Abe tenía el tipo de apariencia que podía dejar a alguien sin habla, incluso si
no supieran nada sobre él.
Inconsciente del calor del exterior, el hombre Moroi estaba vestido en un traje
completo y corbata. El traje era blanco, por lo menos, pero aun así se veía como si
fuera caluroso. Su camisa y corbata eran púrpuras, al igual que la rosa metida en su
bolsillo. Oro brillaba en sus orejas y garganta. Él era oriundo de Turquía y tenía más
color que la mayoría de los Moroi aunque seguía siendo más pálido que los humanos
como Keith y yo. La tez de Abe me recordaba en realidad a una persona bronceada
que había estado enferma durante un tiempo.
-Hola -dije rígidamente.
Su pequeña sonrisa se transformó en una sonrisa en toda regla.
-Es tan agradable verte otra vez.
-Siempre es un placer. -Mi mentira sonó robótica, pero, agradecidamente, eso era
mejor que sonar asustada.
-No, no -dijo él-. El placer es todo mío.
-Si usted lo dice -dije. Esto lo divirtió incluso más.
Keith se había congelado otra vez, así que dirigí hacia el anciano Moroi y extendí mi
mano hacia él para que al menos pareciera que uno de nosotros tenía buenos modales.
-¿Es usted el Sr. Donahue? Soy Sydney Sage.
Clarence sonrió y estrechó mi mano en la suya arrugada. No me encogí, a pesar de que
la urgencia estaba ahí. A deferencia de la mayoría de los Moroi que había conocido, él no ocultaba sus colmillos cuando sonreía, lo que casi hizo caer mi fachada. Otro
recordatorio de que sin importar cuán humanos parecieran ellos a veces, todavía eran
vampiros.
-Estoy tan feliz de conocerte -dijo él-. He oído cosas maravillosas sobre ti.
-¿Oh? -pregunté, arqueando una ceja y preguntándome quién habría estado
hablando sobre mí.
Clarence asintió enfáticamente.
-Eres bienvenida en mi casa. Es encantador tener tanta compañía.
Las presentaciones fueron hechas para todos los demás. Eddie y Jill fueron un poco
reservados, pero ambos amistosos. Keith no sacudió ninguna mano, pero al menos
dejó de actuar como un idiota baboso. Tomó una silla cuando le fue ofrecida y
adquirió una expresión arrogante, que probablemente se suponía debiera demostrar
confianza. Esperaba que él no nos avergonzara.
-Lo siento -dijo Abe, inclinándose hacia adelante. Sus ojos oscuros brillaban-.
¿Dijiste que tu nombre era Keith Darnell?
-Sí -dijo Keith. Estudió a Abe con curiosidad, sin duda recordando la conversación
de los Alquimistas allá en Salt Lake City. A pesar del Keith brabucón que estaba
intentado interpretar, pude ver una grieta de incomodidad. Abe tenía ese efecto-.
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Bloodlines
RomanceCuando a la alquimista Sydney le es ordenado proteger la vida de la princesa Moroi Jill Dragomir, el último lugar al que espera ser enviada es una escuela privada para humanos en Palm Springs, California. Pero en su nueva escuela, el drama sólo a...