamaba comúnmente en el vecindario, al fin de cuenta como Jonathan era el rey de los compinches siempre tenía su séquito de soplones. Un día me preguntó:

- ¿Qué tal fue ese beso?

- ¿Cuál beso? - Le respondí nerviosa

- ¡No te hagas! Ya lo sé - clavándome una mirada escrutadora - Mi silencio lo incomodó y cuando se acercó por la preocupación de mi tristeza, lloré sobre él con impulso desmedido.

Tres meses después Jonathan volvió a la escuela, decía que todo había cambiado en tan poco tiempo, le creí cuando lo dijo aunque yo lo decía porque él había cambiado. Es difícil definir un rasgo oculto en el rostro de Jonathan, a veces sonríe pero en realidad hay algo triste en alguna parte de sus expresiones. Tan incesante se clavan estas inquietudes en tu mente cuando alguien como él te interesa que gradualmente debes ocultar las tuyas. Algo en los cambios no me hacía nada bien, no era solo que Jonathan fuera como un desconocido o que Sarah fuera más curiosa con los chicos. Aparece otra sensación innombrable que no se detiene, no sabes cuándo llega o de dónde viene exactamente, lo llaman "crecer". Crecer puede tomar su tiempo, transcurre dentro de ti como un reloj. Marca el comienzo de quién puedes ser luego. Adelantarse puede ser muy peligroso tanto como atrasarse, entonces para cuando crees que estás entendiendo, tienes miedo.

Continuará...

SophiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora