I. Acá tenés mi espíritu

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       El té tibio y mi mano colgando de él, la mirada en el fuego, y yo sentado cerca de la música, lejos del reloj.
       Era así. Era así y yo lo sabía. Había presenciado esa atmósfera de nostalgia antes.

       Era impredecible lo que un ser como él podía hacer, digo, hacer sentir.
       Siempre reiteraba la cuestión de la calma y la paz. La luz prendida acosaba la paz, estoy de acuerdo con él en eso, pero la luz también tenía su propia paz.

       Yo tenía paz también, pero no era mía, no estaba siempre conmigo. La tenía que buscar, encontrar. Había lugares donde siempre le gustaba esconderse, como por ejemplo esta noche, necesariamente de otoño, en mi silla frente a la estufa; y el té fue el mejor atuendo que se puso la calma en este encuentro entre ella y yo.

       Las luces no dejaban de atormentar. Eran, realmente, como relámpagos. Pero no eran las únicas culpables de causar disturbios, de desbaratar "mi" paz.
De esto me di cuenta cuando él se levanto. Yo sé que eligió hacerlo con sigilo, porque sabía que yo estaba intentando encontrarme. De hecho, era su culpa que yo estuviera en esta lucha actualmente.

       Pero ya estaba perdido.

       Retire la silla de la estufa y estiré las piernas. Me temblaban las manos y mis orejas ardían; tal vez me había puesto nervioso, tal vez no estaba listo para esto aún.
Estiro los brazos y siento el hormigueo. Sé que me está mirando.
¿Por qué me hiciste esto? Ahora sé que no me conocés tanto como aparentás hacerlo. Hubieras sabido que he hecho esto mil veces antes sin que nadie lo estuviera viendo.

        Mi calma es de a ratos, forastera, no como la tuya, que la tenés amaestrada. Me siento inútil al tener que usar tu paz, pero la mía no estaba hoy. Sólo no estaba.

Acá tenés mi espírituDonde viven las historias. Descúbrelo ahora