El amor como técnica para manipular

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Esa noche, apenas llegué al burdel, me encerré en mi habitación y me eché a llorar. Fue un llanto amargo, intenso.
Esmeralda me hizo jurar, que no volvería a llorar por nada, ni por nadie.

"No dejes que las cosas te afecten Ainhoa, no así... Tú no tienes que amar, ni sentir, tú sólo debes jugar con los sentimientos, como ellos lo hacen contigo... Sólo usa el amor y las lágrimas, para lo único que en verdad te va a servir.... Manipular."

Y así fue, desde ese momento.

Esmeralda sabía a la perfección como manejar, no solo a los hombres, sino también, las emociones a su antojo. Sabía que llorar y amar, estaba lejos de ser una virtud o un privilegio, y que no todos, habían nacido para eso.

-Tú crees-me decía mientras me trenzaba el cabello- que si yo fuera una mujer con sentimientos... ¿Sería prostituta? Ainhoa, el amor te sirve solo para sufrir, y para algunos momentos de felicidad... El amor no es eterno, no te da dinero, no te da satisfacción personal. Sólo te da compañía, efímera alegría, y sexo "sincero". Pero ¿De qué te sirve el sexo sincero, si puedes tener del bueno con quien quieras y cuando quieras?"

Dos semanas después, Blanca me buscó. Me dijo que había pensado en todo lo que le dije, y que quería empezar una nueva vida. Lo mejor sería que saliera de España, a donde su maridito y sus influencias, no pudieran encontrarla. La ayudé a conseguirse un pasaporte falso y documentación, pero necesitaba dinero para poder empezar en cualquier lugar. Esmeralda nos ayudó, pero no era suficiente.

-Estás en todo tu derecho a decirme que no... Pero creo que la única forma de que consigas eso es..." Le dije una noche.

-"Acepto. Me dijo. El fin justifica los medios ¿No? Hagámoslo.

Y asi fue asi como nos decidimos a entrar de noche a la oficina de su marido, y robamos un maletín lleno de billetes. También le sacamos varios objetos de valor que creímos, podríamos vender. Blanca se iría dentro de tres días. Lo importante, era que ni su marido ni nadie de su nuevo entorno cercano, sospechase de su huida.

Ese día, Blanca estaba nerviosa. Sospechaba que algo no andaría bien. Traté de tranquilizarla, aunque me esperaba cualquier cosa del loco de su marido. Estábamos esperando un auto que la llevaría al aeropuerto, cuando apareció la camioneta.

- Es mi marido, titubeó Blanca.

Su marido se había dado cuenta del robo y del plan, y ardía en rabia. Le gritaba, evidentemente borracho, que ella nunca seria libre. Traté de distraerlo para que Blanca pudiera huir, pero estaba vuelto loco. No escuchaba razones, parecía un desquiciado. Intentó llevársela.

-¡¡Suéltala!!!! Le grité con todas mis fuerzas para que alguien más se diera cuenta y nos ayudara. ¿'En qué época vives que te crees su dueño? Tú no te mereces a una mujer como ella.

-¿Alguien se merece a una prostituta? Mujeres como ella hay muchas y que lo hacen gratis. ¿Mujeres mejor que ella? Muchas más... me gritaba enloquecido.

-Y si vale tan poco, ¿Para qué atarla a tu lado? " Le dije ardiendo de rabia.

-¿Acaso quieres tú, ocupar su lugar? Blanca, ¿No lo ves? ¡¡¡¡¡¡A ella le encantaría haber tenido tu suerte!!!!

Blanca me miró. Sabía que no hablaba enserio, que quería confundirla, pero vi en sus ojos algo de duda, una duda que me apretó el corazón.

- Blanca, no creerás que....

- Lo único que creo, es que nunca debí haberte dejado, amiga. No por esta basura.

Se disponía a subir al auto, que era su pasaje a la libertad, cuando ese infeliz sacó el arma. Lo único que recuerdo fue que grité, desesperada, y me abalancé para intentar protegerla, pero el disparo le dio en la espalda. Un disparo certero, mortal, que la dejó en mis brazos, en la más amarga agonía. Recuerdo que me dijo que se arrepentía de haberse ido con él, y que le hubiese gustado recorrer el mundo conmigo. Que lo sentía mucho y que quería que fuera feliz.

-No le hagas caso en todo a Esmeralda amiga... Me decía entre suspiros. Cuando uno ama de verdad, y te aman de la misma forma, no tiene porque doler.

Y cerró los ojos.

Grité. Lo más fuerte que pude hasta ya no sentir mi voz. La estreché contra mi, y le juré que haría todo lo que soñábamos. Que cumpliría cada promesa que nos hicimos.

Y me quedé ahí, junto a ella, hasta que la lluvia, inundó las calles por completo.

Inquebrantable destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora