—¡Lucas!, qué bueno que te encontramos en casa. Decidimos venir porque no respondiste ninguna de nuestras llamadas. Estábamos preocupados por ti.
Ver a mis padres parados en la puerta de mi casa era como la peor de mis pesadillas. Sí, había estado evitándolos. Necesitaba ordenar mis ideas antes de contestar sus llamados porque, por supuesto, ellos no tenían que saber nada de lo que estaba pasando.
Mi madre dejó el bolso sobre la mesa y al disimulo le echó un vistazo a la casa mientras mi padre trataba de sacarme tema de conversación. Lo único que deseaba era pasar el resto de la tarde durmiendo, algo que ya no iba a ser posible.
—¿Se quedan a almorzar? —pregunté.
—Claro que sí. Viajamos tres horas y media para verte —dijo mi padre, serio.
—Voy a preparar tu plato favorito, Lucas, ¿tienes verduras?
—En la nevera... —dije tratando de ponerle un poco de alegría a mi voz. Mi madre asintió con una sonrisa y desapareció en la cocina.
Mi padre se acomodó en el sofá, y su mirada insistente me hizo sentir incómodo.
—¿Qué has estado haciendo?, tu madre estaba muy angustiada porque no respondías ni sus mensajes ni sus llamadas. ¿Qué puede ser más importante que tus padres?
—Tuve mucho trabajo —hice una mueca—. Me cambiaron los horarios y llegaba solo a dormir. Lo siento, no quise preocuparlos.
Él asintió, pero el gesto adusto de su rostro me hizo saber que no estaba conforme con mi respuesta.
—El pastor Franco te mandó saludos. Pregunta todo el tiempo por ti. Todavía recuerda cuando eras un niño y trepabas los naranjos de la capilla. ¿Tienes una cerca por acá?
—No, no lo sé... —respondí, un tanto fastidiado.
—Ay Lucas, ya hablé contigo sobre esa negación absurda que tienes. Llevas el nombre de un evangelista, tu destino ya está marcado, tú deberías seguir el camino que Dios tiene preparado para ti.
—Papá, no empieces con eso de nuevo. —Me levanté del sofá, buscando los manteles individuales para poner en la mesa—. Ya te dije que yo no quiero seguir ninguna religión; eso no es lo mío.
—No se trata de que sea lo tuyo o no. Eres mi hijo, tú debes seguir con nuestras costumbres. Puedes conseguir una esposa, una buena mujer que esté en el camino de Dios, puedes casarte y tener hijos. ¿No quieres esa vida para ti?
Mi puño cerrado golpeó la mesa y mi padre se sobresaltó.
—Esa es la vida que tú quieres, no la que yo quiero. Estoy bien así como estoy, deja de planear cosas en el aire porque no soy tu títere, papá.
—Ojalá el tiempo te haga recapacitar, Lucas... Le pediré a Dios por ti.
—Claro... —chasqueé la lengua.
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El chico del vestido rojo
قصص عامةLucas fue criado toda su vida con el pensamiento homofóbico de su padre. Un buen día sus amigos deciden darle una sorpresa y lo llevan, engañado, a un boliche gay temático. Allí Lucas conoce a Santiago, el barman simpático que termina siendo su sal...