Luego de muchos días papá ya sabía lo que estaba sucediendo. Supo que mis desmayos no eran por falta de comer. El doctor me encontró en buena salud. Me preguntaba si iba hallar el dolor incipiente, examinó rigurosamente mas no logro encontrar la verdadera herida. Nunca tuve el valor de decirle nada a mi madre. En la prisa de la rutina diaria mamá se repartía el tiempo con mucha inteligencia como si nada se puede desperdiciar, ni siquiera el tiempo para escucharme. Pero en la rigurosa sincronía diaria de las tareas domésticas algo empezaba a descuidarse. Mamá olvidaba preparar el bolso con los cuadernos de Rebeca. No los revisaba, por lo que Rebeca fue suspendida de clase; puesto que nadie revisaba sus tareas para obligarla a cumplir con sus deberes escolares. Así fue como papá piso el colegio por primera vez para presentarse en vez de mi madre. Algunas mañanas solo éramos Rebeca, papá y yo a la mesa para desayunar. Eso fue una semana siguiente después de ese incidente. En otras mañanas mamá solo salía de su habitación para beber agua. Y por las noches luego de esto papá llevaba su cena y de ahí no volvía a salir más hasta el día siguiente. Me encargué de fregar platos, limpiar la cocina pulcramente como mamá muy bien me enseñó. Una semana completa de quehaceres que empezaban a destruir mis manos. Rebeca también fue mi quehacer, qué hacer con el uniforme de Rebeca, qué hacer con las tareas de Rebeca, qué hacer cuando no quería recoger las regueras, qué hacer con Rebeca sobre todo por las noches cuando preguntaba por mamá. No tenía una respuesta para ella. Y de tenerla no sabría cómo explicarle el aparente silencio de la casa por la ausencia de nuestra atribulada madre. A demás se sentía el silencio imperturbable de mi padre. Sus regresos más tempranos del trabajo y esa inquietante expresión de su rostro. No le dices a una niña de siete años que significa todo esto. Rebeca mi pequeña hermana era tan ingenua como naturalmente lo es un niño a esa edad, así que opté por decirle:
- ¿Recuerdas la vez que enfermé y dure tres días en cama?
- Sí - Rebeca responde
- Bueno mamá tiene gripe y por eso ha estado en su habitación estos días - Le miento
- Mamá se podrá mejor ¿cierto? - Rebeca pregunta preocupada
- Sí claro, es algo que se le pasará. Esto bastó para que no se preocupara por un tiempo. Dormía tranquila como si nada en sus sueños la perturbara incluso hasta cuando la "gripe" de mamá duró más de una semana. Esto empezaba a destruir más que mis manos. No recuerdo haber sido como mi hermana. No recuerdo haber dormido bien a los siete años sobre todo cuando mamá discutía con mi padre sobre muchas cosas que una niña no debía entender aun. La primera de ellas fue sobre el dinero, luego las mudanzas y después sobre algo más. Mamá decía: "Esto no va alcanzar para pagar el alquiler", "debes buscar otro empleo", "cuándo será que tendremos algo propio", "dónde has estado hasta tarde", sobre este último reproche papá siempre guardó silencio.
Para cuando mamá salió de su habitación a pasearse por la casa se podía decir que éramos dos enfermas. Solo que el flagelo de mi madre fue hallado posteriormente con los años como algo llamado "depresión". Si puedo decir lo que es, podría parecerse a un adefesio velludo, demacrado. Sus ojos son saltones y cuando te mira hay mucha oscuridad. No debes mirarlo por mucho tiempo porque es perturbador. La forma del monstruo no es definitiva, a veces parece bien peinado, como si hubiese dormido bien y tiene ojos piadosos. Así no te parecería que hiciera daño más bien te inspira compasión, siendo así querías servirle un café en la mejor taza que teníamos en la casa, querías complacerlo de alguna forma. Intenté hablarle sobre trivialidades que nos llevaron a más trivialidades, y no de las trivialidades que usarías ingenuamente para iniciarte en una conversación profunda con tu madre. Muchas ocasiones tuve buenas conversaciones con este monstruo, que la mayoría de veces no terminaron bien. Fruncía su ceño o te dejaba hablando en una pieza; eso era por mucho un gran esfuerzo. Sí, yo llegué a comprender al monstruo; alguna vez quiso ser bueno. Entonces en la casa éramos en realidad ahora cinco en vez de cuatro alegres individuos. A veces era mamá en la cocina amorosamente como solía ser en muchas ocasiones. Otras era el monstruo.
Papá nunca llevaba flores o no se dedicaba a poner la mesa para nosotras. La sorpresa de la vida fue conseguir una rosa blanca en la mesa de noche del lado donde mamá dormía. Siempre me pregunté por qué de blanco. Mamá nunca expreso gustarle las rosas. Supuse que era más porque ahora necesitaban ser amigos y antes no lo eran. Supuse que papá sabía que las rosas blancas se regalan por amistad. Eso hubiera pensado si Jonathan me regalaba una de esas. No solo porque en realidad fuéramos mejores amigos sino también porque a veces las relaciones que pudieron ser algo más se quedan en un punto muerto. Esto lo empezaba a entender más que nunca. Al contrario de esta deducción estaba las preguntas suspendidas en el aire, quién de mis padres intentó más, quién llegó primero al punto muerto. Me era más fácil pensar que al final eran amigos, después de todo. Y ser amigos es mejor que no ser nada del otro. Papá sabía todo esto al igual que yo. Solo que nunca lo dijo en voz alta. No hacía falta explicarlo o mentirme.