ULOG GRO-BASH

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Gro-Bash se encontraba reunido con los generales y consejeros en su ciudad capital: Mina-Garosh, ubicada en el centro de sus dominios. Había aceptado formar una especie de concejo, en el cual los antiguos jefes de las tribus o sus herederos, mantuvieran un pequeño grado de poder. La realidad es que no los necesitaba, pues no podían articular dos palabras sin querer arrancarse las cabezas con un hacha, motivo por el cual les había prohibido portar armas dentro del recinto donde se reunían; sólo él podía llevarlas. Como era de esperar, lo acataron de muy mala gana, pero se había ganado su respeto en el poco tiempo que había sido jefe. Las que antes eran doce tribus, eran ahora un solo pueblo que le rendía respeto, miedo y admiración.

Como sucedía fuera, ese salón era un caos constante y una pérdida de tiempo, él solo escuchaba los consejos de su mentor, su maestro, y mientras él no estuviera, Ulog haría lo que creyera conveniente. El plan para conquistar el continente lo habían ido conformando a lo largo de los años, especialmente durante los últimos cinco. Lo siguiente a hacer era formar un ejército de poderosos guerreros que infundiera el terror en sus enemigos. Para lograr esto, necesitaban mejorar la calidad de las armas y crear armaduras, además de enseñarles a los orcos a usarlas. Construyó una red de caminos que atravesaban el territorio para facilitar el transporte de las materias primas y mejorar la movilización de las tropas.

Para entrenarlos, contrató una compañía de mercenarios humanos que les explicó cómo utilizarlas y a funcionar como una unidad, con formación y cuidando al soldado a su lado. Los avances no eran tan rápidos como esperaban, pero habían mejorado bastante.

Para forjar las armas y armaduras nuevas, Ulog ordenó la compra de varios esclavos humanos que habían trabajado en las forjas de Yielandia. No eran los mejores, y si bien los orcos eran hábiles en sus forjas, los humanos traían nuevas técnicas y herramientas.

Toda esta situación había llamado la atención de los humanos de Yielandia, pues estaban acostumbrados a comerciar con los orcos, pero nunca con esclavos. Además, los orcos habían pagado con oro, cuando solían pagar con pieles de animales. La pregunta que se alzaba era "¿De dónde habían conseguido tanto oro de repente?".

Una de las primeras órdenes de Ulog luego de unir a los clanes, fue convertirlos a todos ellos en trabajadores. Los orcos estaban acostumbrados al trabajo en las minas, pero nunca habían sido constantes. Él les había dado órdenes de regularizar las jornadas y turnos, las minas debían estar constantemente en funcionamiento. Los orcos se habían enojado con Ulog, pero nada que unas decapitaciones no pudieran controlar; él sabía que debía hacer sacrificios para conseguir su meta. Al cabo de dos meses, habían abierto más de diez nuevas explotaciones mineras con muchos subtúneles, cuatro de las minas eran de oro, y estaban ubicadas en las montañas del norte.

- Gorlak, debemos hacer algo para tranquilizarlos – dijo Larca Gro-Orshi – Se están impacientando y la revuelta es una de las posibilidades. Debemos encontrarles alguien con quien luchar, o comenzarán a luchar contra nosotros.

- Tal vez, aunque no es el momento de comenzar la guerra – respondió Ulog – Es demasiado pronto y todavía no estamos listos.

- Pero, señor – volvió a insistir – Están molestos, esperando que cumplas con tu promesa de arrasar el oriente. Están sedientos de sangre. Si no luchan contra alguien, y aquí me voy a repetir, empezaran a luchar entre sí o contra nosotros.

- De acuerdo... – dijo pensativo – ¿Tienen alguna idea?

- Iniciemos la guerra de una maldita vez – dijo Kurra Gro-Orshi golpeando la mesa – Les ganaremos en un abrir y cerrar de ojos.

Ariantes: El Hijo del DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora