El viaje en bus hasta la casa de mi hermano mayor duraría aproximadamente una hora y media.Cuando mi madre me dio su número, intenté llamarlo muchísimas veces. Siempre me atendía el correo de voz, así que decidí que lo mejor era conseguir su dirección e ir a verlo. Mis amigos y Santiago insistieron en acompañarme, sin embargo, a pesar de estar tremendamente agradecido por sus intenciones, decidí enfrentar esto yo solo, y por una vez no ser un cobarde. Además, conocía bastante bien el carácter de mi hermano y sabía que ya era lo suficientemente invasivo ir yo solo sin avisar.
Para mi sorpresa, mi madre me dijo que mi padre llevaba mucho tiempo sin tener comunicación con él. Yo no era el único al que no le contestaba las llamadas. Cristofer era la clase de persona que no dudaba en sacarte a patadas de su casa y cerrarte la puerta en la cara si algo le desagradaba. Tenía un carácter fuerte, no permitía que mi padre lo amedrentara, pero aún así, él estaba orgulloso de su hijo mayor.
A sus veintiséis años terminó la carrera de psicología y con ayuda monetaria de mis padres montó su propio consultorio. A ojos de todos era un hombre recto, serio y con carácter fuerte, un ejemplo a seguir. Yo siempre creí que todo eso no era más que una fachada. Lo vi llorar muchísimas veces a escondidas de mi padre, y sabía que él en el fondo le tenía terror, al igual que yo.
Cuando bajé del bus me temblaban las manos.
La ciudad donde vivía parecía un pueblo fantasma. A las tres de la tarde no había un alma en las calles, solo dos o tres negocios estaban abiertos. Caminé a paso apresurado y cuando me di cuenta ya estaba parado en el portón de una casa pequeña de dos aguas. Tenía algunas plantas muy bien cuidadas en el pequeño jardín delantero, y al final de un camino de gravilla había un par de escalones que me condujeron hasta una puerta de madera lustrada. Tragué saliva antes de tocar timbre; el corazón me latía en las orejas, las manos me temblaban, y por un momento tuve el instinto de salir corriendo y olvidar aquella loca idea de salir del clóset con mi hermano mayor.
—Lucas...
Su voz gruesa pronunció mi nombre y se me revolvió el estómago. Lo miré con los ojos bien abiertos, y sus dos tormentas me devolvieron la mirada con un toque de sorpresa.
Mi hermano era una cabeza más alto que yo. Se había dejado crecer el pelo y ahora llevaba una melena oscura que le acariciaba los hombros. Su físico no había cambiado casi nada desde la última vez que lo vi; a él siempre le había gustado hacer ejercicio, otra de las cualidades que mi padre admiraba de él.
—Cris... Menos mal que te encontré en casa. Te estuve llamando... —me rasqué la cabeza con una mano en tanto la otra apretaba la correa de la mochila que llevaba colgada en un solo hombro, un gesto que él no pasó por alto.
—¿Cómo conseguiste mi dirección? Yo... Cambié de número hace un tiempo.
La expresión de sorpresa no abandonaba su rostro.
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El chico del vestido rojo
Ficção GeralLucas fue criado toda su vida con el pensamiento homofóbico de su padre. Un buen día sus amigos deciden darle una sorpresa y lo llevan, engañado, a un boliche gay temático. Allí Lucas conoce a Santiago, el barman simpático que termina siendo su sal...