Éramos de nuevo los tres, indefinidos e inacabados para cuando llegamos al primer año de bachillerato. Todas las aspiraciones acumuladas del pasado año empezaban a desvanecerse. "Nada sería como lo imaginamos" me decía a mí misma. Sarah era muy popular, supongo que esa aspiración fue la única que se le cumplió. Jonathan no tuvo novia hasta el segundo año, esa aspiración tardó un poco más. Dejé un tiempo de pensar sobre las mías. Dejé de imaginar que Jonathan se fijaría en mí. Para el segundo año mis ojos se fueron acostumbrando a la imagen de Jonathan tomando a su novia de la mano como una inocente cursilería. Y cuando digo acostumbrarse es porque se endurecieron en alguna parte de mis pupilas, junto a estas miradas de negación aparece la "decepción"; otro sentimiento innombrable. Jonathan tuvo muchas novias en poco tiempo, lo que sería una grosería siquiera enumerarlas. Absurdamente seguía siendo la mejor amiga de Jonathan; odiada por sus novias no había manera de poder agradarles. Cuando intentaba alejarme de él, tiraba de mí sin que eso importase mucho. Así que acceder a su petición "no me dejes solo" era como arrojarse por un acantilado con la probable caída de mi amor no correspondido y quedar atrapada en una de nuestras conversaciones, una de esas que te hacen pensar que no existe el resto del mundo porque solo nos teníamos uno al otro, más ni compararla con mis recientes conversaciones con Diego; mi nuevo amigo. Mi furtivo amigo que me esperaba a la salida y quería ser mi novio desde los últimos cuatro meses desde que nos conocíamos. A pocos meses de cumplir los 16 algo ocurrió que cambió casi todo entre Jonathan y yo.
Nos encontrábamos a la salida… Diego me esperaba como siempre con su mirada esperanzada de chico enamorado, cuando soy tomada del brazo por Jonathan.- Necesitamos hablar - Jonathan suplica
- ¿Tiene que ser ahora? déjame despedirme de Diego - Le dije
- Déjalo - suplica de nuevo - me enfado con Jonathan. No habrá manera de evitarlo
- Bien, ¿qué es lo que tanto necesitas hablar? - aun estoy enfadada
- No te enfades, ¡vamos! Tú sabes que no es para hacerte perder el tiempo – Replica
- No. Tú no me haces perder el tiempo, la paciencia sí – aclaro
- Entonces vete con tu amigo Diego que debe estar aun esperando en el portón. El pobre piensa que así serás su novia - Jonathan esboza con ironía
- Diego al menos es amable. Es muy... muy agradable - Empiezo a mostrarme insegura
- ¿Agradable? - pregunta Jonathan
- Sí, agradable de que tal vez quiera ser su novia - me ruborizo totalmente porque no es cierto. Aunque Diego merece más que mi compañía no es la razón por la que sería su novia.
- Eso es nuevo - Dice Jonathan sorprendido - Le miento muy bien. Como el hecho de que en realidad quiero engañarme de que sea cierto
- Necesito un consejo - Jonathan cambia de inmediato como tratando de evadir mi convincente mentira. Y en la clara confusión de su rostro prosigue - he conocido a una chica. Ella estudia en el instituto de mercadeo es un año mayor... ella es diferente - se detiene pensativo -
- ¿Diferente? - pienso en que no es como las otras veces que ha venido para contarme cualquier cosa de sus novias. Tampoco es un plan de propuesta o una sugerencia para ocasiones especiales. En este punto estoy en blanco como si la palabra "diferente" suena a "única".
- Diferente a que quiero que me tome en serio – responde - Por un micro instante reinó el absoluto silencio, Jonathan no solo habla en serio sino que irónicamente sólo yo; su mejor amiga, podría ayudarle. Y no solo a razón de que conozco los detalles de su vida, sus miedos, sé cuando es feliz y cuando miente. También es por el hecho de que puede ser conmigo el mismo sin importar que forma tome. Esto me lleva a querer siempre escucharlo porque es más gentil y confiado como si nada puede quebrarlo cuando está conmigo. Algo que no se permitía con ninguno de su familia pero en especial nunca con su padre. Un hombre poco afable, de extraños modos de mostrar afecto; tosco con las palabras. A veces me costaba imaginar como la Sra. Renata llegó a enamorarse de semejante hombre. Creo que todo puede deberse por la estatura del Sr. Cáceres, cosa que Jonathan heredó muy bien. Alto y fornido de un semblante que intimida, al contrario de la Sra. Renata que era una dama de modales muy finos, de dulzura traviesa en los ojos, que no cuesta nada embelesarse en ellos al igual como los de Sarah. Pero antes de que pudiera seguir en estos pensamientos que me llevarían a quedarme irremediablemente, tomé un minuto de valor con la intención de marcharme en seguida. Lo que se me ocurrió decir:
- Supongo que para que te tome en serio debes ser sincero - me marché de inmediato
- ¿Sophia por qué te vas?... Sophia espera... ¡Oye aun no he terminado!
Caminé de prisa para estar lo más lejos posible del lugar "Logré escapar" me decía. Pensando que aun seguía entera entré en mi cuarto, estando allí me tumbe en mi cama, desplomada. El techo de mi habitación era un cuadro perfecto para mi desdicha, imaginando el rostro de Jonathan como una silueta bien definida sobre mi rostro penetrando en mis sentimientos con esos ojos castaños claros, sus cejas contorneándose de un modo inquisitivo que se entierran en mis pensamientos. Casi puedo tocar sus labios con los míos como una visión placentera. Cierro mis ojos y claramente estás lágrimas no son de otra cosa que dolor. Durante toda esa tarde estuve dormida. Olvidé por completo a mi hermana menor. También había olvidado que mi madre me había dejado encargada para cuidar de ella. Doy media vuelta en mi cama, sin ganas de levantar ni un cabello. Son las 5:15 PM. Lo que tuve que haber dormido al menos tres horas. No he dejado de sentirme adolorida en lugares que no se pueden señalar. Bajo corriendo las escaleras, mi hermana debería estar en su habitación. La encuentro aun dormida lo que es un alivio, debe estar por despertar así que me dispongo a preparar algo de comer. Reviso con desgano mientras me quedo mirando fijamente la despensa, no logro escoger nada entre las galletas o el cereal; el apetito me ha abandonado por completo. Me temo que las lágrimas vuelven con el incipiente dolor. Me aferro a la encimera lo más que puedo. Pero ya estoy asfixiándome entre cuatro paredes que se ciernen sobre mí.
Continuará...