Todo comenzó...

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Todo comenzó la madrugada del 7 de agosto. Estábamos soportando las temperaturas más calurosas que Irlanda podría haber tenido. Recuerdo haber medido yo mismo unos 29ºc, cosa inaudita y a la vez, desagradable. Los días eran tan intensos que casi se podía sentir el olor de la humedad al disiparse en el aire. Esto hacía que en las noches el sueño fuera ligero e inestable.

Fue entonces cuando recibí aquella extraña llamada. Era Enya Glenn, la sobrina de la Sra. Davis. Al principio no supe qué pensar, pero luego me perturbé al ver en el reloj: las 2 A.M. y que el asunto parecía urgente, y lo era.

―Soy Enya, sobrina de Michelle Davis. La Sra. Davis ha muerto hoy en su oficina, necesitamos sus servicios -fueron sus palabras.

Cuando la escuché, pensé que este era un típico caso de suicidio como muchos otros, quizá por depresión o por la incapacidad de cumplir con algún compromiso financiero. Las personas ricas como ella siempre están pretendiendo gozar de mejores privilegios que todos, a veces abusando de sus ventajas financieras hasta agotarlas. Por otro lado, cualquier persona «en su juicio cabal» pudo haber matado a la Sra. Davis, una cincuentona gruñona y despiadada con la que todos se las habían tenido que ver en algún momento.

Me preparé un equipaje algo improvisado y tomé un vuelo rápido desde Belfast, donde tengo mi despacho, para llegar a Edimburgo, a la residencia de la Sra. Davis. Me encontré sospechoso no haber visto a ningún carro de policía parqueado a la entrada; es más, nadie parecía saber lo sucedido, excepto Enya. Lo sé porque el portero hasta se sorprendió al verme llegar tan temprano y consultó antes de dejarme pasar.

―Veo que quieres evitar que las cámaras estén sobre ti, muchacha ―le dije, con una mirada de desconfianza.

―La Sra. Davis tenía muchos enemigos, y no quisiera alegrarlos tan pronto ―respondió sin titubear.

No parecía muy sorprendida, ni dolida en extremo. De seguro debería ser la primera sospechosa del caso, pero ¿me habría traído aquí para incriminarme?

―Verificaré los hechos cuando hayan venido las autoridades pertinentes, muchacha. Estaré en el café de esta cuadra.

―Usted no entiende ―dijo, sosteniendo mi negro y alargado traje―. Esto parece ser un homicidio o quizá u suicidio, los policías son tan torpes que podrían estropear la evidencia antes de ser vista por un experto. Por favor, lo necesitamos.

Entonces accedí y entré en la oficia de la Sra. Davis. Pero debo admitir que lo que presencié fue horrible. No solo estaba muerta, reclinada silente sobre su sillón; sino que sus ojos estaban enrojecidos y abultados hacia afuera, su cabello alborotado y su cuerpo con señales evidentes de forcejeo que tuvo que concluir con la muerte. Alguien había matado a la Sra. Davis.


Trampa SutilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora