Tuve una pesadilla.
Fue una de las peores que he tenido en toda mi corta existencia. Cuando desperté de ésta, mi sien sudaba, mi cabello picaba, mi laringe casi soltó un alarido y mis dedos se aferraban a las mantas que mantenían caliente el cuerpo de mi madre. Me encontraba encorvada sobre la cama, en un asiento tan duro como posiblemente era mi corazón.
¿Me comporté de mala manera con Tobías? No era su culpa todo lo que estaba ocurriendo, y a pesar de ello, ahí estaba yo; la chica que se ponía a la defensiva con tan sólo una mirada. Estoy consciente de que él únicamente se sinceró, y aunque la mayoría de las cosas que dijo eran ciertas, no puedo evitar sentirme como un ser viviente asquerosamente egoísta.
Sanders ingresó a la habitación y me halló en un desorden mental. Aun con todos los acontecimientos ahí estaba él, dispuesto a ayudar a la chica que posiblemente había roto su corazón. Y eso, joder. Sí que doblegó mi aparato palpitante.
Nos observamos atentamente, expectantes. Aun llevaba puesto esa camisa que tan bien le hacía lucir, aunque se mostraba un poco arrugada; esas hebras oscuras de cabello tomaban diferentes direcciones, esas faenas mieles revelaban cansancio, y por cómo había deducido en el poco tiempo que llevaba conociéndolo, como signo de que se hallaba inseguro sus manos descansaban en sus bolsillos formadas en puños. Me invitó a salir de la habitación, a lo cual asentí. Con un beso de despedida a mi madre lo acompañé al pasillo.
Como lo hacía horas antes de su desaparición, me daba la espalda. Lo seguí, nerviosa. En cuanto dio media vuelta dispuesto a hablar, salté sobre él. Mis brazos que colgaban de su cuello lo estrechaban con necesidad, agradecimiento y arrepentimiento. Él me correspondió el abrazo segundos después, colocando sus antebrazos gruesos en mi imperceptible cintura; respiró hondo y posicionó su nariz en la curvatura de mi cuello, soltando su aire ahí y causando que mi piel hormigueara.
—Gracias por volver —mi voz tembló. Me aferré más a su cuerpo.
—No podía irme ahora que te encontré, Emma.
No comprendí lo que me decía, había un trasfondo en lo anterior confesado. Pero de algo estaba segura:
3) Tobías era el chico fiel que no te dejaba bajo ninguna circunstancia.
Y eso, para mi pesar, demostró que el de ojos mieles era el chico que inconscientemente anhelaba encontrar.
Tobías Antony Sanders fue uno de los pocos que estuvo aún cuando los pedazos completamente fragmentados de Emma Cooper no podían ser reconocidos. Incluso viendo el grave desastre que yo era, decidió quedarse a pegar lo poco que quedaba de mí. Y eso, vale más que cualquier maldita cosa.
Y recordé una de las pocas cosas buenas que le oí decir a papá: "Pequeñas acciones promueven grandes sentimientos"
Su perfume varonil invadía mi sistema, recordándome todos los momentos que compartimos. Desde los no mencionados hasta los que sí relataba. Lágrimas saladas y jodidamente dolorosas rodaban por mis ya sonrojadas mejillas. Me separó levemente de su cuerpo y aunque de la vergüenza no levanté mi vista, sí podía percibir cómo esas orillas de sus gruesos labios se curvaban hacia arriba.
—No llores, nena —en tono conciliador trató de tranquilizarme, lo cual hizo que me sintiese más terrible de lo ya estaba—. No continúes, me lastimas el corazón...
—¿Más de lo que ya lo hice?
No me respondió. Aun hipando, alcancé relajarme un miligramo.
—Eso es —me tomó de los hombros y me sacudió levemente—. Ahora necesito esa pequeña sonrisa sarcástica que tanto me gusta, aunque también puedes obsequiarme la que haces cuando estas molesta y tratas de mostrar que no lo estas —rió, juguetón.
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Huyendo de algo llamado "amor" [1]
Teen Fiction→Primer tomo de la bilogía "rotos y enmendados". «Un corazón roto puede sanar, únicamente si se reconstruye con las personas correctas». I n t r o d u c c i ó n: Emma Cooper desde niña se propuso una sola cosa: no enamorarse. Con temor a obtene...