En el burdel, conocí a Blanca, quien era como la hermana que nunca tuve. No me llevaba muy bien con las demás chicas, porque, aunque Esmeralda era muy atenta con todas, ellas decían que conmigo habían "privilegios especiales" porque no me obligaba a recibir clientes, ni a bailar. Mi función en el burdel, era más bien administrativa. En el colegio, se me daban muy bien las matemáticas, asi que me ofrecí a ayudarla con las cuentas, los balances, y con las compras que fuesen necesarias. A Esmeralda le agradaba la idea de no tener que encargarse de todo, y a mi, la de sentirme útil, y de ayudarla a cambio de techo y comida.
Era lo menos que podía hacer.
Blanca era la única de las chicas que no me miraba con recelo. Ella no pensaba como las demás. Con ella, nos contábamos todo. Con Blanca salíamos, nos pasábamos inventando vidas que nos gustaría vivir, como nos gustaría ser. Nos escapábamos a ver ropa, a soñar, a vivir una vida, que estaba lejos de ser la que vivíamos. Soñábamos con conocer Latinoamérica, en especial Chile. Su padre era chileno, y siempre me contaba que él, en sus cartas, le hablaba de lo hermoso que era el sur del país. Yo nunca había viajado en avión, así que la sola idea de conocer lugares desconocidos, encendía en mí, una ilusión mágica.
Pero Blanca, se enamoró de un cliente. Asi, sin más. En uno o dos meses, quedó cegada por este modelo de hombre, excéntrico, guapo y millonario. Se dejó convencer por sus promesas, y se enamoró del sueño que le fue armando. Que viajarían, que dejaría a su esposa...
Lo típico de un hombre infiel.
Mi amiga cayó en un torbellino, del que ni yo, ni Esmeralda, la pudimos salvar.
Blanca era una mujer especial. Dulce, hermosa, inteligente. La vida la llevó al burdel, no por gusto, sino por el motivo que lleva a la mayoría a querer entregar sus cuerpos por altas sumas de dinero. Era joven, aún podía comenzar de nuevo, pero prefirió dejar de vivir, por querer amar.
Amar puede ser lindo, pero cuando ambos aman con el alma. Yo estuve enamorada una vez, pero Esmeralda me enseñó todo lo que no sabía de los hombres. Me enseñó, que mentían, que jugaban, que huían del compromiso, de las discusiones, que se aburrían de nosotras.. y que se cansaban de amar. Con lo que le ocurrió a Blanca, no pude encontrarle más razón.Blanca dejó el burdel, el otoño siguiente. Fue un golpe muy duro para mí. Me hizo mucha falta. No la ví durante casi un año. Las chicas decían que se había ido a Cantaloa, y que nunca nadie supo más de ella.
Hasta ese día.
Me la encontré en el parque, de camino al supermercado.
- ¡Blanca! Le dije sorprendida, ¡No sabes cuánto me has hecho falta! Y corrí a lanzarme a sus brazos.
Pero la reacción de ella no fue la que esperaba.
- Déjame pasar, debo irme.
Quedé helada.
- ¿Estás bien? ¿Pasa algo?
- Todo bien, pero debo irme.
Entonces la agarré del brazo.
- Dime que pasa.
Y llegó Dante.
- Blanca, veámonos aquí mismo a las 8. Le susurré. Te esperaré toda la noche si es necesario.
Y la dejé ir.
Lucia diferente. Mucho más mayor que los 25 años que tenía. Se veía muy delgada, pálida. Había perdido la gracia, la sonrisa juguetona, esa chispa, que contagiaba hasta al más triste. Llevaba ropa fina, el cabello más oscuro, anteojos de sol, seguramente, para esconder su pasado, y que no la señalaran con el dedo. Ahora, era la esposa del futuro alcalde de Cantaloa, no podía dejar que la reconocieran, porque eso, significaría su fin. El fin, de su falsa historia de amor, pues si el "Alcalde" la amara como ella decía, no se avergonzaría de lo que fue, pues así la conoció.
Llegó a eso de las 10. Me mostró sus ojos, sin los lentes que ocultaban los moretones. Me mostró sus brazos, sin el maquillaje que ocultaba los golpes. Me mostró sus manos, sus piernas, su espalda, todas con las huellas de ese amor, que la estaba marcando, aunque no de la forma en que marcan los amores. Pero ella no era capaz de verlo. "No lo puedo dejar ahora, con lo importante que es la candidatura para él" "Yo sé, que en el fondo me quiere, aunque a su manera"
No sólo sentí rabia por ella, sino también lastima. Lástima, de lo ingenua y dependiente que se había convertido. Lástima, porque ya no quedaba rastro, de la mujer graciosa, alegre, y fuerte, que solía ser. Lástima, porque la que estaba allí, no era mi amiga. Era una pobre mujer. Sometida, ciega, débil. Intenté hacerla entrar en razón no de una, sino de mil maneras. Distintos tonos, distintas palabras, pero se negaba a entender que ese, no era el amor que creía merecer. Que ese, no era amor. Que eso, que tenía por marido, no era un hombre.
-Tú lo dices, porque no llevas el estigma de ser prostituta. No es fácil que te quieran, y menos un hombre decente, sabiendo que te acostabas con casi todo el pueblo...
- Pero llevo el estigma de ser una ladrona. De vivir en un burdel. De haber sido abandonada por mi novio en una estación de tren... y aún así, no me dejo golpear por un hombre.... Esto no se trata de estigmas o no, Blanca. Se trata de cobardía.
Y la dejé ahí, sentada en una banca, ahogada con sus lágrimas. No intentó detenerme. Tampoco yo me devolví a gritarle que la quería, y que odiaba, en lo que se había convertido.
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Inquebrantable destino
General FictionAinhoa no le teme a nada. No después de lo que le pasó. Ella dejó de sentir. Dejó de creer en el amor, en el destino y en las casualidades. Dejó que la vida pasara frente a sus ojos sin poder detenerla... Ahora, el destino, como un tablero de ajedre...