Capítulo 2

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Después de aquél encuentro, Ochako pudo comer algo decente por primera en mucho tiempo, e incluso pagar una posada para pasar aquella fría noche.

A pesar de estar decidida a no darle muchas vueltas al asunto, aquel par de rubíes siguieron acechándola en su memoria hasta el amanecer. No tenía sentido.

Cuando logró relajarse, durmió hasta pasando el medio día, y sólo despertó porque tenía un hambre tremenda.

Con pereza, abandonó la posada en busca de algo para terminar con su apetito, y tras rondar por varias calles, su olfato la guío hasta un pequeño y acogedor lugar que ofrecía la más perfecta lasagna que ella hubiera probado, sobre todo por el precio, pues su inexistente economía hacía mucho que no le permitía comer algo así de sustancioso.

Con el estómago por fin lleno, caminó distraída hasta un pequeño parque.

Sentada en una de esas frías bancas, los rayos del Sol acariciaron con calidez su blanca piel, y se sintió sorprendida por lo bonito que le parecía todo de pronto.
Era casi como que el Sol imitaba el calor que estaba naciendo en su corazón.

Hundida en su propia miseria, llevaba demasiado tiempo olvidando que sí, a veces, el mundo es alegre y amable.

El tiempo pasó volando, el reloj al centro de la plaza le indicaba que habían pasado casi dos horas.

Y sí, la decisión estaba tomada, iría a aquél Bar... ¿Qué podía perder? No era como si tuviera otra cosa más interesante que hacer, y sobre todo, algo en su interior le decía que debía ir.

Corrió a la estación de trenes, si no lo hacía pronto, se arrepentiría.
Pero al tener el boleto en la mano y esperar a abordar, inesperadamente el cielo volcó sobre ella una suave llovizna que fue suficiente para dejarla empapada.

"Tan pronto llegan los malos augurios" pensó mientras suspiraba mirando al cielo. Pero no había vuelta atrás, como siempre.

Al subir al tren, eligió el último asiento con vista a la ventana, sujetando con fuerza el boleto que le dio el rubio sin nombre, y cada cierto tiempo no podía dejar de observarlo, como si buscara en ese pedacito de papel la respuesta de qué le esperaba en ese bar.

Los 90 minutos del viaje pasaron en un parpadeo para ella, el sonido de la locomotora la hizo saltar de su asiento y se apresuró a bajar del tren caminando directo al Bar.

Cada paso que daba era más lento,  su corazón golpeaba tan frenéticamente su pecho que creía que podría salirse de su cuerpo, y la respiración comenzaba a faltarle.

"¿Por qué me siento así?" Apretó con fuerza su mano en el pecho, tratando de descifrar sus propios sentimientos, la fachada del Bar se extendía frente a ella, imponente.

Impulsada por la adrenalina que su corazón bombeaba, empujó la puerta del lugar para entrar.

Antes sus ojos se desarrollaba un escenario diferente a todo lo que conocía, la luz era tenue, dándole al lugar un aspecto cálido, 10 mesas estaban hábilmente repartidas con un escenario en el centro, la castaña miraba asombrada el lugar, nunca había visitado un bar por varias razones, la más importante: Ahí solían reunirse los mafiosos y Ochako los odiaba. Pero su corazón latía con aprobación, en el lugar había en realidad poca gente e incluso había una que otra parejita en plan romántico.

—¡Bienvenida!— Gritó alguien desde la barra con entusiasmo y Ochako que estaba ensimismada en sus pensamientos dio un pequeño brinco asustada y después miró a la persona que parecía recibirla. Era un pelirrojo de cabello lo suficientemente largo para ir sujetado en una coleta, pero con un par de mechones rebeldes a los lados, con una camisa blanca y tirantes que le hacían notar un cuerpo atlético y ejercitado.

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