Tobías nos encontró parrandeando borrachas. Si, leyeron bien.
¿Cómo comenzó esto? Empecemos con la noche del miércoles. Un día antes del inminente hecho desastroso.
El chico de lunares —sí, tiene trillones de ellos y no me pregunten cómo lo descubrí— se marchó con cierta chica de cabello de fuegos, aproximadamente hace unos minutos. Los acontecimientos fueron más o menos así:
—¡Hey, Em! —«Nadie debía decirme así a menos que yo se lo permitiese» contuve un gruñido— ¿Se encuentra Antony? —cuestionó la chiquilla de ayer.
Le sonreí cortésmente.
—Me comentó que vendrías por él, dijo que le esperaras unos minutos; sólo debe terminar unas cosas —me encogí de hombros, colocando una sobrecubierta de tranquilidad—. Si gustas pue...
—¡Oh, muchas gracias! —me interrumpió, sus labios mostraban sus dientes blancos y se abrió paso hacia el interior del apartamento.
—...do decirle que se apure...—finalicé en voz baja.
Cerré la puerta, en la cual había estado apoyada mientras hablaba con Amanda ¿o era Araceli? Comenzaba con A.
Posó su trasero en mi hermoso sillón de cuero color rojo vino, acomodando una pierna sobre la otra y sentándose derecha. Se atusó el cabello y se retocó la ropa. Alcé mis cejas ante sus movimientos. Ella elevó su cabeza e hice como si no hubiera visto nada.
—¿Deseas algo de tomar?
—No, no. Estoy bien, gracias —me sonrió despreocupada.
El ambiente se puso embarazoso y rígido. Moví mis manos, incomoda y relamí mis labios apartando mi vista de su figura. La chica estaba buena, joder. Todo en ella mostraba una excepcional simetría y dejaba con ganas de echarle una segunda mirada. «Ahora entiendo por qué Tobías quiere algo con ella ¡Por eso se pone nervioso!» me prometí internamente fastidiarlo con ello.
El chico de cabellos oscuros salió de su habitación con pujos. Sus pasos pesados me advirtieron de eso. Claro, semerenda mole cuándo iba a poder andar por ahí con sigilo.
—Hola, Ariana —saludó a la recién llegada—. Llegaste un poco temprano —disertó risueño.
—Sí, yo... hmm —balbuceó con las mejillas encendidas—, decidí salir un poco más antes de casa, ya sabes... ¡el trafico!
Apreté mis labios para evitar soltar una carcajada. Vale, al parecer aquí había dos pajaritos enamorados.
—Vamos —le incitó Tobías. Volteó a verme y me regaló un guiño. Sonreí inevitablemente y rodé mis ojos—. Adiós, Cooper.
—Diviértanse, chicos —me despedí. Tomé camino hacia mi habitación y antes ingresar a esta logré percibir la puerta principal siendo cerrada entre risas.
«¡Sabía que yo no le gustaba a Sanders!» vociferé en mi mente. Entonces percibí los toques en la fricción de segundo en el que me metía a la cama. Bufé en voz alta para señalar mi disgusto.
—Te dije que trataras de evitar que las llaves se te quedara...—no continué. La chica del pasillo era nada más y nada menos que mi mejor amiga.
—¡Emma! —gritó divertida. Alargó la "E" de mi nombre—. ¿A que no sabes?
—¿Estas alcoholizada? —cuestioné e inmediatamente deseé golpearme. Claro que lo estaba.
—No —esta vez alargó la "O". Negó rotunda—. Esto es muy justificado —asintió ferviente.
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Huyendo de algo llamado "amor" [1]
Teen Fiction→Primer tomo de la bilogía "rotos y enmendados". «Un corazón roto puede sanar, únicamente si se reconstruye con las personas correctas». I n t r o d u c c i ó n: Emma Cooper desde niña se propuso una sola cosa: no enamorarse. Con temor a obtene...