anejar a Palm Springs fue una agonía.
Estaba agotada por haber sido sacada de la cama, e incluso cuando
Keith se hizo cargo del volante, no pude conciliar el sueño. Tenía demasiadas cosas en
mi mente: Zoe, mi reputación, la misión en la que estábamos... Mis pensamientos
giraban en círculos. Sólo quería arreglar todos los problemas en mi vida. La manera de
conducir de Keith no hizo nada para que estuviera menos ansiosa.
Estaba molesta también porque mi padre no me había dejado despedirme de mi
madre. Había mencionado una y otra vez que debería dejar que durmiera, pero yo
sabía la verdad. Tenía miedo de que si ella hubiera sabido que me iba, hubiera tratado
de detenernos. Ella había estado furiosa después de mi última misión: me había ido al
otro lado del mundo por mi cuenta, sólo para regresar sin tener ni idea de lo que mi
futuro aguardaba. Mi mamá había pensado que los alquimistas me habían utilizado y
le había dicho a mi padre que también parecían haber terminado conmigo. No sé si
realmente podría haberse interpuesto en el camino de los planes de esta noche, pero no
quería correr el riesgo en caso de que Zoe fuera enviada en mi lugar. Ciertamente no
había esperado una despedida cálida y confusa de él, pero se sentía raro irme en tales
condiciones inestables con mi hermana y madre.
Cuando llegó el amanecer, tornando brevemente el paisaje del desierto de Nevada en
un mar resplandeciente de color rojo y cobre, me di por vencida completamente al
tratar de dormir y decidí simplemente seguir adelante con energía, me compré una taza
de veinticuatro onzas de café en una estación de servicio y le aseguré a Keith que podía
conducir el resto del camino. De buena gana me cedió el volante, pero en lugar de
dormir, compró café también y charló conmigo durante las horas restantes. Él seguía
insistiendo con su nueva actitud de somos amigos, casi haciéndome desear su
animosidad anterior. Estaba decidida a no darle ningún motivo para dudar de mí, así
que trabajé duro en sonreír y asentir adecuadamente. Era un poco difícil de hacer ya
que constantemente apretaba mis dientes.Parte de la conversación no fue tan mala. Podría soportar la charla sobre negocios, y
teníamos un montón de detalles aún por trabajar. Me dijo todo lo que sabía acerca de
la escuela, y digerí su descripción de mi futuro hogar. La Preparatoria Amberwood era
aparentemente un lugar prestigioso, y ociosamente me pregunté si tal vez podría
tratarla como pretender ir a la universidad. Para los estándares de los alquimistas,
sabía todo lo que necesitaba para mi trabajo, pero algo en mí siempre ardía por más y
más conocimiento. Tuve que aprender a contentarme con mi propia lectura e
investigación, pero aun así, la universidad —o incluso estar cerca de aquellos que
sabían más y tenían algo que enseñarme— había sido una de mis fantasías desde hace
mucho tiempo.
Como una “estudiante de último año”, tendría privilegios para estar fuera del campus,
y uno de nuestros primeros asuntos en el negocio —después de conseguir documentos
de identidad falsos— era conseguirme un coche. Saber que no me quedaría atrapada
en el colegio hacía que las cosas fueran un poco más soportables, aunque era obvio que
la mitad del entusiasmo de Keith por conseguirme mi propio medio de transporte era
para asegurarse de que podría asumir cualquier trabajo que viniera junto con la misión.
Keith también me ilustró acerca de algo que no me había dado cuenta; pero
probablemente debería haberlo hecho.
—Tú y esa chica Jill están inscritas como hermanas —dijo.
—¿Qué? —Fue una demostración de mi autocontrol que mi dominio del coche nunca
vacilara. Vivir con un vampiro era una cosa… ¿pero estar emparentada con uno?—.
¿Por qué? —exigí.
Lo vi encogerse de hombros en mi periferia.
—¿Por qué no? Esto explica por qué estarás cerca de ella tanto tiempo; y es una buena
excusa para que puedan ser compañeras de cuarto. Normalmente, la escuela no
empareja a estudiantes que son de diferentes edades, pero, bueno, tus “padres”
prometieron una gran donación que les hizo cambiar su política estándar.
Estaba tan aturdida que ni siquiera tuve mi habitual reacción visceral de darle una
bofetada, cuando concluyó con su risa contenida satisfecho de sí mismo. Sabía que
estaríamos viviendo juntas, ¿pero hermanas? Eso era... raro. No, no sólo eso. Era
extravagante.—Eso es una locura —dije al final, todavía demasiado conmocionada para llegar a una
respuesta más elocuente.
—Es sólo en papel —dijo.
Cierto. Pero algo en ser llamada una pariente de vampiro lanzaba todo mi control por el
piso. Yo me enorgullecía de la forma en que había aprendido a comportarme alrededor
de los vampiros, pero parte de eso venía de la estricta creencia de que era una
desconocida, un socio de negocios inequívoco y remoto. Interpretar ser la hermana de
Jill destruía esas líneas. Traía una familiaridad para la que no estaba segura de estar
preparada.
—Vivir con uno de ellos no debería ser tan difícil para ti —comentó Keith,
tamborileando sus dedos contra la ventana de una manera que ponía mis nervios de
punta. Algo acerca de la forma demasiado informal en la que hablaba me hizo pensar
que me estaba guiando hacia una trampa—. Estás acostumbrada a ello.
—Apenas —dije, escogiendo mis palabras con cuidado—. Estuve con ellos durante
una semana como máximo. Y de hecho, la mayor parte de mi tiempo lo pasaba con
dhampirs.
—Es lo mismo —respondió con desdén—. En todo caso, los dhampirs son peores. Son
abominaciones. No son humanos, pero tampoco vampiros por completo. Productos de
uniones innaturales.
No respondí de inmediato y en su lugar fingí estar profundamente interesada en la
carretera. Lo que decía era cierto, según la enseñanza Alquimista. Yo había crecido
creyendo que las dos razas de vampiros, los Moroi y Strigoi, eran oscuras y malas.
Necesitaban sangre para sobrevivir. ¿Qué tipo de persona bebía de otra? Era
repugnante, y sólo pensar en cómo pronto estaría transportando a un Moroi para su
alimentación me hacía enfermar.
Pero los dhampirs... eran un asunto más complicado. O por lo menos, lo eran para mí
ahora. Los dhampirs eran mitad humanos y mitad vampiros, creados en un momento
en que las dos razas se habían mezclado libremente. A través de los siglos, los
vampiros se habían alejado de los humanos, y ambas razas hoy en día estaban de
acuerdo en que ese tipo de uniones eran un tabú. La raza dhampir ha persistido a pesar
de todo, sin embargo, a pesar del hecho de que los dhampirs no podrían reproducirse
entre sí. Podían hacerlo con los Moroi o los humanos, y un montón de Moroi se
habían dado a la tarea.—¿Cierto? —preguntó Keith.
Me di cuenta que me estaba mirando, esperando a que estuviera de acuerdo con él
sobre los dhampirs siendo abominaciones; o tal vez esperaba que no estuviera de
acuerdo. De todos modos, había estado en silencio durante demasiado tiempo.
—Cierto —dije. Reuní el estándar de la retórica alquimista—. De alguna manera, son
peores que los Moroi. Su raza nunca debió existir.
—Me asustaste por un segundo —dijo Keith. Yo estaba viendo la carretera pero tenía
la sospecha de que acababa de guiñarme un ojo—. Pensé que ibas a defenderlos.
Debería haberlo sabido mejor antes de creer las historias sobre ti. Puedo entender
totalmente por qué que querías arriesgarte por la gloria; pero hombre, eso tiene que
haber sido duro, tratando de trabajar con uno de ellos.
No podía explicar cómo una vez que hubieras pasado un poco de tiempo con Rose
Hathaway, era fácil olvidar que era una dhampir. Incluso físicamente, los dhampirs y
los humanos eran prácticamente indistinguibles. Rose estaba tan llena de vida y de
pasión que a veces parecía más humana que yo. Rose, sin duda, no habría aceptado
mansamente este trabajo con una sonrisa tonta y un, “Sí, señor”. Como yo.
Rose ni siquiera había aceptado estar encerrada en la cárcel, con el peso del gobierno
Moroi en su contra. El chantaje de Abe Mazur había sido un catalizador que me
impulsó a ayudarla, pero nunca había creído tampoco que Rose hubiera cometido el
asesinato del que se le había acusado. Eso sin duda, junto con nuestra frágil amistad,
me había llevado a romper las reglas alquimistas para ayudar a Rose y a su novio
dhampir, el formidable Dimitri Belikov, a eludir las autoridades. A lo largo de todo,
había visto a Rose con una especie de asombro mientras luchaba con el mundo. No
podía envidiar a alguien que no fuera humano, pero ciertamente podría envidiar su
fuerza… y la negativa a dar marcha atrás, sin importar qué.
Pero de nuevo, difícilmente podía decirle algo de eso a Keith. Y todavía no creía ni por
un instante, que a pesar de su acto amigable, de pronto estuviera bien conmigo por
sacarlo a relucir.
Di un pequeño encogimiento.
—Me pareció que valía la pena el riesgo.—Bueno —dijo, al ver que no iba a ofrecer algo más—. La próxima vez que decidas ir
de bribona con los vampiros y dhampirs, consigue refuerzos para que así no te metas
en tantos problemas.
Me mofé.
—No tengo intención de andar de bribona de nuevo. —Eso, al menos, era la verdad.
Llegamos a Palm Springs en la tarde y nos pusimos a trabajar inmediatamente en
nuestras asignaciones. Me moría de ganas de dormir en ese momento, y hasta Keith
—a pesar de su locuacidad— se veía un poco arrastrado a su límite. Pero habíamos
recibido la noticia de que Jill y su séquito llegarían mañana, dejando muy poco tiempo
para poner los detalles restantes en su lugar.
Una visita a la Preparatoria Amberwood reveló que mi “familia” se estaba
expandiendo. Al parecer, el dhampir que venía con Jill estaba inscrito también y
estaría interpretando a nuestro hermano. Keith también iba a ser nuestro hermano.
Cuando le pregunté sobre eso, explicó que necesitábamos a alguien local para que
actuara como nuestro tutor legal en caso de que Jill o cualquiera de nosotros
tuviéramos que ser retirados de la escuela o nos concibieran algún privilegio. Dado que
nuestros padres ficticios vivían fuera del estado, obtener resultados de él sería más
rápido. No podía culpar a la lógica, aun cuando encontraba estar relacionada con él
más repulsivo que tener a un dhampir o un vampiro en la familia. Y eso era decir
mucho.
Más tarde, una licencia de conducir de un acreditado fabricante de identificaciones
falsas declaraba que ahora era Sidney Katherine Melrose, de Dakota del Sur. Elegimos
Dakota del Sur, porque nos dimos cuenta de que las personas del lugar no veían
demasiadas licencias de ese estado y no serían capaces de detectar algún defecto en
ella. No es que esperara que lo hicieran. Los alquimistas no se asocian con personas
que hacen trabajos de segunda categoría. También me gustaba la imagen del Monte
Rushmore en la licencia. Era uno de los pocos lugares en los Estados Unidos en el que
nunca había estado.
El día concluyó con lo que yo más había estado esperando: un viaje a un concesionario
de automóviles. Keith y yo hicimos casi tanto regateo entre nosotros como lo hicimos
con el vendedor. Había sido educada para ser práctica y mantener mis emociones bajo
control, pero amaba los coches. Ese era uno de los pocos legados que había heredado
de mi madre. Ella era una mecánica, y algunos de mis mejores recuerdos de la infancia
eran de estar trabajando en el garaje con ella.Sobre todo tenía una debilidad por los coches deportivos y coches de época, del tipo
con grandes motores que sabía que eran malos para el medio ambiente, pero que
amaba culpablemente de todos modos. Sin embargo, esos estaban fuera de cuestión
para este trabajo. Keith argumentó que necesitaba algo con lo que pudiera llevar a todo
el mundo, así como también cualquier carga y que no atrajera mucho la atención. Una
vez más, reconocí su razonamiento como una buena pequeña alquimista.
—Pero no veo por qué tiene que ser una camioneta —le dije.
Nuestra compra nos había llevado hasta un nuevo Subaru Outback que reunía la
mayor parte de sus requerimientos. Mi instinto sobre coches me dijo que el Subaru
haría lo que necesitaba. Que manejaría bien y tenía un motor decente, para lo que
importa. Y sin embargo...
—Me siento como una madre de fútbol1 —le dije—. Soy demasiado joven para eso.
—Las madres de fútbol manejan furgonetas —me dijo Keith—. Y no hay nada malo
con el fútbol.
Fruncí el ceño.
—¿Siquiera tiene que ser marrón?
Lo sería, a menos que quisiera un auto usado. Por mucho que me hubiera gustado algo
azul o rojo, la novedad tomó prevalencia. A mi naturaleza exigente no le gustaba la
idea de conducir el coche de “otra persona”. Quería que fuera mío... brillante, nuevo y
limpio. Por lo tanto, hicimos el acuerdo, y yo, Sydney Melrose, me convertí en la
orgullosa propietaria de una camioneta marrón. Le llamé Latte, esperando que mi
amor por el café pronto se trasladara al coche.
Una vez que nuestras diligencias estuvieron hechas, Keith me dejó en su apartamento
en el centro de Palm Springs. Se ofreció para que me quedara allí también, pero lo
había rechazado cortésmente y conseguido una habitación de hotel, agradecida por los
profundos bolsillos de los alquimistas. Sinceramente, hubiera pagado con mi propio
dinero para salvarme de dormir bajo el mismo techo que Keith Darnell.Pedí una cena ligera en mi habitación, disfrutando del tiempo a solas después de todas
esas horas en el coche con Keith. Luego me cambié a mi pijama y decidí llamar a mi
madre. A pesar de que estaba contenta de estar libre de la desaprobación de mi padre
por un tiempo, echaría de menos tenerla a mí alrededor.
—Esos son buenos coches —me dijo después de que comenzara la llamada
explicándole mi viaje a la concesionaria. Mi madre siempre había sido un espíritu
libre, lo que era una pareja poco probable para alguien como mi padre. Mientras que él
me estaba enseñando ecuaciones químicas, ella me enseñaba a cambiar yo misma el
aceite. Los alquimistas no tenían que casarse con otros alquimistas, pero estaba
desconcertada por esa fuerza desconocida que había arrastrado a mis padres juntos.
Tal vez mi padre había sido menos tenso cuando era más joven.
—Supongo —dije, sabiendo que sonaba triste. Mi madre era una de las pocas personas
con las que podía ser cualquier cosa menos que perfecta o contenta en todo. Era una
gran defensora de dejar que tus sentimientos afloren—. Creo que estoy molesta porque
no tuve mucho que decir en esto.
—¿Molesta? Estoy furiosa de que él ni siquiera hablara conmigo al respecto
—resopló—. ¡No puedo creer que te haya contrabandeado de esa manera! Tú eres mi
hija, no una mercancía que simplemente pueden mover por ahí. —Por un momento,
mi madre me recordó extrañamente a Rose; ambas poseían esa tendencia firme de
decir lo que estaba en sus mentes. Esa habilidad parecía extraña y exótica para mí,
pero a veces, cuando pensaba en mi propia naturaleza cuidadosamente controlada y
reservada, me preguntaba si tal vez yo era la rara.
—Él no sabía todos los detalles —dije, automáticamente defendiéndolo. Con el
temperamento de mi padre, si mis padres estaban enojados entre sí, entonces la vida en
el hogar sería desagradable para Zoe... por no hablar de mi madre. Mejor era asegurar
la paz—. No le habían dicho todo.
—Los odio a veces. —Hubo un gruñido en la voz de mi madre—. A veces lo odio a él
también.
No estaba segura de qué decir a eso. Me molesta mi padre, claro, pero él seguía siendo
mi padre. Muchas de las decisiones difíciles que había hecho fueron a causa de los
alquimistas, y yo sabía que sin importar cuán sofocada me sintiera a veces, el trabajo
de los alquimistas era importante. Los humanos tenían que ser protegidos de la
existencia de los vampiros. El saber que los vampiros existían crearía pánico. Peor aún,
podría conducir a algunos humanos de voluntad débil a convertirse en esclavos de losStrigoi a cambio de la inmortalidad y la corrupción eventual de sus almas. Ocurría con
más frecuencia de lo que nos gustaba admitir.
—Está bien madre —le dije con dulzura—. Estoy bien. Ya no estoy en problemas, e
incluso estoy en los Estados Unidos. —En realidad, no estaba segura de si es que la
parte de los “problemas” era verdad, pero creo que lo último la calmaría. Stanton me
había dicho que mantuviera nuestra posición en Palm Springs en secreto, pero
diciéndole que estábamos en el interior no afectaría demasiado y podría hacerle pensar
a mi madre que tenía un trabajo fácil por delante, más de lo que probablemente era.
Ella y yo hablamos un poco más antes de colgar, y me dijo que había oído de mi
hermana Carly. Todo estaba bien con ella en la universidad, lo que era un alivio de
escuchar. Quería saber desesperadamente sobre Zoe, así como también me resistía a
pedir hablar con ella. Tenía miedo de que si ella se pusiera al teléfono, descubriría que
todavía estaba enojada conmigo. O, peor aún, que no me hablara en absoluto.
Me fui a la cama sintiéndome melancólica, deseando poder derramarle todos mis
miedos e inseguridades a mi madre. ¿No era eso lo que las madres e hijas normales
hacían? Sabía que ella le hubiera dado la bienvenida. Yo era la que tenía problemas
con dejarme ir, estaba demasiado envuelta en los secretos de los alquimistas como para
ser una adolescente normal.
Después de un largo sueño, y con el sol de la mañana entrando por mi ventana, me
sentí un poco mejor. Tenía un trabajo que hacer, y teniendo un propósito dejé de sentir
lástima por mí misma. Recordé que estaba haciendo esto por Zoe, por los Moroi y los
humanos por igual. Me permití centrarme y empujar a un lado mis inseguridades… al
menos, por ahora.
Recogí a Keith alrededor del mediodía y nos conduje fuera de la ciudad para
encontrarnos con Jill y el Moroi recluido que nos estaría ayudando. Keith tenía mucho
que decir sobre el sujeto, cuyo nombre era Clarence Donahue. Clarence había vivido
en Palm Springs durante tres años, desde la muerte de su sobrina en Los Ángeles, lo
que al parecer había tenido un buen efecto traumático en el hombre. Keith lo había
visto un par de veces en trabajos anteriores y seguía haciendo chistes sobre el tenue
control que Clarence tenía de su cordura.
—Es unas pintas menos que un banco de sangre, ¿sabes? —dijo Keith, riéndose entre
dientes de él mismo. Apuesto a que había estado esperando días para utilizar esa línea.Los chistes eran de mal gusto —y estúpidos para comenzar— pero a medida que nos
acercamos más y más a la casa de Clarence, Keith llegó a estar muy callado y nervioso.
Se me ocurrió algo.
—¿Cuántos Moroi has conocido? —pregunté mientras salíamos del camino principal y
girábamos a un camino largo y tortuoso. La casa parecía sacada de una película gótica,
cuadrada y hecha de ladrillos grises que estaban completamente en desacuerdo con la
mayoría de la arquitectura de Palm Springs que habíamos vislumbrado. El único
recuerdo de que estábamos en el sur de California eran las palmeras en todas partes
alrededor de la casa. Era una yuxtaposición extraña.
—Suficientes —dijo Keith evasivamente—. Puedo soportar estar cerca de ellos.
La confianza en su tono sonaba forzada. Me di cuenta de que a pesar de su descaro
sobre este trabajo, sus comentarios sobre las razas de los Moroi y dhampir, y su juicio
sobre mis acciones, Keith estaba realmente muy, muy incómodo con la idea de estar
cerca de los no-humanos. Era comprensible. La mayoría de los alquimistas lo estaban.
Una gran parte de nuestro trabajo ni siquiera implicaba la interacción con el mundo
vampírico… era el mundo de los humanos el que necesitaba atenderse. Había registros
que tenían que ser cubiertos, testigos sobornados. La mayoría de los alquimistas tenían
muy poco contacto con nuestros objetivos, lo que significaba que la mayoría del
conocimiento de los alquimistas venía de las historias y las enseñanzas transmitidas a
través de las familias. Keith había dicho que había conocido a Clarence pero no hizo
mención de pasar tiempo con otros Moroi o dhampirs, y desde luego no con un grupo,
como estábamos a punto de enfrentar.
No estaba más entusiasmada de pasar el tiempo alrededor de vampiros que él, pero me
di cuenta de que no me asustaban tanto como alguna vez lo hubiera hecho. Rose y sus
compañeros me habían convertido en una chica dura. Incluso había estado en la Corte
Real Moroi, un lugar que pocos alquimistas habían visitado alguna vez. Si me había
alejado del corazón de su civilización intacta, estaba segura de que podía manejar
cualquier cosa que estuviera dentro de esta casa. Es cierto que hubiera sido un poco
más fácil si la casa de Clarence no se pareciera tanto a una casa embrujada
espeluznante de una película de terror.
Caminamos hasta la puerta, presentando un frente unido en nuestro atuendo elegante,
y formal alquimista. Sean cuales sean sus defectos, Keith era aseado también. Vestía
pantalones de color caqui con una camisa de botones blanca y una corbata azul marino
de seda. La camisa tenía mangas cortas, aunque dudaba de que estuviera ayudando
mucho con el calor. Estábamos a principios de septiembre, y la temperatura se habíaestado elevando a los noventa cuando salí de mi hotel. Estaba igual de acalorada en
una falda marrón, medias, y una blusa de mangas abombadas salpicada con flores de
color canela.
Tardíamente, me di cuenta de que en cierto modo hacíamos juego.
Keith alzó la mano para llamar a la puerta, pero se abrió antes de que pudiera hacer
algo. Me estremecí, un poco nerviosa a pesar de las garantías que me había estado
dando.
El chico que abrió la puerta parecía tan sorprendido como nosotros de vernos. Sostenía
un paquete de cigarrillos en una mano como si estuviera dirigiéndose a fumar afuera.
Hizo una pausa y nos echó un vistazo.
—Así que. ¿Están aquí para convertirme o venderme revestimiento?
El encantador comentario fue suficiente como para ayudarme a sacudir mi ansiedad.
El que hablaba era un chico Moroi, un poco mayor que yo, con el cabello marrón
oscuro que había sido sin duda cuidadosamente labrado para lucir desarreglado. A
diferencia de los intentos ridículamente excesivos con gel de Keith, este chico lo había
acomodado de una manera que se veía bien. Al igual que todos los Moroi, era pálido y
tenía una alta, y delgada contextura. Unos ojos verdes esmeralda nos estudiaban a
partir de una cara que podría haber sido esculpida por uno de los artistas clásicos que
tanto admiraba. Sorprendida, rechacé la comparación tan pronto como apareció en mi
cabeza. Este era un vampiro, después de todo. Era ridículo admirarlo en la forma en
que haría con un sujeto humano guapo.
—Sr. Ivashkov —dije educadamente—. Es bueno verlo de nuevo.
Frunció el ceño y me estudió a partir de su altura superior.
—Yo te conozco. ¿Cómo te conozco?
—Nos... —iba a decir “conocimos” pero me di cuenta de que eso no era del todo
cierto ya que no habíamos sido presentados oficialmente la última vez que lo había
visto. Él simplemente había estado presente cuando Stanton y yo habíamos sido
llevadas a la Corte Moroi para ser interrogadas—. Nos encontramos el mes pasado. En
tu Corte.
El reconocimiento iluminó sus ojos.—Cierto. La alquimista. —Él pensó por un momento y luego me sorprendió cuando
sacó a relucir mi nombre. Con todo lo demás que había sucedido cuando estaba en la
Corte Moroi, no había esperado hacer una impresión—. Sydney Sage.
Yo asentí, tratando de no verme aturdida ante el reconocimiento. Entonces me di
cuenta que Keith se había congelado a mi lado. Él había afirmado que podría
“soportar” estar cerca de los Moroi, pero al parecer, eso significaba verse boca abierto
y sin decir una palabra. Manteniendo una sonrisa agradable, dije:
—Keith, este es Adrian Ivashkov. Adrian, este es mi colega, Keith Darnell.
Adrián le tendió la mano, pero Keith no la apretó. Ya sea porque Keith todavía estaba
conmocionado o porque simplemente no quería tocar a un vampiro, no podía decirlo.
A Adrian no pareció importarle, dejó caer su mano y sacó un encendedor, dando un
paso por delante de nosotros mientras lo hacía. Asintió hacia la puerta.
—Ellos están esperando por ustedes. Entren. —Adrian se acercó al oído de Keith y
habló con una voz siniestra—. Si. Te. Atreves. —Empujó el hombro de Keith y le dio
un “Muahahaha” del tipo de risa monstruosa.
Keith saltó casi tres metros en el aire. Adrián se rió entre dientes y se encaminó hacia
un sendero del jardín, encendiendo su cigarrillo mientras caminaba. Miré detrás de él;
pensando que había sido un poco gracioso; y le di un codazo a Keith hacia la puerta.
—Vamos —dije. La frescura del aire acondicionado rozó contra mí.
Sin nada más, Keith parecía haber vuelto a la vida.
—¿Qué fue eso? —exigió a medida que entrábamos en la casa—. ¡Casi me atacó!
Cerré la puerta.
—Se trataba de ti viéndote como un idiota. Y él no te hizo nada. ¿Podrías haber
actuado de forma más miedosa? Ellos saben que no nos gustan, y tú parecía que
estabas dispuesto a salir corriendo.
Es cierto, me gustaba en parte ver a Keith tomado por sorpresa, pero la solidaridad
humana no dejaba dudas acerca de qué lado estaba.—No lo hice —argumentó Keith, a pesar de que estaba avergonzado, obviamente.
Caminamos por un pasillo largo con pisos de madera oscura y adornos que parecían
absorber toda la luz—. Dios, ¿qué está mal con estas personas? Ah, ya sé. Ellos no son
personas.
—Silencio —dije, un poco sorprendida por la vehemencia de su voz—. Están justo allí
dentro. ¿No los escuchas?
Pesadas puertas francesas nos recibían en el final del pasillo. El vidrio era esmerilado y
mate, ocultando lo que había dentro, pero aún se podía oír un murmullo de voces.
Llamé a la puerta y esperé hasta que una voz nos dijo que entráramos. El enojo en el
rostro de Keith se desvaneció mientras que ambos intercambiamos breves miradas,
compadeciéndonos. Esto era. El comienzo.
Pasamos a través de las puertas.
Cuando vi quién estaba dentro, tuve que evitar que mi mandíbula cayera como la de
Keith había hecho antes.
Por un momento, no pude respirar. Me había burlado de Keith por tener miedo en
torno a los vampiros y dhampirs, pero ahora, cara a cara con un grupo de ellos, de
repente me sentía atrapada. Las paredes amenazaban con cerrarse sobre mí, y todo en
lo que podía pensar era en los colmillos y la sangre. Mi mundo se tambaleó… y no
sólo por el tamaño del grupo.
Abe Mazur estaba aquí.
Respira, Sidney. Respira, me dije. Sin embargo, no era fácil hacerlo. Abe representaba
mil miedos para mí, mil enredos en los que me había metido.
Poco a poco, mi entorno se cristalizó, y recuperé el control. Abe no era el único aquí,
después de todo, y me obligué a centrarme en los demás y hacer caso omiso de él.
Tres personas estaban sentadas en la sala con él, dos de los cuales reconocí. El
desconocido, un Moroi anciano con poco cabello y un gran bigote blanco, tenía que
ser nuestro anfitrión, Clarence.
—¡Sydney! —Esa era Jill Mastrano, sus ojos iluminados con deleite. Me agradaba Jill,
pero no había pensado que hubiera hecho lo suficiente de una impresión en la chica
como para justificar tal bienvenida. Jill casi parecía como si pudiera correr yabrazarme, y rogué porque no lo hiciera. No necesitaba que Keith viera eso. Más
importante aún, no necesitaba que Keith informara acerca de eso.
Al lado de Jill estaba un dhampir, que conocía de la misma manera que conocía a
Adrian... es decir, que lo había visto pero nunca había sido presentada. Eddie Castile
también estuvo presente cuando fui interrogada en la Corte Real y, si mi memoria no
fallaba, había estado en algún problema por su propia cuenta. Para todos los efectos y
propósitos, parecía humano, con un cuerpo atlético y un rostro que había pasado
mucho tiempo en el sol. Su cabello era de un marrón arenoso, y sus ojos color avellana
me miraban y a Keith en una manera amistosa... pero cuidadosa. Así es como era con
los guardianes. Siempre estaban en alerta, siempre atentos por la próxima amenaza.
En cierto modo, me pareció reconfortante.
Mi estudio de la sala de pronto regresó a Abe, quien había estado observando y parecía
divertido por mi evasión obvia de él. Una sonrisa maliciosa se esparció por sus rasgos.
—¿Por qué, Señorita Sage… —dijo lentamente—… no viene a saludarme?
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Bloodlines
RomanceCuando a la alquimista Sydney le es ordenado proteger la vida de la princesa Moroi Jill Dragomir, el último lugar al que espera ser enviada es una escuela privada para humanos en Palm Springs, California. Pero en su nueva escuela, el drama sólo a...