Sophia, todos los chicos quieren lo mismo

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Mi olvidado amigo Diego llegó a pasar el punto muerto para llegar a ser mi novio finalmente. El concepto "novio" llegó a mi vida como una estrategia para seguir viva. Eran mis recién cumplidos dieciséis. Apenas a pocos meses de haber enfermado misteriosamente empecé a sanar sin tratamiento aparente. Me doblegué a la idea real de ver a Jonathan atado de verdad a una chica. Cuando hablo atado, quiero decir que Jonathan mi querido amigo logró conquistar a la chica mayor que él por casi dos años incluso ella a punto de graduarse. Mi consejo le funcionó, le dije que fuera sincero. Más no le dije que al ser sincero el terminaría siendo conquistado, y una vez conquistado no habría forma de desprenderse de ese sentimiento tan fácilmente. El "desprenderse" es a título personal, porque sabía que ésta chica no tendría la misma suerte de sus novias anteriores; Jonathan se había enamorado ese era un hecho. Deje de frecuentemente paulatinamente con Jonathan. Mi vida consistía en tres cosas básicas que no podían faltar. Mi familia: Papá, Rebeca, mamá y el intruso. Mis estudios y Diego. Teníamos reglas para salir, papá había sido muy claro con ellas. Y no sería capaz de desobedecerlo en esto, al menos no en nada que se haya enterado después que yo lamente. La regla número uno, nunca Diego podía venir cuando estaba sola. La regla número dos, nunca llegar después de las nueve de la noche. Por último la regla número tres, sobre esta regla papá no sabía cómo plantearla. Un día muy serio como si alguien fuera a morirse me dijo:

- Sophia todos los chicos quieren lo mismo. Primero quieren miradas profundas... sí las chicas también quieren eso - señalándome - luego Sophia quieren susurrarte algo al oído como un secreto, viene después el beso tierno, te toma en la mejilla como si quisiera tocarte pero no - papá empieza acercarse dramatizando, pienso que se esfuerza como nunca antes - después de eso quieren el otro beso... ¡oíste bien Sophia! El beso largo y profundo... y ¡pum! ya están sobre ti... - papá hace gesto de sorpresa como si me estuviera contando algo nuevo - ¿me entiendes hija? Es algo que los chicos quieren, pero tú eres más inteligente y esperaras hasta ser mayor - papá entorna sus ojos tiernamente como si estuviera sujetando algo demasiado frágil mientras me mira.

- Nada ha pasado papá - le dije y era cierto. Aún sigo siendo la niña de sus ojos pensé - Papá sale satisfecho de mi habitación. Aprendí que un chico siempre quiere mas no importa que respetuoso sea. Esto lo aprendí de Sarah también cuando decía:

- Ellos te toman de la mano, prácticamente te están llevando. Te sientes bien ir a su lado y cuando menos lo esperas te plantan un beso - te hacen chistes y esperan a que te rías y ¡pum! te lanzan otro beso

- Y si no te gusta ¿qué haces?- le pregunté

- Es la peor parte, que el chiste es malo pero igual te ríes porque quieres agradarles - Sarah ríe al decirlo

- ¿Y si no te gusta cómo besa? - Le pregunté de nuevo

- ¡Nunca he estado con un chico que no sepa besar bien! - Exclamó Sarah - me impresionaba la seguridad con que lo decía. Era increíble, nunca fue presumida por lo que era cierto sobre los chicos que besó. Creía que mi amiga tenía o mucha astucia o poco intelecto. A decir verdad era muy astuta excepto por el hecho de que los chicos inescrupulosos la buscaban por su clara belleza; hermoso rostro, pelirroja de los pies a la cabeza, ojos verdes penetrantes que no pasaban desapercibidos. Llegué a entender que mi amiga no sabía ver más allá de un rostro, no era poco intelecto lo que la empujaba a tener relaciones tormentosas. Era el deseo de ser amada, por encima del sentido común. Esta pésima valoración de sí misma le jugó una trampa que se robó a la dulce Sarah.

En el liceo se debatía mucho si los besos debieran saber a lo que sientes. Yo decía que saben a lo que comes para evadir la atención hacía mi relación con Diego. Deseé tanto mi primer beso como cualquier chica adolescente. No fue un juego limpio entre caramelos, besos y risas. Este fue otro juego de la vida, que pudo haber pasado sin probarlo porque muchos juegos no terminaban bien. Estaba consciente que no era solo un simple juego entre Diego y yo. Mas nuestros besos fueron siempre tímidos y escasos; casi sin contemplarnos en nuestros sentimientos. Estaba consciente de algo más, no quería admitir que los besos saben a lo que sientes y no me permitía sentir nada al besar a Diego. Lo que hacía de ésta situación un juego doble sobre el engaño y la pérdida de la inocencia. Sabía por Sarah cómo terminaban estos juegos. Me sentí muchas veces como alguien que juega con los sentimientos, siendo yo quién se parecía a aquellos chicos que hacían lo mismo con Sarah. Ahogaba la voz de mi conciencia porque necesitaba a Diego. Era imprescindible para mi vida, de muchas formas que el corazón de una adolescente no entiende.

Esa era una verdad que llegó muy tarde... en la mitad del quinto año Diego había preparado una salida para celebrar nuestro primer año de novios. El día comenzó con un mensaje de texto de los viejos que decía que era el amor de su vida, al instante de leerlo me helé. Estaba pasando de nuevo, era la voz en mi cabeza martillando incesantemente: "Alguien saldrá lastimado"... no tuve el valor de responder a ese mensaje, quedé como un entredicho entre mayúsculas palabras. Ese día transcurrió como un hecho fatídico. Yo estaría a pocas horas con el novio que toda chica soñó. Debía estar ansiosa, por un beso de su boca al abrigo de sus brazos, eso por mucho era cuanto una chica puede desear. Más yo hubiese deseado que nunca pasara. Esa noche Diego se acerca para despedirse, se detiene para besarme como otras veces. Me mira fijamente a los ojos antes de tocarme luego espera. Estoy aterrada porque sé lo que significa y lo que quiere. Sigue esperando que dé el siguiente paso. En vez de esto me echo para atrás y cruzo mi rostro a un lado del suyo. Cierro mis ojos porque he quedado al descubierto.

- No puedo Diego - lo detengo con mi mano en su pecho

- Habíamos hablado de esto Sophia ¿qué es lo que no puedes? - Pregunta con enfado

- No puedo darte lo que quieres - le digo totalmente avergonzada

- Esperaré, no soy como los chicos que quieren solo acostarse. Pero ¡un beso Sophia! ¡Es solo un beso!

- No es solo el beso - repliqué

- ¿Qué es entonces? - Pregunta Diego impaciente

- No lo sé - las voces en mi cabeza se silencian, espero aterrada la reacción de Diego. Conozco esa expresión de su rostro, es "dolor" como el dolor incipiente que me acompañó un tiempo y ahora había vuelto en el rostro de él

- Es por tu amigo Jonathan - dijo con rostro de decepción - Mi silencio sirvió solo para confirmar que era verdad. Al final del quinto año esto había pasado, Diego era retraído especialmente con las chicas pero conmigo era indiferente. Los últimos meses compartiendo la misma aula de estudio con él fue un episodio de rechazo. No conseguí por esos días sentirme una buena persona. Su rechazo se convirtió en una mala estigma para mi amor propio. Y no hubo nada peor para mi amor propio que Diego se hiciera novio de Sarah.

SophiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora