C A P Í T U L O 1

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Había aprendido una valiosa lección desde muy pequeña: No confíes tu corazón a nadie. No importa su rostro, cuánta tranquilidad te transmita, cuánto tiempo de conocidos tengan, nadie valorará este órgano lleno de sentimientos. Había algo místico con el amor, nadie sabía con exactitud cómo terminaría su vida una vez ingresara a ese camino. ¿Por qué a todo el que le preguntas te dice que el amor es bonito, pero en ocasiones analizas su vida y notas que no lo es? ¿Es acaso el amor una burbuja de fantasía que evita que veas las cosas como en realidad son?

Mientras meditaba esto tomaba una manzana del refrigerador más diminuto que alguna vez había visto. Tenía ya casi un semestre finalizado, otro año de universidad casi culminado. Mi tercer año de sufrimiento. Cada día tenía la más grande de las dudas existenciales: «¿Era esta mi carrera? ¿Podré sobrevivir a otro par de años más?».

Me podía ver perfectamente en vacaciones, olvidando hasta mi nombre y formateando de mi mente cualquier trauma provocado por un examen sorpresa. Bueno, mi mente divagó a otro lado, como siempre.

A lo que iba era, y del porqué hablaba del amor, era debido a una maravillosa escena del pasillo de mi habitación, un contraste totalmente diferente a lo que yo acababa de escuchar de un par de labios diferentes. Imaginen a una Emma, cansada, haciendo un trabajo a última hora y urgida por comprender un libro completo para poder plasmar sus puntos importantes en un ensayo que valía una considerable nota de su clase, mientras esta maldecía a toda la tierra por no poder concentrarse en lo que estaba leyendo por los ruidos fuera de su habitación. Había una fiesta a un par de casas de mi residencia, en una de las casas que alquilan algunas chicas para formar "hermandades", y desde mi ventana podía ver cómo había gente borracha deambulando y riendo de un extremo de la calle a otro. Eran las tres de la mañana, por cierto.

No los critico, yo soy una borracha a veces, pero hay prioridades, y un título con honores es mi objetivo. Mientras estaba al borde de la jaqueca, y tomaba mi cuarta taza de café sin azúcar para mantenerme despierta, escuché un golpe que secundó un gemido ronco. Levanté mi mirada, observando fríamente mi portalápices, tratando de agudizar mi oído, averiguando tal chismosa si el sonido era de alguien que ocupaba ayuda o era una falsa alarma. El sonido se repitió, esta vez más cercano. Enderecé mi espalda y volteé a ver hacia la puerta, como si esta me fuese a dar la respuesta.

Con suma pereza me levanté, tenía entumido el trasero, ¿cuánto tiempo llevaba sentada, por el amor de Dios?

Escuché un ruido más seco, y pasos apresurados. Tomé mi bate de béisbol, lista por si era uno de los chicos tratando de saquear la bodega de la residencia. Abrí ligeramente la puerta, como si yo fuese una de las Ángeles de Charlie y estuviera revisando el perímetro. Miré casi, casi el apareamiento de dos seres humanos en pleno pasillo, la chica buscaba a lo loco el pomo de la puerta, mientras el chico presionaba su cuerpo al de la mujer. Podía reconocer perfectamente al playboy, y a la pobre inocente que se iba a comer y que fácilmente él olvidaría al día siguiente.

—Me pones...—Pude percibir su murmullo varonil.

Ella se rio tontamente.

—Adentro me enseñas todo, osito.

«¡Ay, por favor!» sabía de buenas a primera que eso no iba a finalizar bien. Pocas relaciones pasionales tenían buen desenlace, y casi podía imaginarme a ella mañana por la mañana arrepentida por meterse con James, pero ya todos conocen su fama. Y caer en el hoyo sabiendo dónde está, es negligencia.

Casi se desplomaron cuando por fin cedió la puerta, entraron urgidos al cuarto, y como si nada hubiese pasado, ingresé yo al mío.

Estos panoramas eran muy frecuentes aquí, y donde fuese. Era la universidad, y por ley, debías de haber tenido una relación, o al menos un amigo con derecho. Y aquí estaba yo, que cuando el amor se acercaba lo repelía como si fuese un molesto mosquito lleno de una enfermedad terrible.

Huyendo de algo llamado "amor" [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora