Capítulo 5

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«No olvides la Luna morada» susurró una voz

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«No olvides la Luna morada» susurró una voz.

—Oscuridad. Una simple palabra que puede representar el mayor peligro. ¿Qué se esconde detrás de ella? Nadie lo sabe —murmuró alguien.

—La oscuridad profunda es el mejor aliado de aquellos que te quieren ver mal. No hay luz, no es tu dominio. ¡No entres en ella!—ordenó una mujer con tono gutural.

«La lucha finaliza al amanecer» susurró de nuevo la primera voz.

—Recuerda, Maat, el orden de Egyptes pende en tus manos. Falla y desearás no haberlo intentado siquiera.

«No confíes en la serpiente» insistió aquella voz.

—No olvides tu deber. El corazón nubla el juicio. ¡Arráncatelo! Deja que la razón domine.

«Ha nacido el avestruz, ha dado inicio el fin de la tiranía» dijo la primer voz.

«Ha nacido el avestruz, ha dado inicio el fin de la tiranía» repitieron como eco un montón de voces más.

*****

Una voz masculina, demasiado grave para ser la de su padre, le ordenó a Zalika despertar. Al principio pensó que se trataba de una de las voces de su sueño, sin embargo ninguna le había tomado del brazo ni la había agitado con fuerza antes.

—Nefertike, ¡arriba! —gruñó de nuevo aquella voz.

Ella abrió los ojos, desorientada. Sus iris pálidos se enfocaron en los oscuros del hombre frente suyo. Abrió la boca para gritar, no obstante una mano callosa se posó sobre sus labios y cubrió toda la parte inferior de su cara.

—Shh, ¿qué no recuerdas dónde estás?

Zalika negó con la cabeza. Sus ojos estaban muy abiertos debido al miedo así que paseó la vista por la estancia. No hubo mucho que ver. La habitación donde estaba era pequeña y con poco mobiliario: solo un catre, en el que ella había dormido, un armario grande de madera y una mesita pequeña con su silla. Sin duda, diseñado para no hacerla sentir en casa.

Cuando volvió a observar al hombre, se sintió intimidada. Los ojos de él ardían con la chispa de la fiereza, que abrasaban a cualquiera que se atreviera a mirarle de frente. En seguida se enfocó en la sabana que le cubría.

—Levántate, hay que empezar con el entrenamiento.

—¿Qué hora es? —preguntó, en medio de un bostezo.

—Tarde. Tendrías que haberte levantado hace diez minutos. Apresúrate, tengo algo que hacer al medio día —ordenó, mirándola fijamente—. Y más vale que estés lista rápido  o ese tiempo extra que tomes te lo quitare de tu sueño mañana. 

Diez minutos después salió de la cabaña, vestida, peinada y con la boca fresca. Largando otro bostezo contempló el cielo oscuro en el cuál se veían unas cuantas estrellas. Sorprendida separó los labios, cayendo en cuenta en algo; aún era demasiado temprano como para estar despierta. El amanecer no se veía próximo, estaba todo tan oscuro que seguro faltarían horas para ver aparecer a la estrella mayor.

La hija del SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora