capitulo 4

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Abe tenía el tipo de apariencia que podía dejar a alguien sin habla, incluso si


no supieran nada sobre él.


Inconsciente del calor del exterior, el hombre Moroi estaba vestido en un traje


completo y corbata. El traje era blanco, por lo menos, pero aun así se veía como si


fuera caluroso. Su camisa y corbata eran púrpuras, al igual que la rosa metida en su


bolsillo. Oro brillaba en sus orejas y garganta. Él era oriundo de Turquía y tenía más


color que la mayoría de los Moroi aunque seguía siendo más pálido que los humanos


como Keith y yo. La tez de Abe me recordaba en realidad a una persona bronceada


que había estado enferma durante un tiempo.


-Hola -dije rígidamente.


Su pequeña sonrisa se transformó en una sonrisa en toda regla.


-Es tan agradable verte otra vez.


-Siempre es un placer. -Mi mentira sonó robótica, pero, agradecidamente, eso era


mejor que sonar asustada.


-No, no -dijo él-. El placer es todo mío.


-Si usted lo dice -dije. Esto lo divirtió incluso más.


Keith se había congelado otra vez, así que dirigí hacia el anciano Moroi y extendí mi


mano hacia él para que al menos pareciera que uno de nosotros tenía buenos modales.


-¿Es usted el Sr. Donahue? Soy Sydney Sage.


Clarence sonrió y estrechó mi mano en la suya arrugada. No me encogí, a pesar de que


la urgencia estaba ahí. A deferencia de la mayoría de los Moroi que había conocido, él no ocultaba sus colmillos cuando sonreía, lo que casi hizo caer mi fachada. Otro


recordatorio de que sin importar cuán humanos parecieran ellos a veces, todavía eran


vampiros.


-Estoy tan feliz de conocerte -dijo él-. He oído cosas maravillosas sobre ti.


-¿Oh? -pregunté, arqueando una ceja y preguntándome quién habría estado


hablando sobre mí.


Clarence asintió enfáticamente.


-Eres bienvenida en mi casa. Es encantador tener tanta compañía.


Las presentaciones fueron hechas para todos los demás. Eddie y Jill fueron un poco


reservados, pero ambos amistosos. Keith no sacudió ninguna mano, pero al menos


dejó de actuar como un idiota baboso. Tomó una silla cuando le fue ofrecida y


adquirió una expresión arrogante, que probablemente se suponía debiera demostrar


confianza. Esperaba que él no nos avergonzara.


-Lo siento -dijo Abe, inclinándose hacia adelante. Sus ojos oscuros brillaban-.


¿Dijiste que tu nombre era Keith Darnell?


-Sí -dijo Keith. Estudió a Abe con curiosidad, sin duda recordando la conversación


de los Alquimistas allá en Salt Lake City. A pesar del Keith brabucón que estaba


intentado interpretar, pude ver una grieta de incomodidad. Abe tenía ese efecto-.

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