Capítulo 4

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"Hola, em, tengo que hablar contigo sobre lo que pasó

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"Hola, em, tengo que hablar contigo sobre lo que pasó..."

Borré.

"Hola, soy Lucas, quiero hablar contigo..."

Borré.

"Necesito hablar contigo sobre..."

Borré.

Llevaba más de media hora sentado en mi cama tratando de escribirle un mensaje a Santiago. Necesitaba hablar con él y aclarar las cosas, disculparme por mi mala actitud. Disqué su número, pero antes de presionar el botón de llamada decidí que lo mejor era ir personalmente a su casa. ¿Qué era lo peor que podía pasar? Quizá seguía molesto y acababa echándome a patadas; al menos me quedaría con la conciencia tranquila porque había intentado solucionar las cosas.

Tomé mi abrigo y salí de mi casa. Aquel domingo amaneció fresco, no había un alma en la calle. Los que no tenían la desgracia de trabajar los fines de semana seguramente estaban disfrutando de la tarde libre en familia. Y allí estaba yo, parando un autobús para encaminarme hacia el apartamento del tipo que me había puesto el mundo de cabeza.

Cuando estuve frente al edificio sentí ese típico cosquilleo que subía desde la planta de mis pies hasta mi estómago. Había algo que me decía que seguía haciendo las cosas mal, sin embargo, por una vez, quise hacer caso a los consejos de Gigi y guiarme por mi instinto. Subí el ascensor hasta el tercer piso y caminé en cámara lenta por el pasillo angosto hasta la puerta de la casa de Santiago. Tomé aire y golpeé tres veces. De inmediato oí la llave girar sobre la cerradura, y cuando la puerta se abrió sentí que la cara se me deformaba; un chico moreno, de apariencia joven, me recibió sin camiseta, con unos pantalones de mezclilla y descalzo.

—¿Y tú quién eres? —escupí con desdén, mirándolo de arriba abajo.

—¿Quién es? —Escuché la voz de Santiago desde la cocina. El chico abrió la boca para responderme pero Santiago se asomó—. ¿Lucas?, ¿qué estás haciendo aquí?

—Me pregunto lo mismo —gruñí, furioso—. Venía a disculparme contigo por lo de la otra vez, pero me parece que te agarré en un mal momento.

—¿Qué? —Santiago miró al muchacho que alzó ambas cejas, sorprendido.

—No entiendo... —dijo el muchacho, mirándolo.

—No hay nada que entender —respondió Santiago apoyando la mano en su hombro.

—No, claro que no, si el que sobra acá soy yo. Lamento haberte molestado, Santiago, no sabía que tenías compañía.

Santiago suspiró, apoyando una de sus manos en la cintura mientras que con la otra se acomodaba el pelo.

—Joel, ¿podrías ir a buscar un refresco al super? Tengo dinero en la billetera, está en el cuarto.

—Yo mejor me voy, ¿sí?, de nuevo disculpa por...

El chico del vestido rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora