I
No podía evitarlo, nos encontrábamos bajo la sangre del sol, los bloques de luz escarlata que se solidifican ante mí, mientras las llamas finales mueren en silencio. Francis observa la fogata mientras me confirma que últimamente no se ha sentido bien, "que la vida le pesa" me cuenta. No entiende por qué, pero además de la espantosa sensación de pesar, Francis ha tenido demenciales sueños donde convive con terrores crepusculares dignos de contarse a la luz de estas llamas en estados más primigenios de nuestra evolución. Seguramente si se hiciera así, tendríamos nuevos dioses con el pasar del tiempo, pues entidades como estas, a la descripción de mi amigo, sonaban tan prohibidas y fantásticas que la sangre me hervía de curiosidad más el alma se me quebrantaba en pesar al oír a quien quiero como a un hermano sangrar las lágrimas negras que caen por sus ojos. Decirle que lo lamento muchísimo no llega ni a aproximarse a lo que él necesita oír, pero es todo lo que siento que pude decir con absoluta sinceridad y sin melodramas; a él no le gustan. Unas palmadas en la espalda y la promesa de que la noche se prestaba para ser disfrutada eran insuficientes palabras de consolación, pero él reaccionó a ellas.
Su mirada se enterneció a la luz del fuego, parece que las llamas le encendían el alma, algo que es necesario cuando nos sentimos en ese oscuro abismo. No hay luz en esa penumbra perpetua, por tanto para sobrevivir es vital encender nuestra propia lumbrera, o imponerse y dominar las sombras. Estoy divagando, en este momento la memoria se me empaña con mis ambiciones de aquel momento. Francis al rato se veía contento, mientras todos cantábamos y algunos bailaban bajo la luz de las estrellas, el rostro lacerado de la luna y el calor del fuego. Éramos felices ahí. Esto claro duró un rato hasta que Francis se hartó y me llamó aparte, tenía algo que decirme.
"Tengo esto, no son setas, no son hierbas; son flores."
Eran capullos de pétalos púrpura secos, con sus tallos cortados justo en la unión entre tallo y flor. En medio de los pétalos habían bulbos gruesos y carnosos donde el fruto yacía.
"Tomá, comé del fruto y sé cómo dios" así me dijo en un blasfemo tono de alegría.
Yo no quería, necesitaba librarme de tal situación y de hecho mi negativa iba a ser rotunda, hasta que claro, se le ocurrió a él repetir las palabras que acababa de decirme.
"Ser como dios".
No puedo ser tan sencillo. Él prometió decirle a mis amigos que había ingerido algo un poco más conocido, cosa que para ellos no sería extraño pues pocos estaban coherentes y, debo agregar, no era tanto que lo estaban. Así que sin más ni más comí del fruto y me preparé para emprender un viaje en el que seguramente dejaría detrás mi cascarón humano como una piel mudada. Me alzaría a ser más que humano y por fin, sería capaz de comenzar a seguir el rastro que el dios prohibido dejó en mi mente, de mirar en él y saber que quiere de mí.
En el principio la noche consumía la luz, el abismo nos devoraba mientras el frío letal corrompía nuestros huesos. Me sentía feliz mientras bailaba y jugaba como un niño en torno a el centro, entonces ocurrió. Uno de nuestros compañeros logró encender la fogata y por un largo tiempo me quedé mirando a las llamas mientras inhalaba los humos que me rodeaban, los vapores místicos que terminaban por abrir la puerta hacia otro compartimento del otro lado de la membrana. No es sencillo percatarse que la puerta lentamente empieza a abrirse, los cambios de percepción son tan tenues que por un largo tiempo lo único que delata tal estado es la inconmensurable alegría y júbilo que inundan mi alma. Era tan feliz, que el tiempo lentamente se transformó en un río, un flujo intermitente e inconstante que tan solo se atrevía a moverse cuando yo así lo deseaba. Las llamas danzaban y espíritus sonreían al verme y ascender al cielo como lenguas ardientes de gas naranja. Por momentos mi mirada se congelaba en un solo lugar y tan pronto esto ocurría los colores empezaban a avivarse hasta transformarse en una estela luminosa y blanca. Los árboles en efecto respiraban y danzaban al son de la tonada mística que desprendían los ignotos colores que cayeron del cielo. Mis compañeros no estaban conmigo en este viaje personal, pero no importaba, contaba con la compañía de la mente colmena de la que todo ser vivo es parte. Ví cada vida, cada ser, cada alma conectada entre sí y con el ignoto ente sempiterno del que brotaban como yemas de una levadura cósmica. Todos somos neuronas y el universo es un cerebro. Sin embargo, a pesar de las hermosas verdades que me eran transmitidas a través de los frutos de la locura, estas no eran mi objetivo; por tanto, decidí abrir los ojos y contemplar el misterioso bosque y la inmensurable negrura del abismo nocturno.
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Apoteosis del Abismo
УжасыLa travesía de un hombre por los negros tomos de artes prohibidas lo llevan a gozar de un estatus superior a la humanidad. SIn embargo pronto comprenderá el oscuro precio que se debe pagar por el poder, así como los siniestros designios que le depar...